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Domingo, 31 de agosto de 2003

RESEñA

Hacer memoria

EL TERROR Y LA GRACIA
León Rozitchner

Norma
Buenos Aires, 2003
368 págs.

POR DANIEL MUNDO

La memoria no es un inocente depósito de mercaderías al que se recurre cuando se necesita algún recuerdo. Los recuerdos no están disponibles para cuando se los llama, y cuando aparecen, respondiendo a un llamado o asaltando el cuerpo de improviso, no es tan sólo el pasado el que reaparece, como aparece nuestra infancia cuando se revisa el álbum de fotos familiares: es el presente el que se reordena, haciendo luz sobre el pasado que retiene y en el que se sedimenta. Los artículos que León Rozitchner recopila en El terror y la gracia muestran lo doloroso que puede ser el trabajo de la memoria cuando uno no se amedrenta por esta aparición, y se propone, como tarea, darle un sentido.
Por lo general esta tarea de hacer significar lo rememorado suele clausurarse antes de comenzar. Varias cuestiones predisponen para esto: el dolor gratuito y sin embargo fundamental que puede conllevar a veces abrir ciertas direcciones de pensamiento; el miedo (el terror, dice Rozitchner) que suspende la facultad de reflexión, y hace aceptar como verdadero lo que no es más que consigna ideológica; la indiferencia por los otros, y el egotismo concomitante. Si bien habría que cuidarse de no pensar que estos estados de ánimo se producen con la misma lógica que se elaboran los productos del trabajo, tampoco pueden ser aceptados como algo natural. La matriz cultural contemporánea los alienta, al tiempo que discursivamente pretende ahuyentarlos. Lo hace a partir de prácticas anodinas, y que por otro lado son necesarias para la vida de los hombres: el entretenimiento, la distracción, que todo el mundo necesita para poder pensar y actuar de un modo feliz, son, al parecer, las únicas formas válidas con las que se inviste el pensamiento en la sociedad de la información, formas que han reemplazado los lazos comunitarios que orientaban los deseos de los hombres y los contenían afectivamente.
Rozitchner plantea una continuidad entre el plan de nación elaborado por la última dictadura militar y la democracia posterior, principalmente los años menemistas. Para él, es una misma violencia la que actúa sobre la población, y desalienta su poder contra-violento, o en otras palabras, la hace descreer de sí misma. El sentimiento de indefensión en cada individuo se acrecienta. Esta perspectiva le permite a Rozitchner tramar una sutil crítica a la izquierda argentina y a los años violentos de los setenta: muestra cómo sus proyectos se anclaban en un racionalismo patriarcal afín a lo que combatían, y que estaban imposibilitados de oír otras voces y otros poderes. Escuchar estas voces provenientes de los poderes del cuerpo hubiera significado imaginar otro tipo de política, desconfiada de la conciencia, descreída del odio. El fundamento de esta política preservaría el sustrato infantil y la sensibilidad femenina que anida en todos los hombres, alimentaría la filiación amorosa y el núcleo de confianza que nos permite ser en el mundo en común.
Esta política no tuvo lugar. Y, sin embargo, sostiene veladamente Rozitchner, actúa en nosotros, aunque lo haga a pesar nuestro, o aún en nuestra contra. Sabe desplegarse en algunos lugares recónditos de la memoria. Es el trabajo de la memoria que la actualiza, por tanto, lo que habría que cuidar. Una memoria que transporte las voces silenciadas tendría el deber de ubicarse en una situación en la que pueda hablar y cuestionar tanto la herencia recibida como el presente vivido. Es esta lucidez la que reclama el pasado, y que los sobrevivientes, como Rozitchner, no pueden desoír.

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