EN EL QUIOSCO
Nº 21, abril de 2005
Uno de los lugares comunes de los escritores –con razón o sin ella– es la queja hacia los editores de sus libros (sobre todo, según las malas lenguas, después de haber cambiado de editorial). Que un título cambiado, que la tapa, que la foto, que la solapita, que la liquidación de regalías... Lo cierto es que, quizás por discreción, las inversas quejas de los editores hacia sus escritores siempre estuvieron asordinadas. Pues bien, en el último número de La mujer de mi vida, se les da la posibilidad a seis editores de explayarse a gusto sobre sus escritores y las razones que hay para quejarse de ellos. En general, sin embargo, mantienen la corrección política –y la prudencia– para referirse al gremio con el que inevitablemente deben seguir lidiando. En sintonía con esa propuesta, el tema de este número de la revista dirigida por Ricardo Coler es “la queja” y los escritores que aportan su pluma son Dalmiro Sáenz (la queja como esencia de la argentinidad al palo), Leopoldo Brizuela (divertida recopilación de quejas de escritores, incluyendo la historia del día que Borges se drogó) y Sylvia Iparraguirre (aporta un cuento inédito sobre Madonna y Eva Perón). Además, Sergio Olguín se queja de los que se quejan, a propósito del asunto Piglia-Nielsen; Ariel Magnus escribe lo que vio en su recorrida por los bunkers que protegían a Berlín de la Segunda Guerra Mundial; y, por supuesto, las secciones de siempre, horóscopo, el consultorio sentimental, dos margaritas, etc. Y, en la última página, una sorpresa: ahora, La mujer de mi vida también tiene versión peruana.
Publicación internacional del psicoanálisis en la cultura. Nº 6, abril-octubre 2005
El tema central que reúne a la mayoría de los artículos de esta publicación semestral es la violencia. En consecuencia, se multiplican las notas que versan (comentan, analizan, interpretan) sobre los campos de concentración del nazismo y el Holocausto. Como ejemplos: Emilio Gómez Barroso, en “El horno oculto” escribe “notas topológicas sobre el campo de concentración”; Fabiana Grinberg, en “Auschwitz: la letra como testigo”, cita a notables escritores que se han referido a la cuestión (Coetzee, Kertész, Primo Levi); y Bernard Levy arma, también con citas, un discurso integrado sobre la cuestión, en “Testimonio del fragmento”. En tanto que el cruce entre marxismo y psicoanálisis es tratado por Jorge García en “Notas sobre el plus de goce y la plusvalía marxista”, un tema “tan inquietante para el analista como para el militante político”, según se afirma. De cualquier modo, la intención de Letrahora –que es enfocar “la sociedad y la cultura a partir del discurso psicoanalítico”– acaso se advierta más en algunas de las columnas incluidas (como la de la diseñadora gráfica Carolina Marcucci o los esbozos de biografías sobre T. S. Eliot y George Bataille) que en el resto de los artículos que no dejan de estar empapados por esperables y repetidas referencias a papá Jacques Lacan.
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