GARTH RISK HALLBERG
A pesar de que ya había publicado una primera novela, la crítica norteamericana consideró que, con Ciudad en llamas, el joven escritor Garth Risk Hallberg hacía su verdadero debut en la escena literaria con una historia de la Nueva York de los años setenta entre fuegos artificiales, el gran apagón de 1977, los magnates más poderosos y los bohemios punks de Patti Smith y compañía. Una entrada a lo grande en el codiciado podio de la siempre esquiva gran novela americana.
› Por Rodrigo Fresán
Hay dos maneras de adentrarse en Ciudad en llamas, hiper-promocionado debut de Garth Risk Hallberg (suele negarse a la anterior A Field Guide to the North American Family, novella de cámara con fotografías, porque impresiona más un Big Bang que un sinfónico segundo acto), merecedor de adelanto multimillonario y ya vendido al cine.
Una de ellas –la más refleja y automática y sencilla y engañosa– es la de considerarla, apenas, una/otra de las tantas supuestas Grandes Novelas Americanas con que se nos sepulta temporada tras temporada. Lo que sería un error; porque Ciudad en llamas no se trata de Moby Dick ni de El gran Gatsby ni de Lolita. Tampoco es Stoner, El mundo según Garp, American Psycho, La broma infinita, Europa Central, El tiempo de nuestras canciones, Árbol de humo, o Submundo de Don DeLillo a la que, en más de un momento, refleja.
El otro y tanto más acertado modo de aproximarse y ser engullido por el ardiente frenesí de calles y subtramas y pasiones encendidas y pirotecnia verbal de Ciudad en llamas es la de contener la histeria consumista y consumidora y –como ante Las correcciones de Jonathan Franzen o El jilguero de Donna Tartt– exclamar: “¡Qué grande esta novela americana!”
Y relajarse y ser feliz y pensar que, en un mundo ideal, todos los best–sellers deberían ser exactamente así: literarios y de calidad. No lo suelen ser, claro (aunque en los últimos tiempos ya se ha disfrutado o se disfrutará de meritorios títulos de esta rara especie como el rescate de Cuento de invierno de Mark Helprin, Los lanzallamas de Rachel Kushner, El hijo de Philipp Meyer, Breve historia de siete asesinatos de Marlon James y Tan poca vida de Hanya Yanagihara). Así que dar las gracias por este pequeño y colosal y metropolitano milagro que un autor de 37 años nacido en la tanto más reposada Louisiana demoró, con modales de famélico turista de aliento decimonónico, seis años en erigir.
Y, sí, Ciudad en llamas –novela a lo grande si la hay– es algo imponente más allá de sus casi mil páginas, porque esta ciudad inflamable es Manhattan. Y es la New York al borde de la bancarrota de los decadentes años 70s. Y es el infernal Upper East Side de los magnates y los edénicos bajos fondos de la bohemia punk de Patti Smith & Co. Y son, en un extremo, esos fuegos artificiales en el cielo (uno de los momentos clave del libro); y en el otro ese Segundo Gran Apagón (el primero fue el de 1965) del 13 de julio de 1977 funcionando como desatado clímax evocando la catarsis destructora al final de El día de la langosta de Nathanael West.
Entre uno y otro, paisaje panorámico y reparto coral que bebe hasta la exultante ebriedad del Charles Dickens no satírico de Casa desolada (y sus tan convenientes como indiscutibles casualidades y algo de su esquematismo étnico) pero, también, de Watchmen y The Wire y Dinasty y Taxi Driver vía Edith Wharton, Thomas Pynchon, Tom Wolfe y James Ellroy.
Y hay un tiroteo de salida en un Central Park más cercano a un jungla y –como si bailaran un maratónico minué–pogo– un gay “de color” que quiere ser escritor y escribir algo “tan grande como la vida” y que se parezca más a Ilusiones perdidas y Rojo y negro que al minimalismo de moda; y un punk–rocker megalómano y pintor heredero adicto a la heroína empeñado en el mural de “el rostro de la ciudad”; y un broker de Wall Street con esposa insatisfecha; y un periodista depresivo; y un anarquista al frente de la Falange Post–Humanista; y un adolescente asmático; y una chica en coma; y una banda de culto con un único e irrepetible disco llamada Ex Post Facto; y varios flash–backs y flash–forwards (y tan a la moda como prescindibles juegos/inserts tipo/gráficos) que ralentizan y aceleran e iluminan la trama. Y todos y todo están muy bien escrito (aunque se extraña algo de humor entre tanto pathos) y mejor aún documentado (como contraparte non–fiction del mismo lugar y tiempo me permito recomendar aquí Love Goes to Buildings on Fire de Will Hermes que, seguro, Hallberg leyó con cuidado).
Y así se sale y se vuelve de Ciudad en llamas como quien retorna de un largo viaje. Feliz de estar de regreso en casa pero, al mismo tiempo, con la impostergable necesidad de recordarlo todo y de no olvidar nada y de llamar a los amigos para decirles “tienes que ir allí ya mismo; y después me cuentas. Te la vas a pasar en grande y te la vas a pasar de novela”.
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