El mundo del espectáculo
“Las revoluciones proletarias serán fiestas o no serán,
porque la vida que anuncian está bajo el signo de la fiesta. El juego es la racionalidad última de esta fiesta, vivir sin tiempos muertos y gozar sin trabas son las únicas reglas que podrá reconocer”.
Por Alejo Schapire
Desde París
“Después de la muerte de Debord, la conspiración de silencio fue reemplazada por una conspiración de habladurías. Asistimos a los homenajes más sorprendentes, a los vasallajes más inesperados, a las mezclas más extrañas”, se queja el alemán Anselm Jappe en su insoslayable ensayo Guy Debord (2001(. Este fenómeno de asimilación, anticipado, temido y combatido por Debord, se desarrolla paralelamente a un creciente interés editorial por el autor de La sociedad del espectáculo y fundador de la Internacional Situacionista. En los últimos cinco años se han publicado más libros sobre el agitador francés que en las cuatro décadas anteriores. Al ya clásico libro de Jappe, se suman la biografía Vie et mort de Guy Debord de Christophe Bourseiller (1999), los dos primeros tomos que reúnen su cartas, Correspondance 1957-1960 y 1960-1964 (2001), y nuevos testimonios de sobrevivientes de la aventura situacionista.
ACHICAR LA POESIA
A una edad en que los chicos juegan con autitos, el pequeño Guy, que nunca aprendería a manejar, tiene una pasión obsesiva: recortar personajes, aviones, barcos y luego pegarlos en un cuaderno. A los quince años, lo fascinan los nombres de las calles. Con una banda de amigos, recorre las arterias principales de Cannes y se divierte cambiando las placas de las calles, desorientando a los desprevenidos transeúntes. De algún modo, Guy Debord no haría otra cosa el resto de su vida.
La infancia es una de las tantas zonas oscuras que explora Vie et mort de Guy Debord de Christophe Bourseiller, especialista en vanguardias estéticas y políticas que reconstituye la vida de un personaje del que sólo se sabía lo que éste había querido que trascendiera. La entrevista con un medio hermano revela una familia burguesa con un padre muerto prematuramente, una madre ausente y un linaje para quien la guerra fueron unas largas vacaciones en la costa del sur. El perezoso alumno Debord brilla sólo por sus “cualidades innatas”. Y si gana concursos radiofónicos nacionales de preguntas y respuestas lo debe a su cultura general, que tiene menos que ver con el colegio que con las lecturas extracurriculares de Rimbaud, Lautréamont y su modelo, Arthur Cravan (poeta, boxeador, aventurero, desertor y panfletario).
En 1951, a los diecinueve años, Debord se cruza con un personaje que marcaría su destino. Isidore Goldstein, alias Isou, es un rumano francófilo que ha logrado escapar de la persecución nazi. En 1942, este joven culto y ambicioso había concebido un nuevo movimiento artístico: el letrismo. En la práctica, el letrismo (heredero de la aventura simbolista) es una poesía sonora a base de consonantes “escupidas” y vocales aulladas. El objetivo de los letristas es destronar al dadaísmo y al surrealismo de André Breton –por quien sienten un odio edípico– que, poco a poco, entra en los templos burgueses del arte y la publicidad.
El letrismo alcanza la fama en 1950, cuando varios acólitos de Isou irrumpen, el día de Pascuas, en la Catedral de Nôtre-Dame. Disfrazado de cura, Michel Mourre, un antiguo dominico, se mezcla entre la multitud de devotos y empieza a leer una carta que acusa a la Iglesia de estafa, de lacra de Occidente, y clama la muerte de Dios. El arresto policial, que salva a los provocadores del linchamiento, le da al movimiento una sulfurosa reputación en toda la Rive Gauche. Cada vez más absorbido por una megalomanía con tendencias mesiánicas, Isou dirige su primera película, Tratado de baba y de eternidad (1951), un film que transpone las técnicas letristas al celuloide. Concretamente, es una hora y tres cuartos de imágenes de letristas superpuestas con documentales robados de la pesca de la sardina y del Partido Comunista Francés, con una banda de sonido desconectada de lo que se puede ver. Esta técnica, llamada “détournement”, consiste en desviar el sentido original de imágenes y discursos para hacerles decir otra cosa. Isou decide viajar a Cannes para presentar su obra en el festival. Guy Debord, que había escuchado hablar del escándalo de Nôtre-Dame, aprovecha la ocasión para ponerse en contacto con la tribu letrista. El encuentro, decisivo, lo decide a mudarse a París.
