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Domingo, 9 de noviembre de 2003

EXCURSIONES

The Villegas Affair

Del jueves 23 al sábado 25 de octubre, el Club Social Eclipse y otras instituciones de General Villegas hospedaron una nueva edición del programa “Puig en acción”, un maratón de charlas, paneles, proyecciones, comidas, títeres, chismes, teatro y murgas consagrado, esta vez, a los 30 años de The Buenos Aires affair. Radarlibros estuvo ahí y pescó algo de todo lo que se sigue murmurando sobre Manuel Puig en las calles del pueblo donde nació, que alguna vez se descubrió con escándalo en sus libros y que hoy le debe casi todo.

Por Cecilia Sosa
La crítica suele encontrar en la obra de Manuel Puig un punto de fuga, un núcleo esquivo e inclasificable. Algo similar ocu rre con General Villegas, su lugar natal. O peor. Porque en este pueblito abandonado en mitad de la pampa, a 450 kilómetros de la capital, escenario apenas transmutado de sus dos primeras novelas (reconocidas como autobiográficas en un 95 por ciento), sucede algo raro: póstumo, Puig se convirtió en un nuevo personaje de ficción. Sí: como dice la académica Francine Masiello, en Villegas el “referente real” se afloja y en su lugar aparece otro; o mejor dicho: otros. Porque Villegas se transformó en un concierto de voces trunco, contradictorio. Que por ejemplo dice simultáneamente:
–Que Puig no es un fenómeno masivo.
–Que todos los libros que llegan de Buenos Aires desaparecen en un solo día.
–Que Puig sigue maldito.
–Que no hay nadie que no se jacte de tener algún pariente mencionado en La traición de Rita Hayworth o en Boquitas Pintadas.
–Que Villegas es, fue y será un pueblo conservador, por completo ajeno a toda literatura.
–Que cada viento o lluvia es un hilo más que anuda Manuel desde el cielo.
Algo en Villegas parece transcurrir en algún espacio intermedio entre realidad y ficción. Casi como una vendetta póstuma, el pueblo que expulsó para siempre a Puig a los 14 años ahora quiere guardarse sus secretos.

Puig: nueva entrega
Viernes 24 de octubre. En el primer piso del club social Eclipse se reúnen la burocracia municipal y provincial, académicos, artistas, organizadores, alumnos del Colegio Nacional. Es la inauguración de una nueva edición del programa “Puig en Acción”, que desde 1993 organiza la Biblioteca Pública Municipal. En total, tres días de charlas y paneles, un documental, comidas, títeres, chismes, secretos, teatro, murga, calor y tormenta de los que participó el mismísimo secretario de Cultura de la Nación Torcuato Di Tella. La excusa: los 30 años de la publicación de The Buenos Aires Affair, tercera novela de Manuel Puig. La encargada de la apertura es Patricia Bargero, directora de la Biblioteca y responsable de la nueva oleada “mágico/puiguista” que envuelve al pueblo. “Entre todos seguimos armando este folletín que es el affair que tenemos con Puig. Les agradecemos que sean parte de esta entrega”, dice.
Nota al pie. Desde que hace 18 años un fatídico accidente la condenó a una silla de ruedas, Patricia consagró un saber y una sensibilidad sin estridencias a abonar la memoria del autor en el pueblo. Desde febrero, y luego de cinco años de refacción, vive en la casa en la que vivió Puig hasta los 3 años. Conservó puertas y aberturas originales, el aljibe y hasta la bañadera “donde Coco pasó tantas horas”, según le escribió la madre de Puig, Male, que vive en Buenos Aires rodeada de las mismas películas de Hollywood de los ‘40 que veía con su hijo en la Sociedad de Fomento Española, el viejo cine de Villegas, hoy en reparación.
En la sección “Acechanzas críticas”, los especialistas Graciela Speranza, Julia Romero, Claudia Kozak, Guillermina Rosenkratz y José Amícola andan y desandan la secreta actualidad de The Buenos Aires Affair, su carácter “salvajemente experimental”, su programa estético de vanguardia, su relación con el cine, la locuacidad inteligente de sus personajes femeninos (Speranza), su exacerbación política y sexual, su antiperonismo (en pleno 1974), su carácter “pornográfico” (endilgado por la censura en el ‘75) y su prohibición, y las amenazas que le deparó a su autor por parte de la Triple A (Romero).
En las últimas filas de la sala también hay acechos. Con sus remeritas de futuros egresados del nacional, los adolescentes que se escabulleron de clase para el evento esconden sonrisas, se acomodan en las sillas de plástico, disimulan bostezos, se tocan, juegan. Ni fuerzas para aplaudir.Y es imposible no ver a la Raba, a Paquita, a Pancho y a Juan Carlos, adolescentes que sueñan con el momento en que les toque irse. Porque... “qué vas a hacer acá, ¿repositor de góndolas?, ¿trabajar en el campo?”.
En el baño de Eclipse, tres chicas se arreglan frente al espejo. Un giro, otro más. ¿Puig?
–Nació acá.
–Escribió Boquitas Pintadas.
–Era gay.
–¿Gay? –los ojos de la de rulitos y lentes se abren enormes.
–A mí me dijeron que era homosexual.
–Y... este pueblo da para todo.

