Domingo, 3 de mayo de 2009 | Hoy
Por José María Arguedas
El Perú desarrolla ahora sus fuerzas profundas con un poder y dinamismo que ningún atajo podrá detener. El Dr. Jorge C. Muelle, cuya hondura de pensamiento está iluminada tanto por su erudición como por su sensibilidad y su excepcional serenidad, afirmó en un breve discurso de epílogo a una reunión de arqueólogos que los descubrimientos revelados en esa reunión extendían tanto en el tiempo las raíces de nuestra tradición que el Perú como pueblo singular sería aun más indestructible. Y comparó el caso con el pueblo de Israel.
La tradición es conservadora, pero cuando fuerzas artificialmente contenidas no la han permitido desarrollarse se puede convertir de conservadora en revolucionaria, sin perder nunca su contenido regulador, determinante de la personalidad.
Sentíamos angustia ante la demora de la aparición de un hombre que interpretara en las artes este momento de transformación, de ebullición que es el Perú. Quienes tuvimos la oportunidad de describir el Perú seccionado de hace 25 años, el Perú que despertaba al mundo moderno, comprendíamos que nuestra obra iba convirtiéndose en algo histórico. La pintura y la poesía emplean fundamentalmente el símbolo; era la narrativa la que podía describir y transmitir vastamente lo que hay de nuevo, lo que hay de revolucionario en el Perú de nuestros días. Quisiera atreverme a afirmar que, además, la pintura y la poesía están algo encadenadas en nuestro país. La narrativa lo estaba hasta la aparición de Los inocentes, de Oswaldo Reynoso. Me refiero al encadenamiento a los estilos, formas y temas precedentes. Este encadenamiento nos parece especialmente notorio en la pintura, que se liberó del indigenismo a cambio de una vuelta hacia los modos rígidamente europeos, excepto el caso de Szyszlo, en quien es posible encontrar un esfuerzo todavía circunscripto a lo formal, porque acaso sus medios humanos no le permiten aun llegar más allá de esta frontera.
Un mundo nuevo requiere de un estilo nuevo. La búsqueda de un estilo nuevo se presenta como un problema del que depende casi ineludiblemente la revelación del mundo nuevo que se ha descubierto en uno mismo en los demás. De ahí que existe una diferencia clamorosa, que salta ante los ojos cuando alguien crea un estilo o simplemente lo copia o lo repite.
Mientras leía los originales de los cuentos de Oswaldo Reynoso, creí comprender, con júbilo sin límites, que esta Lima en que se encuentran, se mezclan, luchan y fermentan todas las fuerzas de la tradición y de las indetenibles fuerzas que impulsan la marcha del Perú actual, había encontrado a uno de sus intérpretes.
Porque la lucha por detener el ascenso del Perú ha lanzado a la Capital a hombres de todas las regiones que nuestras inmensas montañas habían mantenido aisladas y fermentando lentamente sus propias energías endógenas. Por otra parte, a la misma capital se volcaban, desde fuera, las igualmente indetenibles fuerzas que impulsan la transformación del mundo, y sus gerentes trataban y tratan de modelar la estructura social como mejor conviene a la expansión de sus productos. De este modo, Lima, como capital muy representativa ahora del Perú, es un gigante que crece zarandeado, martirizado, casi ciego, pero cuya fuerza, como la de toda criatura en desarrollo, resulta indomeñable.
¿Dónde estaba el artista que describiera este espectáculo humano cuya grandeza nos conmueve, nos enardece e impacienta? No una sino muchas muertes, de Congrains, nos había hecho creer que estaba ya a punto de advenir.
Quisiéramos afirmar que con Los inocentes, de Oswaldo Reynoso, se inicia el hallazgo de las formas de revelarlo. Reynoso ha creado un estilo nuevo: la jerga popular y la alta poesía reforzándose, iluminándose. Nos recuerda un poco a Rulfo en esto.
Pero Reynoso no ha penetrado aún a lo más profundo. Ha descripto la nata, y sólo de un sector, lo que en quechua llamaríamos el pogoso: esa espuma que flota sobre las corrientes o las aguas en reposo, y por las cuales puede hacerse un diagnóstico aproximado de la naturaleza de las aguas. Reynoso no debiera volver a Venezuela. Está joven. Debería sumergirse en nuestras barriadas, aprender el quechua. El no procede, aparentemente, de las clases bajas. Debe seguir una trayectoria inversa a quienes habiéndose formado entre las clases bajas se han intelectualizado y adelgazado en el trato con los círculos selectos. Acaso pueda constituir ésta una trayectoria más fecunda. Todo es posible cuando se cuenta con el vigor y la plasticidad de la juventud.
Esperamos que no se trate de un brote fugaz. El escritor tiene en el Perú, generalmente, un porvenir muy duro, pero, por lo mismo, este porvenir cautiva. El reposo está hecho para los rentistas. Oswaldo Reynoso es un fruto legítimo de la recientemente desintegrada Escuela Normal Superior de “La Cantuta”. Escribió sus relatos poco después del martirologio de la Escuela. Creemos que con Los inocentes empieza un ciclo de una obra que puede llegar a ser tan importante para la literatura como para el estudio de los problemas sociales de la Capital.
(Este artículo fue publicado en el suplemento dominical de El Comercio el 1° de octubre de 1961.)
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