Dom 06.06.2004
libros

EL EXTRANJERO

Running with Scissors

Running with Scissors
Augusten Burroughs

Picador,
Nueva York, 2003
322 págs.

En los últimos dos años, los memoirs –autobiografías noveladas sobre un recorte de experiencia, la infancia o la adolescencia, por ejemplo– saturaron el mercado editorial de lengua inglesa. Especialmente los memoirs sobre familias disfuncionales y sus sufridos hijos. Running with Scissors de Augusten Burroughs es precisamente eso, pero está a años luz de los habituales relatos lacrimógenos y victimizadores; su infancia y adolescencia entre adultos excéntricos pero también inquietantes y oscuros es pura comedia negra. Escribe sin pretensión alguna y captura a la perfección el momento en que, desde una mirada adulta, las tragedias de la adolescencia –personales y familiares– son material para la sátira y el ridículo. Todos los que entran y salen de la vida del joven Augusten son adorables, aunque a veces terribles.
Augusten Burroughs tiene cuarenta años, y llegó a Nueva York a los 23, en bancarrota. En los últimos tres años, se convirtió en best-seller gracias a dos memoirs, Running with Scissors y Dry y una novela, Sellevision. Running with Scissors puede ser leída como una novela humorística y nostálgica sobre las nuevas familias, la iniciación sexual de un adolescente gay y hasta la confusión de crecer en Estados Unidos de los años ‘70, durante las postrimerías de la liberación sexual y el latente regreso del conservadurismo.
Running with Scissors comienza con la violenta separación de los padres de Augusten, y el ingreso de su madre, Deirdre, a un tratamiento psiquiátrico en los antípodas de la ortodoxia. Con fines terapéuticos, Augusten es “adoptado” por el psiquiatra y convive con su familia: Finch, el psiquiatra, permite que sus hijos jueguen con una máquina de electroshock, estimula las peleas familiares como forma de liberación de la ira, se ríe cuando el perro lame los genitales de su nieto de un año y usa sus propios excrementos como oráculo, además de sugerirle a Augusten que finja un intento de suicidio para dejar la escuela por un tiempo. Pronto Augusten, de trece años, tendrá un romance con un paciente de Finch, de 33 años. El relato del romance es tremendamente provocativo, pero Burroughs rehúsa cualquier juicio moral; así, su historia de amor con un hombre de más de treinta nunca derrapa hacia el “abuso” –porque no lo es– y resulta divertida, deliciosa, explícita. Escribe sobre su primera fellatio: “Todo lo que veo es un triángulo de pelo oscuro que se acerca a mí, y siento mi garganta ocupada como nunca antes. Es difícil respirar”.
Running with Scissors es refrescante porque se aleja del retrato de adolescencia apática tan frecuente y recupera otros estados juveniles por excelencia: la desorientación y el entusiasmo. Augusten se aburre, se droga y desespera por tener sexo, pero también planea su futuro como peluquero, o médico, o estrella de cine y cada día parece encontrar una experiencia nueva, especialmente en la infinita fuente de recreación que resulta su madre, poeta que imita a Anne Sexton, es amante de su vecina y, cuando alucina, come colillas de cigarrillos. Burroughs se divierte con su historia; su sufrimiento se delata aquí y allá, pero jamás es regodeo.

Mariana Enriquez

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