VLADY KOCIANCICH
Un viaje, un grupo de amigos que quieren recrear los destellos de la juventud, vacaciones en México. A partir de una propuesta que en principio se dispara hacia una novela sobre los vínculos conflictivos de amor y amistad, Vlady Kociancich logra, en El secreto de Irina, torcer el rumbo hacia el misterio y ahondar en los grandes enigmas de las culturas antiguas. Una propuesta narrativa basada en la perfecta construcción de la trama y en la precisión del lenguaje, en equilibrio entre lo real y lo alucinado.
› Por Sebastián Basualdo
Tal vez sea cierto y la pesadumbre interior resulta más penosa con los viajes. En todo caso, ya lo sabían los antiguos: ¿en qué puede aliviarte la novedad de las tierras o el conocimiento de las ciudades? Es a vos mismo a quien llevás de un lugar para otro –escribió Séneca–: agobia la misma causa que te impulsó a salir. El secreto de Irina, la nueva novela de Vlady Kociancich, aborda esta problemática a partir de un viaje a México, una estadía en un hotel all-inclusive en la costa de Yucatán organizada por los que parecen ser en un principio viejos amigos, o acaso lo que sobrevive de la palabra amistad cuando está ligada únicamente al recuerdo de los años del colegio secundario. “Una idea de Andrés, vacaciones para todo el mundo. En realidad, vacaciones para ella, que no dejaba de agradecerles. La habían sacado del pánico y de la humillación que la agobiaban a pesar del tiempo transcurrido, Paul, Andrés y Claudia ofreciéndole el cambio de escenario de un viaje. Viaje de amigos, de gastos compartidos. Paul, como un hermano solidario, la había obligado a aceptar que él pagara su parte. A mí me sobra, dijo. Pero trajo a la chica, una elección insólita. Curiosamente, a pesar de las dificultades de coordinar un viaje de cinco pasajeros, de cambiar los días de trabajo por días libres a mitad del año, de cancelar o postergar compromisos, la estadía había salido bien y con delicias. Como si en México el azar les hubiera marcado previamente un espacio en el que desde el primer día pudieran convertirse en otros, sanos, alegres, jóvenes, sin preocupaciones”. Sólo que ya no son tan jóvenes y el peso del tiempo busca su balance por más que las vacaciones en un hotel de lujo pueda resultar una pausa placentera, la posibilidad ilusoria de instalarse en un presente continuo como niños jugando a construir castillos de arena a orillas del mar.
¿Qué puede llevarse uno de viaje que no sea su propia circunstancia? Mediante un entramado narrativo sutil y delicado, una prosa de alto nivel poético y diálogos perfectamente construidos sobre la base de una gran variedad de registros y tonalidades, Vlady Kociancich logra hilvanar las historias personales de cada uno de los personajes para que, lentamente, comiencen a materializarse algo más que secretos y deseos inconfesables. Paul, por ejemplo, un arquitecto exitoso y divorciado que ha decidido llevar de viaje a Miriam, una joven con la que mantiene una relación compleja y necesaria, una especie de pantalla que oculta sus verdaderas intenciones. “Había sido un error invitarla a las vacaciones en México. Un capricho de último momento. Apenas un mes antes del viaje se había dejado seducir por el dudoso halago de que lo persiguiera una alumna de la Facultad.” Pero nada es lo que parece en Los secretos de Irina, o por lo menos no del todo cuando se trata de que los personajes se confiesen algunas verdades a sí mismos. Y esto es parte de la tensión que mantiene la escritora a lo largo de toda la novela, donde las infidelidades, las culpas o las mentiras, lejos de generar una trama de enredos entre adultos o caer en arquetipos banales, logra poner de manifiesto problemáticas complejas de orden existencial, acaso la angustia como un puente tendido para atravesar temas tan complejos como las dificultades que entraña la vida en pareja, el valor de la amistad y la lealtad, la paternidad, el amor con sus imponderables y, por sobre todas las cosas, ese sentimiento intenso y muchas veces inefable que surge cuando, una vez pasados los cuarenta años, el deber ser se convierte en un relato absurdo. Un día, el grupo decide realizar una excursión a las ruinas de Chichén Itzá. “Fue en la sofocante languidez de aquel mediodía de Julio y sus cuarenta grados a la sombra en el hotel de la Costa Maya, cuando Irina presintió con disgusto que la excursión a las ruinas de Chichén Itzá sería inevitable. Durante unos segundos la estremeció una corriente de frío, una partícula de hielo en la esfera marina de calor que contenía a los cinco amigos”. Y este es el verdadero comienzo de El secreto de Irina, donde Vlady Konciach desdobla la trama y la hace funcionar de manera paralela, por un lado con Irina que en un determinado momento se aleja del grupo para probarse algo a sí misma, nadando, y algo extraño le sucede, queda varada y perdida en la boca del pozo de los itzaes, el cenote, sin entender cómo sus amigos pudieron haberse ido sin ella, y por el otro lado, Paul, que se niega a aceptar que su amiga se haya ahogado y emprende una búsqueda frenética mientras lo amenazante va cobrando forma alrededor de una cultura desconocida y todo lo que se esconde detrás de esa mitología del Cenote Sagrado, morada del Dios de la lluvia y entrada al inframundo.
“El último trecho del cruce se le hizo eterno. Varias veces hundió la cabeza en el agua. Ya alcanzaba la orilla cuando sintió que no podía moverse. Gritó. Raíces de plantas acuáticas, serpientes de madera viscosa, le enroscaban las piernas. Luchó para zafarse pero solamente conseguía que el nudo se apretara. Al fin, exhausta, rendida a esa prisión, bajó los brazos. Antes de perder el conocimiento, antes de que el agua la tragara, pensó en la muerte”. De pronto la noción del tiempo sufre un quiebre y lo que podría ser el comienzo de una novela fantástica, rápidamente gira hacia otra dirección: el miedo tiene su origen en la cultura. Y es hacía esa zona donde se dirige a partir de ahora el gran trabajo literario que realiza Vlady Kocianch en esta novela admirable. Irina es rescatada por mayas, cuyo jefe es un hombre llamado Zalazar, enigmático y extraño, que en tiempos antiguos hubiera sido un famoso Ja Xiu. “Usted es muy joven, no podemos dejar que su alma se vaya al paraíso de los héroes cansados, los héroes con sus almas torcidas por la infelicidad y la desgracia que buscan el paraíso de la muerte. Ya salvamos su cuerpo, debe salvarse el alma. Zalazar me ordenó. Yo lo obedezco. Después, me dijo Zalazar, sólo después haremos el trabajo”. Es a partir del misterio que encierra ese “trabajo” lo que mantiene la tensión hacia el final de la novela. Y ahora sí, finalmente, se puede plantear la originalidad de El secreto de Irina. Allí donde el lector cree adivinar la inminencia de un sacrificio como parte de una referencia a las antiguas ceremonias ligadas al mito maya de la creación, Vlady Kocianch sorprende otra vez con un giro logrado e inesperado, tan necesario, muchas veces como la obligación de guardar un secreto para salvar a alguien.
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