RESEñA
Nuestros antisemitas
NACIONALISMO Y ANTISEMITISMO EN LA ARGENTINA
Daniel Lvovich
Ediciones B
Buenos Aires, 2003
602 págs.
POR GABRIEL D. LERMAN
“El viernes 10 de enero a las 6 pm llegó frente al local de esta organización, Ecuador 645, un grupo de particulares armados con revólveres y palos, y encabezados por agentes de policía y conscriptos. Desde la calle hicieron una descarga al interior del local. Luego forzaron las puertas y ventanas y, posesionados del local, destruyeron todos sus objetos: muebles, ventanas, puertas y persianas, y quemaron la biblioteca, golpeando con los sables y las culatas de los máuseres a cuanta persona, hombres, mujeres y niños encontraron a mano.” El testimonio no corresponde a los años setenta ni a otras criminalidades recientes sino a la Semana Trágica de 1919, y fue incluido en la presentación realizada por una organización israelita al gobierno, donde se dejaba constancia de los atropellos contra instituciones e individuos judíos llevados a cabo. De los 3578 detenidos, 560 eran judíos.
Según Daniel Lvovich, autor del orgánico y potente libro Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina, tales episodios antijudíos no deben autonomizarse del carácter general de la represión sindical y política, pero marcarían el comienzo del uso del antisemitismo en la arena política. La reacción antidemocrática contra el positivismo liberal condensa un conjunto de apuestas ideológicas diversas, enmarcadas en la revisión de la política inmigratoria y el ataque a la configuración social y cultural resultante. Lvovich rastrea diversos fenómenos asociados a la recepción del antisemitismo europeo en la Buenos Aires finisecular: la repercusión de La France Juive de Edouard Drumont (1886); los procesos a Dreyfus y la intervención de Zola (1898). Textos y noticias cuya influencia aumenta si se verifica la centralidad cultural de Francia aquí. Lvovich desentraña, asimismo, el modo en que la Iglesia Católica emprende la redefinición de su papel, en la medida en que adscribe a Roma en tiempos en que se incorpora la encíclica De Rerum Novarum (1891), en la que el papa León XIII funda el moderno catolicismo social. El intento por recuperar terreno frente al liberalismo y al socialismo, responsabilizados por el materialismo y la pérdida de valores imperantes, lleva a repensar el vínculo con las clases trabajadores.
Lvovich hace eje en el funcionamiento vernáculo del mito del complot judío masónico y socialista contra la cristiandad, que fue convirtiéndose en tópico de las incipientes reacciones, por un lado del nacionalismo criollo en su vertiente hispanista y antiliberal, y por otro del catolicismo, hasta sistematizarse en la década del treinta. El capítulo dedicado a El Kahal-Oro (1935), la versión en formato best-seller del funcionario, novelista e intelectual católico Hugo Wast (seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría) es, tal vez, una de las partes más logradas.
Resulta un acierto que Lvovich recupere aspectos de la historia judía en la Argentina pero sin detenerse en ella, dado que, como sostiene Goldhagen, el antisemitismo debe entenderse como una expresión de la cultura no judía, y no es una respuesta a una evaluación objetiva de la acción judía.
De la “Introducción” surgen algunas claves de lectura. Según estimaciones recientes, las víctimas judías de la dictadura militar fueron alrededor de 1300 personas, lo que sumaría otro escándalo a la ignominia: los judíos tienen una sobrerrepresentación de más de cinco veces respecto de su proporción en la población argentina. Los estudios sobreantisemitismo bajo la dictadura no descartan, además, que el origen judío haya influido tanto en el proceso de selección de las víctimas como en la decisión de asesinarlas. Más cerca, a las periódicas profanaciones de tumbas en cementerios judíos y a los casos de discriminación y xenofobia, en los noventa se sumaron los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, que dejaron más de un centenar de víctimas fatales. El ataque a la AMIA, señala Lvovich, es el más importante atentado antisemita desarrollado en Occidente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Aunque los responsables intelectuales de los atentados, de los que aún se desconoce la identidad, fueron con seguridad agentes de países involucrados en el conflicto de Medio Oriente, no existen dudas acerca de la participación de miembros de las fuerzas de seguridad argentinas entre sus ejecutores y cómplices. Por esos días, se podía escuchar en los medios que “murieron judíos, pero también cayeron inocentes”, y se afirmaba que “entre las víctimas había judíos, pero también argentinos”.