ANIVERSARIOS
Empanadas sí, libros también
Por Cecilia Sosa
Siesta de domingo y casi no podría ser más atípica: 25 de mayo, feriado y jornada de asunción presidencial. Todo conspira para que Clásica y Moderna compartiera la paz soleada de los locales aledaños. Pero no. Una multitud se congregó en la antigua librería de Callao 892 y se fundió en charlas, abrazos y recuerdos: una pantalla que evoca imágenes de los 65 años transcurridos desde su inauguración. “Clásica y Moderna fue el antitemplo más sagrado del mundo. Siempre tuvo las empanadas más ricas del mundo”, juzga Fernando Noy mientras captura un canapé de una bandeja que zigzaguea sobre las cabezas bien peinadas de los que tienen algo por peinar.
En la puerta, hay fila para abrazar a la anfitriona, Natu Poblet, que recibe a todos sin soltar una pancarta que dice: “65 años no es nada si es febril la mirada”. Los mozos apelan a los recursos más odiados para que alguna copa llegue llena al fondo del salón. O a las mesas de la ventana, donde, precavidas, se instalaron Lidia Lamaison y Diana Ingro.
Ricardo Talesnik se suma a la caza de famosos: Felipe Noé, Tina Serrano, Liliana Heker, Carlos Orgambide, Ana María Shua, Marikena Monti, Aldo Barbero, Orlando Barone, Donna Caroll, Juan José Sebreli, Hipólito Solari Yrigoyen. “Te traigo a alguno”, se ofrece. Y vuelve con un Horacio Molina de sonrisa amplia, traje impecable y tortilla española en mano que se presta al recuerdo enumerado: “Muchas noches de música con Oscar Cardozo Ocampo, con Gilman o solo con la guitarra. Los mozos, Paco Poblet, las empanadas (otra vez), siempre riquísimas”, dice.
A poco de ser fundada por Francisco Poblet en 1938, Clásica y Moderna se convirtió en una de las librerías más prestigiosas de la ciudad, con dos ingredientes clave para cualquier época: lo atípico del material ofrecido y las figuras que hicieron suyo el espacio. Borges, Mujica Lainez, Bioy Casares, Jauretche, Pizarnik, enumera una gacetilla y son imaginables miradas llenas de tensión en los paseos en busca de novedades editoriales. Hasta Patricia Bullrich, Jorge Telerman y Facundo Suárez Lastra se abren espacio en el tumulto. Noy, que afina técnica alimentaria sin descuidar saludos, asegura: “En un cuarto que hay por ahí nos reuníamos con la gente de El escarabajo de oro, la primera revista literaria viva. Así, tuve la suerte de acceder al mundo de Abelardo Castillo, Liliana Heker, Roberto Amado y de escuchar a Ana D’Anna”. Todavía se acuerda cuando llegando con Olga Orozco descubrió expuesto en la vitrina su primer libro de poemas. “Natu Poblet siempre le dio lugar a la vanguardia”, tributa. Otra que solía visitar el boliche era Alejandra Pizarnik, que “vivía muy cerca pero ya salía poco. Tenía una habilidad para revolver estantes y descubrir tesoros como guiada por una mano de oro. Comprábamos y nos íbamos para La Paz”, cuenta Noy.
Por aquel entonces Clásica y Moderna sólo funcionaba como librería. Recién en 1988, Ricardo Plant recicló el local para hacerlo barrestaurante y se sumó el café concert y la galería de arte, donde se colgó la obra del plástico Oscar Monje.
“Cuando en el ‘86 volví del exilio, Natu Poblet me invitó a dar unas charlas de literatura”, recuerda Noé Jitrik. “Fue la primera posibilidad que tuve de reinsertarme y después reapareció mucha gente que no veía desde hacía 10 o 15 años. Que se conserve un lugar así en Buenos Aires es a la vez utópico y profundamente melancólico”, asegura el escritor. Algo similar deben haber pensado los funcionarios de la Legislatura de la Ciudad que en el ‘99 declararon la librería Sitio de Interés Cultural.
Sin importar metiérs, cada invitado parece guardar algún recuerdo. “Este es uno de los pocos lugares donde he cantado hasta altas horas de lamadrugada”, confiesa Tina Serrano. Oscar Barney Finn cuenta que filmó ahí una escena de Contar hasta 10, “porque siempre había millones de libros que no se conseguían en ningún lado”. O Vladi Kociancich: “Acá fue la presentación de mi primer libro de cuentos, y tantas charlas sobre novelas que se iban a publicar y otras que no se publicarían nunca”.
Entrada la tarde, Marikena Monti entona a capella una enfática versión del Himno Nacional, coreada casi como un anticipo del que resuena en la asunción de Kirchner. Los invitados se van con un souvenir: las memorias anticipadas de Emilio Poblet Bollit, padre del fundador. “A los 65 años, me puse nostálgica”, dice Natu y anuncia la llegada de las empanadas. A última hora, los rezagados se van con un adicional: “Bailarín compadrito”, de Horacio Molina, y una vívida interpretación de “Reunión” de John Cheever, por Aldo Barbero.