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Domingo, 26 de junio de 2005

UNA NOVELA PARA IR AL REENCUENTRO DE MOYANO.

Casi transparente

Dónde estás con tus ojos celestes

Daniel Moyano

Gárgola

242 páginas

Por Sergio Kisielewsky

Narrar una historia de amor. Construir un imaginario que se extiende del presente al pasado y generar un idilio con un autor, Daniel Moyano, aún no valorado en su justa grandeza. De eso se trata: aprovechar la publicación de la novela inédita de Moyano y la revalorización de la que viene siendo objeto su obra.

Dónde estás con tus ojos celestes es la trama de una búsqueda, el derrotero de un personaje que se instala en Madrid para evocar la serranía argentina. Como todo gran escritor, el argumento entre las manos de Moyano es sólo una excusa para desplegar y brillar más bien en el cómo se cuenta una historia. Luego de la muerte del escritor la novela permaneció trece años inédita. Algo inexplicable por un lado, aunque debe festejarse su aparición más allá de la demora, pues es el encuentro con un tono que reelabora las andanzas de un provinciano en España.

Es más que llamativo el lenguaje casi transparente. “La enredadera de rosas y los ligustros no existían pero sí el cerco de alambre a través del cual ella y yo pasábamos los brazos para tocarnos y conocernos, como si fuésemos ciegos”, escribe Juan evocando a Eugenia, la mujer que busca durante todo el relato. Todo gesto, toda acción, el azar incluso, está tamizado por la poesía. Como si Moyano capturase en un gran angular los episodios para ir uniendo voluntades con otros sucesos y otros seres tan entrañables como su personaje central.

Escuchar los latidos de su madre en sus primeros meses de vida y nombrar las estrellas en la pampa que vio Martín Fierro cuando era perseguido forman parte de un único torrente en una novela que respira con la vida misma, creando sensaciones difíciles de olvidar. Con paso seguro, Moyano también abre una zona donde el narrador habla con su padre. Su padre está enterrado en un cementerio de las sierras de Córdoba. El se encuentra en Europa. Lo que se logra aquí es tender un puente verosímil entre el exilio y la muerte, como si el narrador le hablase a un padre vivo, más presente que nunca en medio de tanta lejanía. El réquiem no esquiva los reproches (“Era el ruido de mi padre, claro, volcando su gota de tragedia en un día tan hermoso”), los asuntos que quedarán pendientes pero por sobre todo la gratitud hacia un hombre que no pasó desapercibido.

Moyano también pone en tensión la invención de un lenguaje cocoliche, mezcla de guaraní, francés e italiano, incluyendo también el lenguaje de los gauchos, al hablarle a una estatua en el centro de Madrid, en uno de los capítulos más inolvidables de la novela.

A partir de su experiencia con instrumentos musicales, Juan dice: “Es imposible demostrar con palabras lo que hicimos con los sonidos”.

Por suerte, y aunque contradiga al personaje, está Moyano, músico y escritor, para desmentirlo.

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