Dom 13.07.2003
libros

RESEñA

Grupo de familia

Me gustaba más cuando era hijo

Marcelo Birmajer
Sudamericana
Buenos Aires, 2003
220 págs.

por Jorge Pinedo

Ocultar la verdad en el equívoco es lo que suele definir al humor, a la inversa de la ironía, que la subsume en una impostura de seriedad. En la intersección del humor y la ironía se instala desde el chiste judío hasta la socarronería del comediante anglosajón. A su vez, para Marcelo Birmajer, quien lee, mientras lee, resulta imposibilitado de hacer algo peor. Razón suficiente para que la lectura aparezca a modo de mecanismo de retardo de las calamidades que azotan el orbe. También, de paso, abre una brecha entre el acto de leer y la literatura, dado que su apotegma nada indica acerca de las propiedades de lo escrito. Espacio fértil donde puede instalarse cualquier cosa. Es en ese ámbito donde Birmajer sitúa los breves relatos reunidos en Me gustaba más cuando era hijo. Confesiones de un padre.
Con las intimidades de la vida cotidiana como escenario, el autor de los brillantes cuentos de Historias de hombres casados (2001), incursiona en un costumbrismo a la Seinfeld, sin Seinfeld. Oportunidad idónea a fin de que Birmajer despliegue la primera persona de su entrañable personaje, destinado a padecer aquellas cosas que el común de los mortales disfruta, y, viceversa, goza de lo que el vulgo padece. Lejos de todo proselitismo, define el libro como de “anti-ayuda”, otorgándose una patente de corso suficiente a fin de incursionar en todos los puertos de la monotonía doméstica. Lo hace recurriendo a un sistema de frases cortas que saltan de un objeto a otro, a veces conectadas por la mera homofonía o sutiles efectos de sentido, al modo de los memorables “¡Oh!” de hace cuatro décadas pergeñados por Piolín de Macramé, (a) Florencio Escardó: “Oh, relaciones clandestinas, todo vuestra fortuna está depositada en la cuenta de las relaciones legítimas”.
Por momentos, la lectura de Me gustaba más... transporta al lector a la mesa de un café concert frente a la cual Birmajer, de pie frente a un micrófono y vestido de negro, despliega sus dotes histriónicas. Sin altibajos, arranca con las “Tribulaciones de un padre escritor” (algunas de ellas publicadas en Clarín) para pasar sin escalas a despuntar “El sentido de la vida” y, de allí, a apartarse del ámbito hogareño a fin de incursionar en los reencuentros de condiscípulos secundarios, las cenas en pareja, la orgías, el desodorante, los suegros, Internet, las reuniones de consorcio, los artesanos, el turismo, en fin, un catálogo de opinología de cabotaje que se afana por arrancar una sonrisa al habitante de un país que transcurre puertas afuera. O no tanto, ya que en forma esporádica desliza alguna impronta, como cuando narra el discurso de un necio que opina sobre la invasión de los EE.UU. a Afganistán, y entonces Birmajer sentencia: “para cuando terminó de pronunciar su imbecilidad ya todas las tropas norteamericanas estaban de vuelta en casa, con una sola baja propia y la red terrorista enemiga eliminada”. De extemporáneo vigor –el libro fue finalizado en marzo de 2002– los relatos mantienen su actualidad precisamente en la comedia intimista con moraleja: “el mandamiento básico del matrimonio: todos tenemos los mismos problemas, y lo que hace duradero un matrimonio es simplemente no tratar de solucionarlos”. Fórmula, entre tantas otras, que en modo alguno pone en cuestión su rol de pater familiae y le permite de allí abrevar materia prima para lanzar al mercado un par de exitosos libros por año.

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