Desayuno Alegre
Mañana de sábado. Gilberto Alegre, intendente de Villegas. Filiación: peronista. Tercer período. Un café. Hijo de familia trabajadora. Estudia Abogacía en la Córdoba del Cordobazo, donde resuenan el Mayo Francés y la Primavera de Praga. Pero no, no lee a Puig. No lee en general. Lector de vacaciones, alguna novela policial, pero no mucho: después no duerme. Conoce a Puig por la película, por Boquitas Pintadas, prohibida. Para verla se fue a otro pueblo. Tenía 15, 16 años. No hubo lecturas demasiado intelectuales de la película; más bien chismes, las costumbres de la época, el escándalo. Todos iban al cementerio a ver la tumba de Juan Carlos. Ahora no. Alegre no ve ningún resabio de esa época. Puig no es un fenómeno masivo, dice. El grueso no lee, dice. Sólo un grupo, la Biblioteca, que trabaja para imponerlo. Y él acompaña. Es lindo ser intendente, dice. Le gusta.

Imaginación portentosa
Como en 2001 lo fue Cesar Aira (esta vez ausente con aviso), el invitado especial del encuentro fue Osvaldo Bayer, que supo frecuentar a Puig en su exilio europeo. El tema: “Repercusiones en Alemania de El beso de la mujer araña”. Bayer recuerda charlas con Manuel sobre “la necesidad de una ética en la Economía”, lee tramos de Boquitas Pintadas y cada tanto interpela a una platea mayoritariamente femenina: “¿Esto piensan las chicas al besar al novio?”, se sorprende: “¡qué imaginación portentosa!”. A propósito de El beso de la mujer araña, la lectura de Bayer subraya la sexualidad de Puig e incluye la denuncia de algún coqueteo filo nazi. “Si pudiera, le daría un beso a Manuel, en la frente. El era una mujer. Quería ser una mujer, ser dominada por el hombre”, dice. La platea puiguista apenas puede disimular su escozor. “Manuel seducía a todos por igual. Bayer es Valentín. Es Valentín antes de Medina, antes de El beso”, dice Bayer.

Secreto digital
En 1990, cuando Puig murió en Cuernavaca (México), su legado pasó una temporada en la Universidad de Princeton y luego fue trasladado por su hermano Carlos a Buenos Aires. Once enormes cajas con manuscritos, fotos, cartas, guiones inéditos, traducciones y más. “En tantos años de exilio, Manuel no tiró nada. Hay más de veinte mil documentos por clasificar”, dice Graciela Goldchluk, doctora en Literatura de la Universidad de La Plata. Goldchluk, junto a José Amícola y Carlos Puig, son los que atesoran la memoria del escritor y los nuevos portadores del secreto. Parte de esos tesoros formará parte de un archivo digital financiado por el Conicet. Goldchluk adelanta algunos de los hallazgos: más de tres mil páginas de manuscritos de Buenos Aires Affair, once versiones sólo para el primer capítulo, fotocopias de un libro de autopsias y la hoja de la publicidad de un perfume de la Polinesia publicada por la revista neoyorquina Harper’s Bazar, que Gladys evoca en uno de los tramos de la novela. La especialista proyecta la filmina y también la del “test de mediocridad” con sus dos respuestas, “la de Gladys [el personaje central de The Buenos Aires Affair] y la del propio Manuel”. La exhibición incluye un cuadro cartesiano que prevé los picos de brillo, novedad, atmósfera y pánico que describirá el policial. “Es el primerlibro donde Puig no recurre a la memoria, y la documentación –contra los que dicen que Manuel sólo tenía ‘una imaginación portentosa’– es exhaustiva”.

