EN EL QUIOSCO › RESEñA
Sergio Pujol: La década rebelde Los años 60 en la Argentina
Emecé
Buenos Aires, 2002
376 págs.
› Por Santiago Rial Ungaro
“Los ‘60 fueron los años más bellos que tuvo Buenos Aires en su historia.” ¿Fueron los sesenta los años más bellos que tuvo Buenos Aires? Astor Piazzolla, protagonista de décadas gloriosas junto a la orquesta de Aníbal Troilo y responsable de la afirmación inicial, encarna quizá como nadie la idea del autor. Para Pujol, los ‘60, en el mundo y específicamente en nuestro país, fueron una década rebelde, un período de rupturas y entrecruzamientos culturales, una época de grandes operaciones de síntesis que trasciende cualquier relectura nostálgica. Más allá de los revivals que periódicamente rescatan alguno de sus numerosos hitos, los sesenta fueron una época de revoluciones culturales y tecnológicas, un período dorado de la civilización, una era casi mítica en la que las contraculturas juveniles tomaron conciencia de su poder.
Para un historiador y crítico musical como Sergio Pujol, la década del 60 en nuestro país constituye un período fascinante, lleno de anacronismos y de hallazgos artísticos. Y recorriendo las páginas del libro, queda claro que nunca, ni antes ni después, fueron tan justificadas las ambiciones del sueño cultural argentino, hoy devenido en vigilia pesadillesca. Al boom editorial (con el libro convertido en pujante industria nacional), se le suman las actividades del Instituto Di Tella (colocando a la plástica argentina en la vanguardia a nivel mundial), el nuevo cine argentino de Leonardo Favio, el boom del teatro realista (¡cuántos booms!) y el surgimiento del rock nacional, todas actividades cubiertas por un nuevo periodismo atento y dispuesto a incluir al arte en sus agendas.
Inteligentemente estructurado y bien narrado, el libro de Pujol se inicia con una reflexión sobre el proyecto pedagógico de la época (la “utopía de la infancia”), lo que nos lleva a la idea de la “gente joven”. Definitivamente, el libro de Pujol (cuya idea fue la de pintar un “fresco de la vida cultural del país”) confirma que la rebeldía fue el auténtico ethos de los 60. En cada disciplina artística, la información (a veces relecturas de ideas y obras foráneas, en otros casos rescates de creadores locales) fue la clave en la creación de una identidad joven. Y aquí entra la capacidad y la necesidad de invención, algo que hoy en día nos hace falta más que nunca. Los 60 son, entonces, un proyecto inconcluso y en este hecho reside gran parte de su encanto. El autor no olvida, aunque no ahonde en ella, la dimensión tecnológica en los flujos de esta información: si a los libros, el cine y los espectáculos en vivo (teatrales o musicales) se les suman los discos y las grabadoras portátiles, Pujol, agudo y fino crítico musical, sabe que cierta música era, por entonces, El Poder Joven.
Y es justamente en este territorio musical en donde la intención de invención se hace más evidente: el contraste entre Palito Ortega (recordemos que su familia aún hoy nos atormenta y se multiplica) y los sonrientes y anodinos miembros del infame Club del Clan (hoy en día revalorizados por los sonrientes anodinos de turno) contrastan no sólo configuras del peso y la envergadura de Astor Piazzolla, Enrique “Mono” Villegas y Juan Carlos Paz, sino también con grupos como Los Gatos, Almendra y Manal, todos ellos conformados por personalidades fuertes y complejas.
Entre el impresionante desfile de artistas, personajes y objetos de los ‘60 argentinos (en la tapa vemos a Jorge de la Vega, Mafalda, Cortázar, Piluso y adentro nos cruzamos con todos, desde Rodolfo Walsh a los quesitos Adler), el libro rescata anécdotas que marcan perfiles de personas que, desde sus espacios mediáticos sirvieron de conductores a este flujo de rebeldía. Así Hugo Guerrero Marthineitz (hoy sin trabajo), comentando al aire sobre las seis botellas de whisky que había recibido de parte de una compañía grabadora, o un empresario como Jorge Alvarez tomando atrevidas y exitosas iniciativas editoriales en literatura y en música, o Almendra imponiendo su propio criterio en el estudio de grabación (arriesgándose a no tener otra oportunidad de grabar) son ejemplos que hoy resultan curiosos y estimulantes.
Aunque tal vez la anécdota más curiosa y la que más representa el verdadero espíritu de rebelión argentina sea el rescate de La Fiaca, la recordada obra de Ricardo Talesnik en la que el protagonista (en la piel de Norman Briski) encarnaba la auténtica rebelión argentina al grito de “¡Cuando uno tiene fiaca tiene fiaca!”. ¿Será por esa arma secreta que nos temen tanto en el Norte?