ARTISTAS, LOCOS Y CRIMINALES
Debord no tarda en integrarse a la fauna del barrio latino. Pero, rápidamente, la repetición de los intentos por llamar la atención pierde efectividad. En 1952, hartos de un líder cada día más delirante y frívolo, varios de los miembros más jóvenes resuelven romper con Isou y formar una tendencia disidente, encabezada por Debord. Esta facción, bautizada Internacional Letrista, prefiere unir el letrismo a una crítica social de inspiración marxista. A Debord no le interesa buscar una nueva estética, para él es hora de aplicar la poesía a la realidad, “hacer de la vida el octavo arte”.
El flamante jefe de la IL ordena politizar la acción y definir una estrategia centrada en la experiencia; la práctica debe preceder la teoría. Ese material empírico lo encuentran rodeándose de locos, delincuentes y bohemios. Entre ellos se cuentan René Leibé, quien para demostrar que nunca trabajará se deja crecer unas uñas de diez centímetros de largo. A principios de 1953, Debord escribe con una tiza sobre una pared de la rue de Seine “No trabajéis jamás”, un graffiti que se haría popular quince años más tarde, durante los sucesos de mayo.
Recorrer las calles de París es una de las actividades favoritas de los letristas. El itinerario, dictado por la curiosidad y la pasión, sirve para apropiarse la ciudad. Este errar –que recuerda el de los personajes de Rayuela– se llama “deriva”. Iván Chtcheglov, autor de un fallido atentado contra la Tour Eiffel, es el primero en publicar una teoría sobre “la deriva continua”, que plantea una reformulación del urbanismo moderno. El concepto es luego ahondado en 1955 en una nota que firma Debord en la revista belga Les Lèvres Nues, donde se refiere por primera vez a una “psicogeografía”. En la misma revista, Debord escribe: “Entre los diversos procedimientos situacionistas, la deriva se define como una técnica del pasaje precipitado a través de ambientes variados”. “Situacionistas”: como al pasar, Debord inventa una palabra que tardaría un año en cargarse de significado.
El resultado de este análisis desemboca en un proyecto, el “urbanismo unitario”, que aspira a expresar sensaciones y, sobre todo, a inventar nuevas pasiones. Esta concepción arquitectónica encuentra un eco en Cobra, un movimiento de artistas de Copenhague, Bruselas y Amsterdam (de donde el acrónimo). Asger Jorn, un pintor danés que vive en Italia, donde ha fundado el “Movimiento Internacional por un Bauhaus Imaginista”, descubre el letrismo a través de la revista iconoclasta Potlatch, que dirigen Debord y sus cómplices. En julio de 1957, la IS y el MIBI se juntan en Cosio d’Arroscia y se fusionan en una nueva agrupación: la Internacional Situacionista.
UNA REVOLUCION SILENCIOSA
La IS reprocha a las formas artísticas anteriores, así como también a las fuerzas de la extrema izquierda, el no tener en cuenta el cambio tecnológico de mediados del siglo xx. Frente a los intelectuales, los situacionistas se consideran una vanguardia de la presencia, en oposición a la vanguardia de la ausencia, representada por Ionesco y Duras, que proponen una crítica vieja y puramente negativa, copiada de Dadá. Lo que los separa de los “artistas de la descomposición” es que “no queremos trabajar en el espectáculo sobre el fin del mundo sino en el fin del mundo del espectáculo”.
Esta intransigencia es también política. Como explica Yan Ciret, crítico de la revista Art Press: “La actitud virulenta hacia el medio político e intelectual es uno de los rasgos principales de la IS. Esto la hará denunciar, desde el origen, a todos los grupúsculos izquierdistas maoístas, con la misma agresividad que al partido comunista, juzgado stalinista. Los situacionistas comprenden, inmediatamente, qué burocracia totalitaria se esconde detrás del maoísmo o lo que Debord va a llamar lo espectacular concentrado, es decir el stalinismo”. Para ellos, contrariamente a los partidos de izquierda, China, Cuba o Vietnam del Norte no son más que el “capitalismo burocrático de Estado”.
