EL EXTRANJERO
El extranjero
ALOFT
Chang-Rae Lee
Riverhead Books
Nueva York, 2003
344 págs.
Por Rodrigo Fresán
El título de la tercera novela de Chang-Rae Lee (Corea 1965, pero habitante de Estados Unidos desde sus tres años) puede traducirse como En lo alto y trata exactamente de eso: de un tal Jerry Battle, arquetípico hombre de los suburbios, que sólo es auténtica y totalmente feliz cuando pilotea su pequeño avión y contempla Long Island desde las alturas. Porque, como anuncia desde la primera línea del libro: “Desde aquí arriba, a media milla sobre la Tierra, todo me parece perfecto”. Al nivel del suelo, abajo, la sensación de Battle es otra, claro. Aunque se tenga la impresión de que nada ocurre, es este vacío existencial el que acaba llenándose como una alternativa válida y atendible del infierno donde descollar como mala persona. Porque, digámoslo, Battle –semejante apellido no viene solo; es la americanización del italiano Battaglia, se nos informa– es uno de los “héroes” más desagradables y egoístas que nos ha dado la literatura norteamericana de los últimos tiempos. Alguien que está más cerca de los deliciosos miserables de Bruce Jay Friedman y Joseph Heller que de los sufridos y estoicos orientales de En lengua materna y Una vida de gestos, las dos primeras y excelentes novelas de Lee, ambas publicadas en español por Anagrama. Y si en estos libros Lee había explorado con elegancia zen la experiencia inmigrante, en Aloft vuelve a hacerlo; pero esta vez desde la mirada del yanqui puro y duro. La esposa muerta de Battle era coreana y –todo parece indicarlo– una suicida maníaco depresiva. La ex novia histórica de Battle es puertorriqueña y lo ha dejado para casarse con un amigo rico. Y la hija de Battle tiene cáncer y está embarazada y se ha casado con un novelista coreano-americano. Y el padre de Battle está en un asilo. Y el hijo de Battle está a punto de perder el negocio familiar. Y, sí, Lee parece haber sacado de su galera un inesperado conejo que recuerda al Conejo de Updike, pero acelerado a la milésima potencia; no hay página de Aloft donde no ocurra algo por lo menos catastrófico: un intento de apuñalar a alguien, o la muerte de un león, o un ataque cardíaco durante un crucero. Eso sí, todo esto y mucho más narrado y descripto siempre con la cristalina prosa de un joven maestro que –su sutileza es tal– nos deja pensando si todo es una colosal burla o, sencillamente, algo que se escapó de las manos como suele sucederle a Tim O’Brien cada vez que quiere dejar atrás su odiado pero magistral Vietnam. Un truco que ha desconcertado a la crítica y a los lectores de Lee, incluyendo al aquí firmante. ¿Movimiento en la dirección equivocada o tour-de-force o sabático o punto y aparte? Mientras nos tomamos un tiempo para decidirlo, alcance con decir que aquí va otra de esas novelas sobre la crisis de la mediana edad que tanto gustan a los norteamericanos y a muchos de nosotros –pensar en Herzog, en Empire Falls, en El periodista deportivo o en Las vidas de Dubin–; sólo que, esta vez, está escrita por un coreano con sonrisa de Gioconda que nos saluda desde las traviesas y vertiginosas alturas de su talento.