Domingo, 3 de febrero de 2008 | Hoy
Ese día de febrero de 1935 representaban en el moscovita Palacio de la Cultura Almas muertas. Delante de un auditorio compuesto en su mayor parte por adolescentes, en los entreactos un hombre les daba precisiones, con ayuda de fotografías y estadísticas, sobre el intrincado carácter de la obra. “Cuando me acerqué”, relata Aníbal Ponce, teórico marxista y copartícipe de la anécdota, “el orador les explicaba que ‘en otro tiempo’ un puñado de hombres se repartían la tierra de todos e imponían a los paisanos la misma vida de las bestias”. Y acto seguido, no sin patetismo, agrega: “Con un nudo en la garganta le escuchaba yo. ¡En otro tiempo, venturosos muchachos!”.
Entre la conmovedora ignorancia de esos hijos de la Revolución de Octubre de que en la Unión Soviética alguna vez había existido algo llamado propiedad privada, y la curiosidad con que seguramente el grupo de estudiantes que se dispuso a escuchar una noche de 1918, desde la platea de un teatro de Buenos Aires, la disertación con que José Ingenieros explicó y saludó la radical transformación que había tenido lugar en Rusia unos meses antes, tal vez haya más de una coincidencia. Por lo pronto, la que consigna que Aníbal Ponce (el único de los autores reunidos en Hacia la revolución que no fue a Moscú con un afán periodístico sino con el fin de documentarse para un libro futuro), reconstruye ese discurso en su biografía José Ingenieros, su vida y su obra. También la que acredita que Ponce fue discípulo de Ingenieros, sin duda uno de los primeros analistas del fenómeno en la Argentina. De hecho, ese célebre discurso forma parte de un libro, hoy irónicamente envejecido, cuyo título concita un capcioso anacronismo: Los tiempos nuevos. Baste agregar que Teatro Nuevo era el igualmente extemporáneo nombre de la sala.
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