Ollas Puig
Bar La revuelta, típica esquina villeguense. Carlos y Jorge Puig, primo mayor de Manuel, se escapan de la comitiva para diluir emociones fuertes entre cerveza y tostados y agua mineral. Agua para Jorge, que en todo este año no tomó una copa “pero cuando llegue el 4 (el 2004) se toma todo, empieza a nadar y hasta tal vez se casa de nuevo”. El Héctor de La traición de Rita Hayworth tiene casi 80 años y una vitalidad a toda prueba.
–No, no soy el Héctor –aclara entre risas–. Yo no diría nunca “esa negra de mierda”. Además, el Héctor hacía lo que quería con las minas, y las minas siempre hicieron lo que quisieron conmigo.
–Dale, si eras el buen mozo del pueblo –dice Carlos, sacudiendo su larga barba de profeta.
–¿Qué querés? Tenía 18 años, comía bien, iba a la pileta, al baile. Milonga, amor, todo correspondido. Era una pintura –dice, y casi es posible verlo al Héctor cruzándose a lo de la Paquita, la Ñata, la Mari.
Durante años Jorge compartió con Manuel Puig uno de los cuartos de la casa donde Baldomero administraba la vinería, ahora ocupada por la escuela.
–Yo llegaba a las cinco de la mañana de andar por ahí y el Coco [Manuel] estaba siempre leyendo. ¡Ping!, le apagaba la luz. ¡Ping!, y él la volvía a prender. Así estábamos como diez minutos, hasta que yo me dormía y él seguía leyendo. Ya pensaba, el Coco. Yo no, yo era un pituco, un vagoneta. Años después, cuando Manuel trajinaba el exilio, parte de la familia Puig se consagró a la confección de ollas. Las ollas Puig. A presión. Cuatro sistemas de seguridad incluidas: manómetro, silbato, goma de seguridad y aletas.
–Las mejores del mundo. Las de verdad, no las de imitación –se entusiasma Carlos.
¿Queda alguna?
–¡Están vivas! Eran miles, alguna debe quedar. Las fabricábamos en Buenos Aires. En aquella época las ollas todavía explotaban.
–Me las compraban los amigos, yo estaba en la miseria. La mamá de mi novia me compró una para que me casara –dice Jorge.
–La familia Puig nunca tuvo nada contra el pueblo –arremete Carlos–. Fueron algunos energúmenos. La estupidez da para todo. Los personajes de Boquitas son universales: los ponés en un pueblito de Colombia y también te dan. Pero acá se leyó como si no fuera literatura. Los mismos que después estaban bien en la dictadura. Es el ABC. Si ponés en un medio alcalino una cosa, los que salen coloraditos ¿quiénes son? Los reaccionarios, los acomodados. Muy egoístas. Hubieran querido ser ellos los que escribieron el libro.
Todavía hoy Jorge jura y rejura que aún hay quienes le gritan por la calle:
–¡Jorge! ¡Yo soy la piojosa de Boquitas Pintadas!
–Pobrecita –dice él–, ¿quién no tuvo piojos en la escuela?

Picaflor y pajarito
Durante los tres días Villegas se llenó de Leos Druscovichs y Gladys Hebe D’Onofrios, protagonistas de The Buenos Aires Affair. Leo y Gladys en el teatro, Leo y Gladys convertidos en títeres gigantes, Leo y Gladys en la murga. Gladys con su ojo de picaflor, Leo con su inmenso, desproporcionado “pajarito”.
–A mí Puig me calienta. Sexual y políticamente.
Jesús Pascal tiene 30 años y una monada que lo sigue: Escrachados por la Trucha –Boquitas Pintadas en lunfardo–, la murga del pueblo. Son los responsables de las distintas puestas de The Buenos Aires Affair y los protegidos de la Biblioteca. Lejos de toda pacatería pueblerina, sus versiones incluyen pantallas gigantes, escenas de sexo y violencia,personajes desdoblados, canciones políticas bizarras, parodia y populismo. Pura prepotencia experimental.
–Acá muchos aprendieron a leer con Puig. El que hace de Leo en la obra de teatro no había terminado la primaria, estuvo en cana y zafó con esto. Nadie que llega con el problema resuelto. En la murga se mezclan los que vienen de la villa con chicas del Inmaculada. Somos los colifatos del pueblo. A veces hay tanta energía que terminamos todos enfiestados. Después se van todos y nos quedamos dos meses girando como un trompo.

¿Ultimo affair?
Hay puntos peligrosos donde todo en Villegas parece estar saturado de significación: los ojos azules del chico de 7 años que se da vuelta para indicar una dirección, los albañiles que aparecen trabajando tras la ventana de la habitación del hotel. Se habla hasta del “efecto Villegas”, cuando aún los gestos más nimios parecen sucumbir al embrujo de un pueblo donde ficción y realidad se yuxtaponen y crecen en una espiral ascendente e interminable. El affair con Puig se sigue escribiendo.

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