Dom 08.04.2007
libros

YO TE AVISé › (VIRTUAL)

Libros en el ciberespacio

› Por Juan Pablo Bertazza

Internet no sólo es un verdadero libro de arena que reúne, en sus innumerables páginas, periódicos on-line, blogs, wikipedias, editoriales a la orden y todo lo demás. Paradójicamente, también provee una buena forma de reencontrarnos con el “anacrónico” libro de papel. Es que, generalmente a un precio más bajo (o al menos no más altos) que los de las librerías de viejo, en sitios como www.deremate.com y www.mercadolibre.com, pueden conseguirse primeras ediciones entrañables, ejemplares en extinción y hasta libros que nunca llegaron a ocupar los anaqueles de las librerías porteñas.

Tal es el caso de La muerte del canario del rey, obra póstuma de Dylan Thomas en colaboración con John Davenport, de la editorial española Montesinos, única edición en castellano, ya que se trata de un libro prácticamente ignoto en nuestro país. John Davenport (un poeta que en su juventud fue comparado con Stephen Spender pero que capotó, supuestamente, luego de obedecer un consejo de T. S. Eliot de no escribir nada durante diez años) alojó a la familia de Dylan Thomas en 1940, año en que salió el Retrato del artista cachorro. La cuestión es que el galés refritó una vieja idea para realizarla con su amigo: La muerte del canario del rey –que fue escrita en una habitación repleta de barriles de cerveza, mientras Caitlin Thomas bailaba al compás de la música de un gramófono– es una lograda parodia a la tradición inglesa del poeta laureado, un reconocimiento que el gobierno de turno viene entregando desde los tiempos monárquicos y que ha distinguido a diversos talentos como Ben Jonson, William Wordsworth y Ted Hughes. El primer ministro de la novela, un borracho de pocas luces y lego en materia poética, selecciona a su poeta laureado leyendo los apuntes de su no menos torpe secretario, quien hace anotaciones del tipo: “Sigismund Gold. Nacido en Birmingham en 1880. Fiable, pero judío”. El libro –que no se apiada ni siquiera de indiscutibles genios como T. S. Eliot y W. H. Auden, disfrazando sutilmente apellidos y obras–, no pudo ser publicado.

Otro libro tapado que está disponible en Internet es Tango discusión y clave de Ernesto Sabato, editado por Losada. Si bien, por momentos, surge alguna que otra oferta de la primera edición (1963), es más fácil encontrar segundas ediciones. Se trata de un breve ensayo estructurado a partir de cinco conceptos que, según la opinión de Sabato, son pilares del tango: el hibridaje, el sexo, el descontento, el bandoneón y la metafísica. Justamente, su originalidad consiste en otorgarle al tango trascendencia metafísica, ya que tanto su música como su danza vendrían a ser “la creación de lo que no se tiene”, como un consuelo que tapa baches nacionales: los del coraje, el sexo y la cohesión patriótica; así como, en palabras de Sabato, “sólo una raza de hombres apasionados y carnales como los griegos podía inventar una filosofía que recomienda desconfiar del cuerpo y de sus pasiones”. El libro se completa con una “Antología de informaciones y opiniones sobre el tango y su mundo”. Pero la primera parte del libro resulta más familiar porque Sabato la incluyó a manera de prólogo en el más conocido El Tango, de Horacio Salas, en cuya contratapa Sabato expresa humildemente que “la única virtud que supo conseguir aquel libro fue resultar hoy inhallable”. En todo caso, es interesante poner en relación esta metafísica del tango con aquella idea que Borges despliega en “Historia del tango”, uno de los capítulos de su Evaristo Carriego (1930): “El tango y las milongas expresan directamente algo que los poetas, muchas veces, han querido decir con palabras: la convicción de que pelear puede ser una fiesta”.

Justamente, el otro libro que recomendamos pispear por Internet es del gran poeta de los suburbios, Evaristo Carriego. Se trata de sus Poesías completas, volumen que incluye Misas herejes (precioso oxímorom si los hay) y La canción del barrio, con poemas tan tangueros y metafísicos como “En la noche” y “Visiones del crepúsculo”. Hay algunas ofertas de la primera edición de la editorial Renacimiento (1950), la cual viene con un completo estudio de José Clemente y el escueto pero valioso prólogo de Jorge Luis Borges; quien lo tomó como precursor, desplazando en una jugada maestra a Leopoldo Lugones del gran canon. También está disponible, en una de las webs, una primera edición más vieja, la de la editorial Jackson (1944), con prólogo de Arturo Capdevila.

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