Dom 27.10.2002
libros

LA GRAN NOVELA INGLESA

Por Rodrigo Fresán
La variante más interesante de la Teoría de la Relatividad es la que se aplica a las presentaciones de libros. Me explico, aquí va mi postulado: cuanto peor sea el libro a presentar, más cosas se pueden decir de ese libro. Sí: la mentira es más elocuente que la verdad; y así nos resulta perturbadoramente fácil inventar teorías, señalar misterios, extendernos por todas las páginas y minutos que sean necesarios para acabar hablando de las virtudes de un mal libro que, claro, no es el libro que estamos presentando. Es otro libro: el libro que nos habría gustado leer y que superponemos a ese libro que no nos gustó leer pero que, por una cuestión u otra, muchas veces por amistad, estamos obligados a presentar. Por eso –justicia poética–, los presentadores de libros suelen acabar haciendo alucinada ficción a partir de la rigurosa no-ficción que debería ser la presentación de un libro.
De ahí que Expiación, la nueva novela del escritor inglés Ian McEwan, plantee un placer para el lector y un problema para el presentador: Expiación es un libro tan pero tan pero tan bueno que hay muy poco que decir sobre él. Lo maravilloso suele dejarnos con la boca abierta y mudos, porque toda palabra, pensamos, atenta contra el milagro y lo degrada: a los milagros –por miedo a que se esfumen– no hay que explicarlos. Así que en un orden sincero, ideal y breve de las cosas yo diría: 1) Que he leído Expiación tres veces y media desde que salió la edición inglesa. Piensen, hagan memoria: ¿hace cuánto que uno no lee una novela contemporánea más de una vez por más buena que ésta sea? 2) Que Expiación es el mejor libro de McEwan hasta la fecha; mejor incluso que mis hasta ahora empatados y favoritos Niños en el tiempo y Los perros negros. Y 3) Que Expiación es la mejor novela –entendiendo por novela ese género hembra y fecundo y ese artefacto que tiene que responder a ciertas rigurosas y amplias leyes genéricas– que he leído y, me atrevo a asegurarlo, leeré en mucho tiempo. Expiación ya es ese libro contra el que uno compara lo que está leyendo, lo que leerá (difícil ganarle y qué bueno que así sea). Y eso es todo, no tengo más que agregar salvo mi agradecimiento al autor, a las autoridades y al público presente. Pero como supongo que esto no es lo único que corresponde aquí, que se espera algo más, entonces me obligaré –en la explicación y desarrollo de los tres puntos anteriores– a hablar un poco más sin necesidad de mentir (qué raro que es hacerlo y, supongo también, es otra cosa para agradecerle a McEwan: el poder hablar muy bien de algo sin necesidad de adornarlo). Allá vamos:
Las tres veces y media que leí Expiación. La primera fue realizada en un estado de maravilla absoluta pero con ese temor constante de que todo se viniera abajo páginas antes del final. Cosa que no ocurrió: páginas antes del final todo se vino, aun, un poco más alto. Rara vez –la deformación profesional tiende a impedirlo– uno puede leer un libro del mismo modo en que los leía antes de querer ser escritor o de ser escritor. Me refiero a esos libros que se leen como lector puro y rendido y feliz.
La segunda lectura fue la más absurda; porque es una forma tan imbécil de acercarse un libro como la de esos tipos que cuando van a ver a un mago no lo hacen para pasar una buena y asombrosa velada sino para, sentados en la primera fila, intentar descubrir el truco. Por supuesto, no lo consiguen. Yo tampoco. Pero éstos fueron los apuntes que tomé al respecto. Expiación no comienza con el acostumbrado primer capítulo magistral con que suelen empezar todas las novelas de McEwan. De hecho se toma todo eltiempo de 222 páginas (durante las primeras 70 el lector tiene la perturbadora impresión de que allí no ocurre ni va a ocurrir nada) para narrar todo lo que sucede durante un “fatal” día de 1935 en el que la familia Tallis se reúne en su casa de campo. El resto de la novela son las secuelas –la onda expansiva– de lo que ocurre a lo largo de ese día explosivo.
Allí –por aquí– desfilan las sombras tutelares de Jane Austen, Henry James, Virginia Woolf, Ford Madox Ford, Thomas Hardy, Aldous Huxley, D. H. Lawrence, Elizabeth Bowen, E. M. Forster y, especialmente, me parece a mí, el L. P. Hartley de The Go-Between y su idea de que el pasado es un país extranjero porque allí hacen las cosas siempre de manera diferente.
Con esto quiero decir que Expiación es una novela inglesa cuya materia y heroína es –además, también– la literatura inglesa, ese planeta donde el escritor siempre conforma una clase social aparte. Puede afirmarse entonces que –si Martin Amis es el escritor inglés de “lo norteamericano” y Julian Barnes es el escritor inglés de “lo francés”– entonces McEwan realiza el mismo procedimiento a la hora de reclamar y consagrarse aquí como el escritor inglés de “lo inglés” revisitando su patria y sus letras con la mirada limpia e intensa de quien se pasea por lo propio como si lo hiciera descubriéndolo por primera vez (a pesar de la inteligente recurrencia de lugares comunes), como un extranjero.
