La condición humana
El respeto
Richard Sennett
Anagrama
Barcelona, 2003
302 págs.
Por Patricio Lennard
“Con la falta de respeto no se insulta a otra persona, simplemente no se la ve como un ser humano integral cuya presencia importa. Cuando la sociedad trata de esta manera a las masas y sólo destaca a un pequeño número de individuos como objeto de reconocimiento, la consecuencia es la escasez de respeto. Al igual que muchas hambrunas, esta escasez es obra humana; a diferencia del alimento, el respeto no cuesta. Entonces, ¿por qué habría de escasear?”
Con este interrogante se abre El respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad, el último libro del sociólogo norteamericano Richard Sennett, suerte de continuación –en más de un sentido– de su célebre ensayo merecedor en 1998 del Premio Europa de Sociología, La corrosión del carácter. Esta vez, Sennett retoma los problemas de las condiciones actuales del capitalismo para pensar, en un registro que oscila permanentemente entre la teoría social y la autobiografía, cómo el respeto y la falta de éste estructuran las relaciones interpersonales, tanto en la vida cotidiana como en las formas modernas del Estado de bienestar –eso de lo que en la Argentina queda apenas sus ruinas–.
La certeza de que las desigualdades de clase y de raza son obstáculos innegables del respeto mutuo es, tan sólo, el punto de partida de un desarrollo que plantea que la disímil distribución del talento, el hecho de ser dependiente, y las formas degradantes de la compasión constituyen, en realidad, las claves para entender por qué el respeto es un bien exiguo. Sennett dirá que no hay política que pueda erradicar definitivamente el malestar que la desigualdad produce en la sociedad, puesto que hay desigualdades inevitables, en tanto la naturaleza misma asigna de manera variable la inteligencia, el talento y la belleza. Por su parte, con respecto a la dependencia (sea ésta del voluntariado o de la red de contención social que instituye el Estado), indicará que funciona como objeto de una vergüenza que está unida a la desocupación, “estigma” producido por la forma en que el liberalismo hace del trabajo un valor moral absoluto, mientras representa, con cierta malicia, a los carenciados como seres carecientes. Así es que la ayuda social, la caridad y el asistencialismo admiten un doblez indeseable: ése que deja a quien los recibe –si no se le pide nada a cambio– en un circuito que reproduce la desigualdad y lo fija a su posición subordinada.
La falta de respeto, por ende, es un problema de invisibilidad. Considerado desde estas pampas, la exclusión social –en el reverso de la realidad primermundista que analiza Sennett– no puede ser otra cosa que eso: la desaparición de millones de personas debajo de una línea que, más allá de cualquier aberración estadística –neutralizada al ser tantas veces repetida–, obtura las condiciones del desarrollo de habilidades que no sean las de la mera supervivencia. Y si de algo emerge el respeto para Sennett, precisamente, es del desenvolvimiento de las capacidades, de las formas de cuidar de uno mismo en un sentido amplio, y de poder retribuir el respeto que se nos dispensa.
No obstante, para realizar su análisis, Sennett privilegia no tanto las desigualdades efecto de la organización social, sino aquellas que son propiamente individuales, y que serían insalvables. Así, concluye que “en la sociedad y en el Estado de bienestar, lo esencial es cómo los fuertespueden practicar el respeto por los destinados a permanecer débiles”. Razonamiento que lejos de ser determinista o cínicamente conservador, es el efecto de una mirada lúcida y realista sobre la condición humana.