“Lo valioso, original y audaz de los escritos de Santa Teresa de Jesús es que, si bien todos los autores españoles del siglo XVI solían hablar de la vida, la oración, el amor y el pecado, nadie se había atrevido hasta entonces, y mucho menos una mujer, a hacerlo de un modo personal y autobiográfico”, explica el padre carmelita Ricardo Prado, prior y formador en el Convento de Santa María del Carmelo en Córdoba y licenciado en Dogmática en la Pontificia Universidad de Salamanca. “Santa Teresa se atreve a transgredir patrones culturales que impedían a la mujer escribir sus propios libros, especialmente sobre temas de oración contemplativa. No siendo teóloga académica, se animó a descifrar y comentar, con acertada exquisitez, pasajes de la Sagrada Escritura.”
Perteneciente a la Orden del Carmelo desde los 17 años (ahora tiene 37), Prado explica que la lectura de la obra de Santa Teresa es medular en la formación de cualquier carmelita. “Para nosotros es fundamental el acercamiento a sus escritos porque ella tenía clara conciencia de que en sus líneas no sólo había palabras y pensamientos de ella ‘sobre’ Dios, sino de Dios para con ella y para con cada uno de nosotros. Por eso, cuando algunos de sus escritos cayeron en poder de la Inquisición, ella arriesgó su persona pidiendo que se destruyera cuanto quisieran, a excepción de ciertos párrafos que según entendía venían de Dios.”
Alicia Parodi, profesora de literatura del Siglo de Oro de la Universidad de Buenos Aires y frecuentadora de la obra de Santa Teresa, desliza que “en tiempos más laicistas las clases sobre mística, con olor a catecismo, eran sospechadas. Para mí nunca fue difícil enseñar literatura mística, como tampoco lo es hablar a los jóvenes acerca del amor. San Juan de la Cruz acompaña sus poemas con verdaderos tratados doctrinarios, pero nos advierte que estas ‘declaraciones’ pueden dejarse de lado porque ‘los dichos de amor es mejor dejarlos en su anchura, para que cada uno se aproveche según su modo y caudal de espíritu’. De ahí que me sea muy difícil pensar en enseñar a la santa sólo como literatura”.
También Parodi reconoce el lugar central que su figura tiene en España, país que la adoptó en 1627 como patrona. “Teresa es, ante todo, un ícono español, reconocido hasta por los librepensadores antifranquistas (Américo Castro escribió una biografía de la santa), que vieron en ella una luchadora contra la opresión inquisitorial. Pero al margen de los entusiasmos de nacionalismos diversos, su obra es un verdadero friso de la España de la época, en que la Inquisición sólo representó un personaje en el drama de un país intensamente conmovido en su fe.”
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