Otro aspecto que separa a la IS de comunistas y trotskistas es su oposición al trabajo. Para los situs, “el verdadero problema revolucionario es el del ocio”. Por un lado descuentan que los problemas políticos y morales serán superados. Pero sobre todo observan cómo los Estados necesitan organizar el tiempo libre “con el embrutecimiento obligatorio de los estadios y de los programas televisivos”.
Estamos en 1954. El primer proyecto situ es una vasta experimentación de los medios culturales para introducirse “en la batalla del ocio, el verdadero teatro de la lucha de clases”. Los conceptos situacionistas de psicogeografía, urbanismo unitario y détournement son puestos al servicio del “hay que cambiar la vida” de Rimbaud. La IS recibe otro aporte capital, abriendo excepcionalmente sus puertas a un universitario, Henri Lefebvre, autor de Crítica de la vida cotidiana, una visión marxista independiente dentro de la corriente comunista francesa. Lefebvre defiende una tesis entonces original: la alienación económica no es la única alienación. Explica cómo la nueva tecnología, con la televisión a la cabeza, refuerza la pasividad del hombre cortándolo de la historia. Frente a esta no-participación y el espectáculo, la IS responde con una “ciencia de las situaciones”.
Al mismo tiempo, otro rito importado de la IL se perpetúa en la IS: la exclusión. Aunque la edad promedio de los miembros de estos grupos es de 21 años, Debord impone un rigor que se traduce en la expulsión ante la menor falla. A lo largo de toda su vida, por razones políticas o personales, Debord echaría de su entorno a dos tercios de sus amigos, a veces sin explicaciones. “Es preferible cambiar de amigos que de ideas”, decía. Debord no duda a la hora de expulsar a Juan Goytisolo por mundano y a Michèle Bernstein, su primera mujer, por cantar el himno israelí. Los situs no admiten más de una militancia a la vez. Los nuevos temas situacionistas son la autogestión generalizada, las huelgas salvajes y los Consejos Obreros.
Hacia 1965, la elaboración del análisis situacionista está terminada y es hora de pasar a la acción. Esta nueva fase nace en 1966 en lo que se conoce como “El escándalo de Estrasburgo”. A principios de año, la IS se apodera de la Unión Sindical de Estudiantes Franceses de Estrasburgo. Mustapha Khayati, delegado de la IS, viaja a la Universidad del Este y, con el dinero del sindicato, publica un panfleto incendiario, Sobre la miseria en el medio estudiantil, que ridiculiza la mercancía cultural, la fascinación abstracta por el tercer mundo, la incapacidad para luchar en la vida real y lo que llaman la “sociedad espectacular mercantil”. De Robbe-Grillet a Godard (“un producto como la Coca-Cola”), los situs se burlan de todo lo que es considerado hasta ese momento como vanguardista. Las últimas frases rezan: “Las revoluciones proletarias serán fiestas o no serán, porque la vida que anuncian está bajo el signo de la fiesta. El juego es la racionalidad última de esta fiesta, vivir sin tiempos muertos y gozar sin trabas son las únicas reglas que podrá reconocer”. “Gozar sin trabas”, “Consumid más, viviréis menos”, “Urbanismo limpieza sexualidad”, la mayoría de los slogans que tapizarían dos años más tarde los muros de París, salen de la cocina situacionista. Nadie como la IS anticipó el Mayo Francés.
das kapital
“Y sin duda nuestro tiempo... prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser... lo que es ‘sagrado’ para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado.” No, no se trata de un comentario de los realities shows. La cita, de Feuerbach, es el epígrafe de La sociedad del espectáculo, publicado en 1967.
A través de 221 aforismos, Debord describe la última fase del capitalismo. Utiliza un estilo efectivo, gracias al contraste entre su prosa clásica, pausada, y el hedonismo y el ardor revolucionario que exalta. Su libro más leído (estratégicamente, Debord deja libre el derecho de copia y reproducción) usa constantemente la paráfrasis, empezando por las primeras líneas de El capital, de las que sólo cambia la palabra “capital” por “espectáculo” porque, según su tesis 34: “El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación que se transforma en imagen”. Para Debord, “el espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre personas, mediatizada por las imágenes”. Luego de haber transformado el ser entener, el espectáculo opera una degradación suplementaria: del tener al parecer.
