ENTREVISTA
Conducta en los velorios
El rastro, la novela de la mexicana Margo Glantz que acaba de ser publicada en Buenos Aires, es, a la vez, una investigación sobre el duelo popular ante la muerte y, por la vía del monólogo interior, de la conciencia femenina.
Por Laura Isola
Un velatorio en un pueblo mexicano, el cadáver en el féretro debidamente acondicionado y una mujer, Nora García, antiguo amor del difunto, que piensa, asocia y recuerda. Tales son el ambiente y los personajes de El rastro, la última novela de Margo Glantz, quien pasó por Buenos Aires para presentarla. Narrada en primera persona, con los recursos del monólogo interior y el fluir de la conciencia a propósito de la despedida final a un ser alguna vez querido, el texto se ubica en una tradición muy prestigiosa y al mismo tiempo en temas y propósitos ya transitados. Mientras agonizo, Finnegans Wake, algo de Mrs. Dalloway, por ese preciosismo a la hora de narrar saberes banales sobre cómo acomodar las flores, son títulos y autores posibles de ser evocados.
Por supuesto que Glantz es absolutamente consciente de esta operación y habilita a pensar su escritura en relación con un doble desafío: el desafío de la página en blanco, por un lado, por el otro, la disputa de un lugar en la escritura de novelas sobre velorios: “Las ciudades han burocratizado a los velorios. Se realizan en lugares impersonales y van desfilando los muertos. Pero en los pueblos se siguen haciendo en las casas y convergen en esa ocasión distintas voces y se conservan ciertas tradiciones como la de la comida y la bebida. Enfrentar un tema como el velorio es, por supuesto, casi como hacerse cargo de un género. Igual me interesaba tomar ese tema tan escrito y hacer otra cosa”.
¿Esa “otra cosa” tiene que ver con la recurrencia al tema del corazón tanto desde el punto de vista de la divulgación científica como desde las letras de tangos y boleros y el lugar común?
—Sí, me interesaba hacer coincidir toda la banalidad asociada con el corazón: en el tango, en los boleros, en los pésames de los velorios siempre hay una serie de alusiones muy banales. Trabajé durante años haciendo listas larguísimas que tengo en cuadernos. Me la pasaba apuntando todas estas referencias: desde los folletines, las letras de tangos y cosas escuchadas por ahí. La investigación sobre las enfermedades del corazón, dolencias, tratamiento y operaciones las fui estudiando en enciclopedias. Trabajé mucho con la historia de la medicina.
En la novela hay un uso literario del paréntesis. Es decir: el paréntesis deja de tener un uso como signo de puntuación para volverse funcional al discurso de la conciencia de la narradora. ¿Por qué utilizó este recurso?
—Era muy importante manejar la asociación en una especie de monólogo interior o el fluir de la conciencia. Combinar una serie de estados de ánimo y que desde la misma voz de la narradora se armara como un prisma con las otras voces. Los paréntesis eran muy útiles para hacer que el presente, pasado y futuro quedaran como aglutinados. Tratar de acomodar muchas voces, muchos pensamientos y sus distintos niveles: la frivolidad, el dolor, el rencor, la historicidad de la pasión, el problema del cuerpo. Acumular paréntesis como se agolpan los pensamientos, siguiendo su ritmo.
En cuanto al ritmo del que usted habla hay una presencia de la música muy interesante: ya sea porque tanto el muerto como su ex mujer son pianista y cellista, respectivamente, como por las pequeñas biografías de músicos que recuerda Nora, las conversaciones sobre los castrados y sobre la interpretación de Glenn Gould sobre las Variaciones Golberg de Bach.
—La música forma parte de mis intereses y voy a escuchar conciertos con mucha frecuencia. Tengo conocimientos de música, que perfeccioné para este libro. Creo que hay una correspondencia entre el asunto musical y la forma de trabajo: esas repeticiones levemente cambiadas sobre un mismo tema que van dando una intensidad. Esto también está relacionado con la música.
Un poco lo que hace Gould sobre una pieza clásica es similar a lo que plantea la novela: a un tema clásico imprimirle un nuevo ritmo.
—Trabajo con esto hace mucho tiempo y siempre me gustó la forma en que Sor Juana pelea con la retórica, que la obliga a escribir dentro de cánones muy estrechos, tanto formales como de contenido, y sin embargoella puede crear algo completamente nuevo. Cómo lograr reproducir la verdad del sentimiento y basar esto en el órgano central que es el corazón. Quería hacer converger en esto la circulación de la sangre, cuando el cuerpo está vivo y qué pasa cuando está exangüe.
Esa ruptura también se nota con respecto a la llamada escritura femenina.
—Trabajo con una serie de temas y estructuras que remiten al mundo femenino, pero siempre trato de romper con el estereotipo. Creo que donde se rompe esa relación con la tradición es en la propia escritura. Creo que en este libro hay una cosa femenina de la moda y la frivolidad. En el medio del dolor por una muerte, Nora García se fija en los zapatos y los trajes de las otras mujeres.
¿Por qué será que pasa tan frecuentemente en los velorios que uno se pone a hablar y a mirar cualquier cosa?
—Es verdad que uno se distrae con lo que lo rodea. Y esto pasa, justamente, porque uno sigue vivo y esa es la forma de manifestarlo.