A TREINTA AÑOS DE LA MUERTE DE PABLO NERUDA
Carta al editor
¿Te fallaré una vez más con mis artículos? Lo tenía, tuve una girondiana “ideíta reputita” central, y después todo se volvió como siempre un grumo odioso.
Yo quería reivindicar la obsesión de Neruda, que dejó una sombra de verdad pasional en todo nuestro continente y en el mundo y que es lo más generoso de su obra. Aunque no nos guste un poema o un libro, no podemos dejar de reconocer su grandeza en la exigida redención de la obsesión de su obra, como una presencia que se vuelve figura obsesiva.
De adolescente oía que los surrealistas argentinos, Olga Orozco, Pizarnik y Enrique Molina, decían que el poeta Neruda estaba sólo en su libro Residencia en la tierra, pero yo no comprendía bien lo que decían y consentí esas palabras también “surrealistas”. Hoy creo que la obra de Neruda vale por toda su obsesión, que se halla como un oro pulviscular hasta en los más mínimos detalles de su autobiografía, es decir, de su poesía.
Es admirable cuando en Confieso que he vivido Neruda dice que nunca dejó de ser un niño, pero que siempre le disgustó que lo trataran como a un niño –que incluso en las embajadas se dirigían a él como si fuera un niño, acaso porque sumaban en su presencia al niño y al poeta, digo yo, al puer-senex latino, diría Lezama Lima, al fanciullino, diría Pascoli, al niño que parece hablar después dentro de nosotros mismos una lengua muerta (“la poesía habla una lengua muerta”, nos dice Pascoli, “pero la lengua muerta es lo que da vida al pensamiento”). Como en Artaud, es esa construcción de la obsesión lo que da vida a la poesía de Neruda, a su mundo singular y frágil a pesar de toda la sucesión de cordilleras y alturas del Machu Picchu. Es esa obsesión de faro y de ritornello lo que erige su voz y su pureza cierta de ensimismado.
Ya ves, es nada lo que puedo decir, como una emoción que abarca mis primeras lecturas, el poema de Veinte poemas de amor... que todos repetíamos: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche...”. Acaso uno de los más bellos, uno de los más verdaderos; puesto que se habla de amor cuando se habla del doloroso decir o del habla humana. Y Neruda no nos habla de otra cosa.
arturo carrera
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