La sociedad de Debord, como Le traité de savoir-vivre à l’usage des jeunes genérations del situacionista belga Vaneigem, del mismo año, se convierten en una suerte de biblia libertaria detrás de las barricadas en Mayo del ‘68.
La reputación de los situacionistas es tal que en toda Europa y EE.UU. surgen militantes pro-situs. Pero, contrariamente a los partidos que hacen proselitismo, la IS rechaza a quienes quieren ingresar en sus filas. Siempre mantendrá cierta distancia elitista, para servir únicamente como detonador. “Lo que habíamos entendido, no fuimos a decirlo a la televisión. No aspiramos a los subsidios de la investigación científica, ni a los elogios de los diarios. Nosotros llevamos el aceite ahí donde estaba el fuego”, diría Debord.
Además, adentro de la organización las exclusiones se multiplican. En abril de 1972, la IS es declarada oficialmente muerta. Las razones de esta disolución se detallan en La véritable scicion dans la IS, escrito por Debord y el italiano Gian-Franco Sanguinetti. En este texto, los autores explican los problemas internos del movimiento y afirman que sus ideas ya han sido diseminadas por el mundo, dando por terminada su razón de ser.
EL BANQUERO ANARQUISTA
Mientras el mito Debord empieza a tomar forma, éste hace una versión cinematográfica de La sociedad del espectáculo, seguido de un cortometraje para responder a las críticas de su película. Para Debord comienza una nueva etapa. En 1971 conoce a Gérard Lebovici, una suerte de banquero anarquista, un productor de cine que, pese a ser el hombre más exitoso del milieu, odia su trabajo. Fascinado por Debord, Lebovici crea Champ Libre, una editorial no comercial que publica sólo lecturas radicales, empezando por una reedición de La sociedad del espectáculo. Debord, que se ha vuelto a casar con la eurasiática Alice Becker-Ho, dirige de lejos la línea editorial de la empresa, publicando entre otros a Clausewitz, Baltasar Gracián y Jorge Manrique, que traduce personalmente al francés. El resto del tiempo viaja por Europa, sobre todo a España e Italia. En 1978 filma en Venecia In girum imus nocte et consumimur igni (palíndromo que en latín quiere decir “van dando vueltas en la noche y son devorados por el fuego”), una autobiografía, completada más tarde por los dos tomos de Panegírico (ver Radarlibros del 14 de enero de 2001).
El 5 de marzo de 1984 Lebovici aparece asesinado en un estacionamiento. El crimen jamás será esclarecido, pero la prensa amarilla acusa a Debord, a quien trata de oscuro gurú. Éste se defenderá de sus detractores escribiendo Consideraciones sobre el asesinato de Gérard Lebovici (1985). La responsabilidad del maître à penser es descartada por la policía, pero la noticia agrava el alcoholismo de Debord. En 1988 escribe Comentarios sobre “La sociedad del espectáculo”, donde, ante la incredulidad general, anuncia la caída de los regímenes de Europa del este. En esta obra, la más pesimista, aparecen además sus últimas preocupaciones: la manipulación de los servicios secretos a los que, entre otras cosas, acusa de dirigir las Brigadas Rojas, cosa que más tarde será probada. Al mismo tiempo anticipa la fusión de lo espectacular concentrado (sociedad soviética) y lo espectacular difuso (democracias representativas) en un espectacular integrado, una dictadura que usa el espectáculo haciéndose más presente cuando menos se la ve.
En sus últimos días, Debord se interesa en la ecología y en la desinformación, llegando a una paranoia compartida por varios de los mejores escritores norteamericanos actuales. Esta desesperanza es acompañada por unaenfermedad ligada a su dependencia alcohólica. El 30 de noviembre de 1994, con 62 años, luego de avisar a su entorno, Guy Debord se pega un tiro en el corazón con una carabina. Un mes más tarde, el hombre que nunca dio un reportaje ni fue a la televisión aparecía en un documental difundido por Canal +. La recuperación había comenzado.