El escritor en la trinchera
La conjuración sagrada.
Ensayos 1929-1939
Georges Bataille
Ed. y trad. Silvio Mattoni
Adriana Hidalgo Editora
2003
272 págs.
por Ariel Schettini
La conjuración sagrada reúne algunos textos fundamentales de la obra de Georges Bataille (1897-1962). Fundamentales en los dos sentidos: porque que son básicos para la comprensión de su obra y además son el pilar sobre el cual se sostienen muchas de sus evoluciones posteriores.
Escritos entre sus treinta y cuarenta años, los textos reunidos en La conjuración sagrada dejan escuchar la voz de uno de los más grandes maestros de filosofía de los filósofos franceses del siglo XX: Alexandre Kojéve, cuyas lecciones sobre Hegel, la dialéctica del amo y el esclavo y la filosofía del trabajo fueron enseñanza para toda la escuela de la fenomenología francesa, tanto como para Lacan y cuanto intelectual circuló por París en la década del treinta.
Aunque Bataille asistió, como todos, a las lecciones de Kojéve, nunca renunció al gran enemigo de Hegel: Nietzsche, a quien llamaba su amigo del alma en la tierra. Y acaso sea probablemente el deseo de una síntesis entre ambos filósofos (si tal cosa fuera posible) lo que llevó a Bataille a desarrollar una filosofía ecléctica, antiacadémica y revulsiva.
De todos modos, Bataille jamás se desprendió de la idea de que bajo toda reflexión filosófica hay un sedimento de biografía y autobiografía quetrabaja sin cesar sobre la idea más abstracta (así, su obsesión por el ojo y el éxtasis encuentra su fundamento en la ceguera paterna y su mirada en blanco en el momento de la micción). Escuchar, prestar atención a ese lecho biográfico lo hizo conducir su reflexión por el camino del arte y de la experimentación artística.
En alguno de sus textos Bataille reconoce un fondo de horror y de oscuridad en toda práctica artística, lo que explica sin dudas el motivo por el cual el arte nació en las cavernas (Altamira o Lascaux) y es necesaria la voluntad de iluminar la pared (ir hacia el arte) lo que lo hace visible.
Para Bataille no hay reflexión, de todos modos, que no forme una parte sustancial de la vida. Esa voluntad etnográfica hizo que su reflexión siempre fuera un asalto a quien lo lee como si estuviera describiendo al lector. “Me tienen miedo”, decía, para definir su lugar marginal en el campo filosófico moderno.
No era para menos. Ahora, después de sus alumnos (Barthes, Foucault, Derrida), que se atrevieron a decir más de una cosa de sí mismos, el gesto personal y desafiante del filósofo parece común y es casi una práctica cotidiana en la filosofía. Pero las cosas eran diferentes cuando Bataille escribió; sobre todo, si tenemos en cuenta que su carrera académica nunca superó un puesto de bibliotecario (complicado e itinerante) en diversas bibliotecas de Francia. Ese puesto, menor pero también sosegado, le permitía hacer investigaciones históricas y antropológicas que sumaron muchísima información a sus libros.
Se dice que por las noches, de todos modos, el bibliotecario tenía prácticas menos ortodoxas y probablemente más agitadas que la mera selección y ordenamiento de los libros. Es que Bataille, estimulado seguramente por el ambiente de los artistas surrealistas que frecuentaba y de quienes fue un documentador insoslayable, siempre reflexionó sobre aquellas prácticas humanas que quedaban en una zona oscura y encubierta de la vida: el don, el regalo, el gasto, el erotismo y el sacrificio son algunas de las obsesiones que recorrieron su vida (Breton lo elevó a la categoría de “caso” en su Segundo Manifiesto Surrealista).
Después de la lectura de Marcel Mauss (el Ensayo sobre el don) y de haber asistido a una sangrienta corrida de toros, Bataille se ocupó de la relación que establecían las culturas con el gasto y una de sus primeras observaciones fue sobre la producción “excesiva” que tenían todas las culturas. Por qué una cultura produce “más” de lo que necesita y provoca siempre “sacrificios” (es decir, “produce lo sagrado” en sentido etimológico) fue un problema que desarrolló en La parte maldita, uno de sus libros más provocativos. Esa parte maldita de la producción es siempre, para Bataille un rechazo y una crítica a la estructura social.
