Perfiles
Waly Salomão (1943-2003)
El 5 de mayo de 2003, a las 7 de la mañana, murió en Río de Janeiro el poeta bahiano Waly Salomão. Fue velado en la Biblioteca Nacional entre nenias y batucadas, y cremado a las 9 de la mañana del día siguiente en el cementerio de Cajú. Tenía 59 años.
Waly era alto, vibrante, sonoro. Versátil en la pura materia: no vino al mundo para ser “clásico de nacimiento” sino para “tener hambre de transformarse”. Poeta y letrista (trabajó con Caetano Veloso, Gilberto Gil, Moraes Moreira y Adriana Calcanho- tto), intérprete y alquimista de las señales y desvíos que irradian las culturas, esteta voraz y verborrágico, amador de libros y de favelas, cifró su búsqueda en una palabra clave –travesía– y por eso fue un hábil constructor de puentes capaces de unir, con humor y sabiduría, “extremos” que a primera y torpe vista parecen inconciliables.
No fue ni pretendió ser un marginal de la cultura brasileña, tampoco un outsider. Ajeno a la soberbia solapada de los acólitos/émulos del barón de Teide, siempre estuvo cerca del corazón salvaje, en el centro –unas veces diáfano, otras tormentoso– de la vida misma. Decía que “todo poeta debe creer que su lengua es reina y señora del mundo, de las montañas, las selvas y las ciudades, y por lo tanto no se puede someter a los postulados de los profesorcitos de literatura. El poeta tiene que ser el líder de la lengua y para eso debe trabajar el triple que cualquier profesor, que sólo se preocupa por sus horarios y espera la jubilación”. Como Oswald de Andrade –el más radical de los modernistas, el que puso a las vanguardias en sintonía con la literatura brasileña–, Waly se jactaba de ser un hombre sin profesión. Algunos de sus maestros: Walter Pater, Baltasar Gracián, San Juan de la Cruz.
Creía que la tradición no debía ser canónica sino interna, íntima. Quería “sentir que Manuel Bandeira soy yo, que Carlos Drummond de Andrade soy yo, que Murilo Mendes soy yo. Que cada uno de ellos desciende en mí como un caballo desciende en el candomblé. Que mi cabeza, mi corazón, mis entrañas no se comprimen en una visión dogmática. Quiero ser un hombre de caminos múltiples, un heterodoxo. Amar lo que no soy”.
Como su amigo (y primer lector e impulsor), el gran Hélio Oiticica, Waly se dejaba guiar por la idea de experimentar lo experimental. Con Hélio descubrió el parangolé y a propósito de Hélio escribió en 1992: “Sol, eje de convergencias y divergencias y contradicciones millonarias, nieto del mentor militante del movimiento anarquista Ação Direta. Hélio Oiticica en tanto vértice de un Brasil complicado, un Brasil complejo. Culpa y culpa y culpa y cárcel oscura y calabozo y mazmorra; herencia pesada de un Portugal inquisidor, de la pedagogía colonizadora jesuita y del estigmatizante espíritu de la contrarreforma. Brasil es un gigante semidormido del Atlántico Sur, signado por un abismo socioeconómico casi sin paralelo en la Tierra: un puñado de millonarios representa la pieza teatral ‘La vida en la isla de la prosperidad’... y una clase media cada vez más enjuta y una horda de miserables”. Un Brasil que hoy, en el año 2003, promete cambiar la historia. Un Brasil donde la muerte (que siempre actúa de la misma, imprevista manera) sorprendió al Navilouco Sailormoon en plena efusión pública: convocado por el ministro de Cultura de Lula, Gilberto Gil, dedicaba su energía volcánica a hacer de la Secretaría Nacional del Libro un organismo vivo. Un nuevo puente.
En Verdad tropical, Caetano escribió: “La cara de Waly, su aire de seriedad dulce (el exacto opuesto a su personalidad habitual) quedó relacionada, para mí, con los momentos en que la frágil felicidad parecía posible”. La felicidad que Waly encarnaba, la de las Upanishads: “Cuando se obtiene felicidad se actúa. Pero antes es necesario desear conocer la felicidad”.
Teresa Arijón