El extranjero
Samaritan
Richard Price
Bloomsbury
Londres, 2003
378 págs.
“El problema no está en querer escribir guiones para cine; el problema está en ser bueno escribiendo guiones para cine”, explica Richard Price. Y Price (nacido en The Bronx, en 1940, con parte de su cuerpo paralizado por un trauma cerebral) sabe perfectamente de lo que habla porque tal vez sea uno de los pocos casos de escritor salvado –y no destruido– por Hollywood.
Price arrancó como novelista social en 1974 con la admirada The Wanderers (que Phil Kaufman llevó al cine en 1979) y se ganó el respeto de gente como Hubert Selby Jr., Martin Scorsese y Bruce Springsteen. Siguió en la misma onda con Bloodbrothers (1976, protagonizada en la pantalla por Richard Gere) y ahí nomás empezaron los problemas sobre qué contar porque lo que Price contaba era la propia vida. Ladies Man (1976) y The Breaks (1983) son novelas “desesperadas” y dictadas por una rampante fiebre cocainómana que casi quemó vivo al autor y lo dejó sin ganas de escribir ficción, pero con esa habilidad pasmosa para imaginar diálogos perfectos intacta. La gran pantalla era la solución obvia, y así surgieron películas como The Colour of Money, Sea of Love, Mad Dog and Glory y el video Bad de Michael Jackson.
En algún momento, Price decidió que era hora de volver a intentarlo y creó el autobiográfico ghetto de Dempsey para plantar allí dos novelas sociales que lo revelaron como un profundo investigador del color negro y de lo que ocurre cuando éste se mezcla con el blanco: Clockers (1992) y Freedomland (1998) vendieron mucho, fueron celebradas por la crítica, y demostraron que sus diálogos funcionaban muy bien en el celuloide y todavía mejor en el papel.
Ahora, con Samaritan, Price propone su novela más íntima y a la vez más ambiciosa. Su “héroe” se llama Ray Mitchell, creció en Dempsey, fue profesor de escritura, se hizo cocainómano, condujo un taxi, fue rescatado por un ex alumno que siempre lo admiró, ganó buen dinero escribiendo para una serie de televisión, y ahora decide volver a Dempsey para reencontrarse con su hija de trece años adicta a Buffy: La Cazavampiros (personaje formidablemente bien trazado) y, de paso, hacer el bien indiscriminadamente. Y así, claro, Ray es víctima de una monumental paliza que lo lleva a una sala de terapia intensiva y a ser interrogado por una amiga de su infancia ahora convertida en policía. Ray, por supuesto, no acusa a nadie y todo el libro –ordenado en una sucesión de investigaciones y flashbacks– es el intento de reconstruir lo sucedido. Sí: Samaritan puede leerse entonces como un muy bien aceitado whodunit –un thriller donde se intenta averiguar quién lo hizo–, pero es mucho más que eso. Hay algo de dostoievskiano en Ray, y el lector comprende enseguida que lo más importante aquí no es encontrar al culpable sino comprender la culpa secreta del castigado. El tema de Samaritan es la pasión casi autodestructiva con la que Ray busca ser querido “por su hija, por su novia de color, por el mundo entero” y el misterio de saberse un sobreviviente nato. Todo esto y mucho más envuelto para regalo en esos diálogos sin precio de Price.
Rodrigo Fresán