El sacrificio era, en la civilización azteca, la muerte de un esclavo (que por primera vez hacía de su cuerpo algo “útil”); pero también, en las culturas primitivas norteamericanas, el potlach (como estructura del don que desafía el intercambio): o la tauromaquia (que reúne el erotismo y lo atávico en una lucha desigual, sangrienta y fálica).
El erotismo es uno de esos aspectos malditos de la sociedad a los que Bataille no cesó de asediar y al mismo tiempo de incorporar a la reflexión y la racionalidad. El juego del deseo, la muerte y el tabú, puesto en la vida más cotidiana y llevado a situaciones extremas, era su objeto antropológico preferido. Bataille se sirvió de cuanta teoría encontró a mano para explicar el fenómeno trivial y encontró el núcleo más intenso de la dinámica social en los intercambios eróticos y sus manifestaciones a través de la historia. El erotismo como el modo mediante el cual el hombre entra en la muerte desde la vida, y afirma la vida en la muerte misma. Pero esa fuerza no es para él una práctica aislada sino la configuración de un modo del comportamiento social y una forma nuclear, básica delintercambio en las culturas. En 1961, poco antes de su muerte, publicó El erotismo, libro de culto, imprescindible para comprender la cultura filosófica de nuestro tiempo.
Si los objetos de análisis de Bataille son tan transgresores (y lo fueron en su época con furia) es porque en realidad estaban incorporados a un modo intelectual de la resistencia política cuyos frutos aparecen en la posguerra europea. Libros fundamentales como Eros y civilización de Marcuse, el Seminario de Lacan o la Historia de la sexualidad de Foucault son impensables sin la obra pionera y moderna de Bataille.
En esa obra es insoslayable su práctica antifascista, que trata de entender la irracionalidad de la fuerza puesta en la racionalidad del Estado, tal como aparece en este libro compilado por Silvio Mattoni. Pero también se lee acá su mirada microscópica sobre la cultura, una mirada que no permite dejar el detalle en la banalidad y lo convierte en objeto privilegiado para la lectura del comportamiento. El dedo gordo del pie o el modo en el que erigen los monumentos, el uso cultural de la figura del caballo o del camello, son en La conjuración sagrada espacios perfectos para analizar la distancia entre lo material y lo ideal en la sociedad. Qué se hace y cómo se usa el diseño físico humano en relación con el espacio es una discusión que, ubicada en lugares precisos de la anatomía humana, nos habla de la cultura en la que vivimos.
Al mismo tiempo que una obra de pensamiento, Bataille tuvo una importante tarea como agente cultural: algunos artículos y manifiestos de las revistas que fundó están publicados también en este libro.
Pero los textos fundamentales, como “La noción de gasto” –donde trata de presentar el término gasto para explicar la fuerza (nietzscheana) que no produce nada, que aparece como acto gratuito– y su teoría del fascismo son una lectura importantísima porque los muestra como fenómenos que atraviesan el arte, la vida práctica, la acción religiosa, la racionalidad y la irracionalidad humanas. Y no solamente por aquello que debaten, sino por el modo completamente sui generis de la presentación de una hipótesis de trabajo.
Los textos de Bataille tienen una fuerza que indudablemente extraen de la confrontación de objetos sociales con el mundo de la estética de vanguardia, y en ese choque es donde inscribe sus textos.
Alguien ha dicho de Bataille que su época más productiva fue durante la ocupación alemana de Francia. Su tarea como parte de la resistencia cultural francesa que vio la luz en los años posteriores fue muy fecunda. Probablemente sea también porque es inimaginable la escritura de Bataille sino como la de un hombre que escribe desde las trincheras, no solamente las reales, sino también desde las trincheras del pensamiento, mientras caen las bombas que destruyen todo prejuicio y toda convicción.
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