EN EL QUIOSCO
Radiografía de una época
Diario de la crisis
Pedro Orgambide
Aguilar
Buenos Aires, 2002
238 págs.
Por Guillermo Saccomanno
“Soy el que soy: un hombre, un viejo. Para ser preciso: un viejo de la Argentina en tiempo de crisis. Sin jubilación de privilegio, sin jubilación siquiera. Veo a mis contemporáneos en las largas colas, esperando turno en los hospitales, como pidiendo permiso para estar todavía en el mundo. Me gustaría envejecer con sabiduría y no con rabia. Pero hoy un contemporáneo se ahorcó acosado por la miseria y vi a otros que salían, temblorosos, de un geriátrico en llamas, de un depósito para viejos pobres. En un mundo globalizado, ser viejo es una molestia, un hombre puede ser una cifra descartable porque los números no cierran.” Esto escribe Pedro Orgambide en “Ser viejo”, uno de los capítulos más lúcidos e impiadosos de Diario de la crisis.
“La realidad es exagerada”, escribe también Orgambide. “Eso lo sabe todo novelista.” Sin embargo, el escritor no retrocede frente al desafío que proponen, en un cruce, tanto el diario, una escritura personal, meditada, como la crónica con destinatario público. La exposición de lo privado, sin contemplaciones, en Diario de la crisis tensa ya no sólo los límites que separan la realidad de la fantasía, la anécdota y la historia, sino también aquellos otros límites que enfrentan a todo narrador honesto con la historia que le tocó vivir. Orgambide, se sabe, ha construido, a lo largo de años, una obra que en más de una oportunidad ha sido comparada con la Comedia humana de Balzac o los Episodios nacionales de Galdós. Como modelos narrativos, ambos desaforados, indican en Orgambide una voluntad férrea de escribir eso que algunos escritores jóvenes ambicionan: la gran novela nacional. En más de un aspecto, Orgambide viene cumpliendo este propósito narrativo con un anarquismo y una voluptuosidad admirables. Anarquismo, al emplear sin prejuicios la novela, el ensayo, la biografía, el teatro, la crónica y la crítica literaria. Voluptuosidad, la suya, al cruzar en su lenguaje tanto la herencia de la milonga, el fraseo de raigambre canyengue, casi paródico, con una prosa culta en la que reverbera lo fantástico latinoamericano. En lo ideológico, está su visión totalizadora y desgarrada de la historia nacional, proveniente de su maestro Martínez Estrada, tan de moda ahora como tan ninguneado no hace mucho.
Precisamente, de Martínez Estrada adopta Diario de la crisis, el último libro de Orgambide, el tono melancólico e indignado de una catilinaria en soledad, excediendo el formato de un típico libro de denuncia en boga.
Así, apelando a una ficcionalización somática de la realidad, como quizá lo hubiera hecho el positivista Martínez Estrada, Orgambide se refiere a una Argentina “enferma” por el neoliberalismo, la concentración de la riqueza y la corrupción. Inevitable, como no podía ser de otro modo, Orgambide concluye citando al Martínez Estrada de 1933, ante la crisis que le tocó vivir, urgiendo a afrontarla “para que deje de perturbarnos” y traerla a la conciencia para “vivir unidos en salud”.
En Diario de la crisis, Orgambide conjuga la crónica del presente inmediato como disparador de la escritura, el descontento social, la exclusión, el escepticismo político y, tomando partido por las víctimas, desocupados, piqueteros, siempre ejerciendo el contrapunto, Orgambide aplica, pedagógico, la memoria de un pasado no tan remoto en que un proyecto de nación, de construcción de identidad, de liberación colonial y justicia social parecían plausibles. Alberdi, Ugarte, De la Torre, Walsh se integran así en un vaivén entre pasado y presente con el ídolo bailantero Rodrigo, el poseído administrador Cavallo y el héroe piquetero Emilio Alí. En el capítulo, “La novela familiar del condenado”, Alí tiene poco más de veinticinco años. Y Orgambide casi lo triplica en edad. La historia que, en lo generacional, podría separar al escritor del piquetero, los une, si no en la misma clase, en sus contradicciones. Porque el escritor, joven periodista durante el bombardeo del ‘55, intelectual exiliado en México en los ‘70, escritor celebrado en la vuelta al país y, en la actualidad, insular y reflexivo, habiendo luchado, con el cuerpo y el texto por un mundo mejor, tiene no pocos intereses en común con el piquetero de los hambrientos, preso de la dictadura banquera.