EL INFIERNO DE LOS TRADUCTORES
El noveno círculo
La historia de la traducción en la Argentina está profundamente imbricada con la historia del Estado nacional, desde la actividad pionera de Bartolomé Mitre traduciendo los versos de la Divina Comedia. En estos días acaba de distribuirse una nueva versión de la magna obra de Dante.
POR MARTIN PAZ
Cuenta la leyenda literaria que el general Bartolomé Mitre, durante la guerra del Paraguay, dedicaba las horas vacías de los largos días sin combate a la traducción de la Divina Comedia. En una de aquellas bochornosas tardes en el monte, un oficial entró en la tienda de campaña del militar y al verlo sumergido entre diccionarios y hojas desparramadas, con curiosidad, inició el siguiente diálogo:
–¿Qué anda haciendo, mi general?
–Aquí me ve, traduciendo al Dante.
–Hace bien, a esos gringos hay que darles con todo.
La anécdota, probablemente apócrifa, circuló a lo largo del siglo en un puñado de variantes que alteraban el contexto y los interlocutores de Mitre, pero no el insidioso remate. Por su parte, el trabajo de Bartolomé Mitre inició una tradición de traducciones de la Comedia en el Río de la Plata, a la que se suma por estos días la de Antonio Jorge Milano editada por Grupo Editor Latinoamericano. La primera edición de la traducción de Bartolomé Mitre se publicó en 1889 con el título El infierno de la Divina Comedia. En su prólogo, Mitre señala dos causas que lo impulsaron a comenzar la tarea. Por un lado, una necesidad personal (su trabajo es el resultado de cuarenta años de relecturas obsesivas del texto). En segundo término, en un gesto de dantesca autosuficiencia destaca lo que considera una carencia objetiva: no existen traducciones en español dignas de la obra. En este punto Mitre era particularmente crítico de la traducción española de Pezuela, de moda hacia finales del siglo diecinueve.
Con una entonación más modesta, Angel Battistessa alcanzó el punto más alto del recorrido de Dante por las pampas y probablemente uno de los más altos en la lengua española. Su traducción, proyectada en 1965, año en que se cumplieron los 700 años del nacimiento del poeta, se publicó en su versión definitiva en 1984. Su edición bilingüe, ricamente ilustrada, enfrenta el texto original italiano con la nueva versión y elige los tercetos de endecasílabos, que sólo se verán alterados en su metro cuando el sentido del verso peligre. De esta manera, la traducción resulta bella, poética y clara, al mismo tiempo.
A fines del año pasado Antonio Jorge Milano publicó una cuidada edición en tres volúmenes, que repite la amabilidad de confrontar el texto original y ofrece un exhaustivo sistema de notas al final de cada capítulo. En cuanto a las ilustraciones, Milano recupera un puñado de ilustraciones clásicas (Botticelli, Gustave Doré o William Blake) y agrega algunas nuevas de artistas contemporáneos, como las de Oscar Capristo, María Cristina Criscuola y Clelia Speroni.
¿Cómo surge el proyecto de traducir
una obra tan compleja?
–La Divina Comedia siempre me pareció una obra fundamental. La dificultad que encontré en mi propia lectura fue que la erudición de Dante puede ser un problema para los lectores que se enfrenten con la obra: cita muchísimas cosas sobre todo históricas, políticas, religiosas, contemporáneas a él y anteriores, que hacen que el lector se desanime. Puesto en ese papel de lector, decidí hacer una lectura minuciosa, para mí, de la que surgieron mis propias notas y luego, como corolario, la traducción, que fui haciendo a medida que leía el texto.
Usted habrá leído la traducción de Mitre, que en uno de sus prólogos explica las motivaciones personales y critica mucho las traducciones anteriores. ¿Por qué consideró usted necesaria una nueva traducción y qué opinión tiene de las traducciones anteriores?
–Mire, no soy tan presuntuoso como para considerar que era necesaria una nueva traducción y, sobre todo, la mía. Con respecto a la traducción de Mitre, tiene algunos méritos y deméritos. La de Battistessa (Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1984) es quizá la más meritoria. Aunque es irregular y personalmente me parece que en algunos momentos logra su objetivo y en otros no. Tengo la impresión de que su traducción refleja que fue hecha en distintos momentos y en un período muy largo. Mi traducción fue hecha en continuidad: ningún día dejé de trabajar en ella.Traducía aunque fuera diez minutos, cada día, hasta durante los viajes: me acuerdo de haber traducido parte de un canto del Infierno en un hotel en Uruguay. Me gusta una traducción de Montes de Oca, una traducción mexicana, que editó Porrúa. Es una traducción en prosa que me parece muy buena. Hay una española, de Crespo, que es en verso y que no me gusta. La traducción en verso es azarosa: en una traducción, conseguir el verso y la rima, en tercetos y endecasílabos, es una hazaña.
Es la hazaña que intenta Mitre con resultados desiguales. El texto original es una obra escrita originalmente en tercetos encadenados con una rima estricta. En su prólogo usted explica que optó por “tercetos ritmados”. ¿Cómo resolvió ese primer problema?
–Conociendo la medida de mis fuerzas no decidí de ninguna manera hacerlo rimado. Lo ritmado (medida intermedia) tiene como objetivo poder enfrentar bien los versos del texto en la lengua original con la traducción. Hacer esos endecasílabos ritmados me permitió conservar el terceto, enfrentado con el terceto italiano. A mí me gusta, creo que a los lectores con un poco de conocimiento de otra lengua también, confrontar el verso italiano con el verso castellano. Muchas veces para corroborar lo que uno sabe de la otra lengua o para, con cierta malicia, tratar de ver qué errores cometió el traductor.
Un segundo problema es a qué español se va a volcar el texto original. Mitre anuncia en el prólogo que va a emplear el español del siglo XV, por considerarlo el más cercano al italiano de Dante. Después, en las sucesivas reediciones –hace cuatro reediciones en cuatro años y llega a corregir 1400 versos–, va dejando de lado esa decisión.
–Creo que la de Mitre fue una decisión errónea. Considero que hay que traducir al castellano contemporáneo y en el caso del Río de la Plata, cuidarse mucho de no hacerla en español peninsular.
Cuando un traductor se enfrenta a un texto antiguo tiene dos problemas a resolver: el primero es traer ese texto al momento en el que está traduciendo, a una lengua y un horizonte conceptual contemporáneo. En segundo lugar, el de recuperar el contexto histórico y lingüístico en el que la obra fue escrita. Esto último da como resultado muchas traducciones de textos clásicos llenas de arcaísmos, latinazos y neo-arcaísmos. Mitre, al referirse al incendio de Troya, traduce la “Ilión combusta”: cuanto más se acerca a las llamas que abrasaron a Ilión, más se aleja de la semántica española. Entre esas dos opciones, la de traer el texto para que sea ágil a la lectura de un contemporáneo y la de recrear el momento en el que fue escrito, Milano se inclina por la primera: “La elección por la contemporaneidad del autor, tratar de reproducir el momento histórico de la lengua siempre es artificial. Se puede lograr una mejor traducción en la lengua contemporánea. Generalmente las otras opciones no resultan bien, como no le resultó a Mitre”.
Antonio Jorge Milano, médico psiquiatra de profesión, demuestra que, en este trazado histórico por la suerte de Dante en el Río de la Plata, para traducir la Divina Comedia se puede ser General en plena campaña o médico cruzando el Río de la Plata.