Así, también, en algún momento comprendemos que Expiación es uno de esos libros-adentro-de-libro en constante estado de elaboración y memoria, y culpa de esa niña que creció para convertirse en célebre y anciana escritora en busca de la redención, de la “expiación” del título. Una gran novela inglesa que, bajo el engañoso disfraz de la tradición establecida y lo supuestamente anticuado, hace entrar a la literatura inglesa en el siglo XXI por la puerta grande. Una gran novela inglesa de Ian McEwan a la que pocas veces costó menos aplicarle la etiqueta de obra perfecta.
La tercera lectura de Expiación –ya bajo el sello de lo insuperable– fue una lectura signada por la resignación que produce la envidia. Ahí comprendí que Expiación es más que un gran libro porque es, para mí, uno de esos contados “libro-con-fantasma”. Esos libros de una elegancia pasmosa y cuya “teoría” está siempre en otro lado, flotando sobre nosotros, como leyendo por encima de nuestro hombro. Proust decía que “un libro al que se le nota la teoría es como un regalo al que se han olvidado de quitarle el precio”. Por eso, imposible saber cuánto cuesta Expiación, pero seguro que es muy caro, es carísimo.
La media lectura restante es la que emprendí para escribir este texto, Iba a ser, se suponía, una lectura por encima, superficial, veloz. Imposible: volvía a empezarla por el principio, voy por la mitad, tan feliz y envidioso como si fuera la primera vez y entonces, ahora, se me ocurre una nueva aproximación a esta novela: Expiación no es sólo una novela sobre la novela sino, también, una novela sobre cómo ocurren en el plano real las cosas que acabarán convirtiéndose en novela. Porque ciertas realidades sólo se nos hacen soportables y comprensibles cuando las vemos adentro de un libro.
El segundo punto: Expiación es la mejor novela de Ian McEwan. Eso. Todo dicho, creo. ¿Hace falta agregar más? Otra vez, aquí, lo que me parece que son los Temas de McEwan: el fin de la inocencia, el principio de la culpabilidad, el durante del largo castigo, el fin de la condena pero ahora, mejor que nunca, con una elegancia que aterra.
Lo que nos lleva al tercer punto, y a eso de que Expiación es la mejor novela de estos días y de estas noches. Pocas veces uno siente tanto que está leyendo o releyendo una novela con Expiación. La sensación privilegiada y agradecible de estar leyendo algo que dentro de muy poco y para siempre será considerado un clásico. No sé si McEwan es consciente de esto. Supongo y espero que no, porque, si no, cómo hará para seguirescribiendo después de Expiación. Hay algo peor todavía: tener que seguir escribiendo y no ser McEwan, el autor de Expiación. Con esto quiero decir que el lector que hay en mí le agradece a McEwan los dones recibidos, y el escritor que hay en mí no puede el evitar pensar en cuántos menos dones le tocaron en un hipotético reparto de bondades literarias.
Y para terminar esta larga presentación que debía haber sido muy corta, agregaré que Expiación no sólo es una gran novela sino que también, casi subliminalmente, es una prodigiosa reflexión sobre la novela –sobre el acto de escribirla y leerla– y que entrar en ella equivale a vivir la literatura como un state of mind, como un literal y literario estado de la mente, donde el oficio de escritor es, simultáneamente, infierno y purgatorio y paraíso. Así lo siente la heroína Briony y así nos lo hace sentir, y ahora sólo queda esperar cuántas nuevas vocaciones inspirará y fundamentará esta novela. Porque cuidado: Expiación es, también, una de esas novelas que produce unas irresistibles e impostergables ganas de escribir, de poner la vida y las vidas por escrito.
El tiempo nos dirá si debemos culpar a McEwan por el nacimiento de muchos libros monstruosos o bendecirlo por el nacimiento de muchos libros angélicos no escritos por él pero sí inspirados por Briony, la sufrida heroína de Expiación. Mientras tanto, lo único que podemos hacer es leer las casi últimas líneas de su novela, la novela que ella vive y escribe por más que la portada del libro lleve el nombre de Ian McEwan. Allí dice, allí leemos: “No hay expiación para Dios, ni para los novelistas”. Y entonces contarle que hemos perdonado a Briony y que lo perdonamos a él, y que le agradecemos tanto por haberle escrito su terrible tristeza para que así nosotros podamos ser tan felices leyéndola una y dos y tres veces y media (que van camino de ser cuatro). Y poder decirle todo esto –a diferencia de lo que para bien o para mal le sucede a Briony– sin necesidad de inventarnos o imaginarnos nada que no esté ya escrito en este libro perfecto. 5

Parte del texto leído el 17 de octubre pasado durante la presentación de la novela Expiación, de Ian McEwan, en el British Council de Barcelona.

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