Amelia Earhart. Desaparecida en las aguas del Pacífico. La primera mujer que cruzó el Atlántico en avión. Se la busca en el círculo de Howland. No se sabe de ella. Su búsqueda cuesta al gobierno norteamericano 250 mil dólares diarios.
Aviones solitarios cruzan el espacio sobre roquedales del Pacífico. Van. Vienen. Trazan rayas, meridianos y paralelos en el espacio.
Círculo de Howland. Dos islotes microscópicos. Cubiertos de excrementos de aves marinas. Zona oceánica de tremendas profundidades. Círculo de Howland. Centro de una esfera de plomo gris ondulado incesantemente. Soledad. Paz. Silencio. Destructores que se alejan dejando tras sí espesas colas de humo. Delfines que galopan sobre el agua. Un avión. Otro avión. Cincuenta aviones. Pasan. Van. Se cruzan. Nada. Nada. Soledad. Paz.
Un lector en un bar americano, el barman cara de bulldog:
“Me acuerdo de ella como si la viera hoy. Está de pie junto a la cabina de su avión. Parece un muchachito. Los pies juntos, la pollera hasta las rodillas, la cabeza ligeramente torcida a la izquierda, el pelo corto alborotado. Parece un muchachito. Quizá un vendedor de diarios. Otro whisky, Jimmy”.
Camarote de radiotelegrafía de un crucero. Tercer oficial con una pipa en el vértice de los labios. Radiotelegrafista. Otra pipa en el vértice de los labios:
–Transmita: nada.
Los delfines galopan en la cresta de las olas. Las gaviotas se acercan al círculo de Howland. Las gaviotas se precipitan en los barrancos de agua, se chapuzan en la espuma y se dejan arrastrar por la ola mansa que sigue a la ola violenta. Newark, en Nueva Jersey. El polizonte de la porra:
“Me acuerdo cuando Amelia llegó de su viaje por México. Era de noche y en el fondo del aeródromo no se veía nada más que su cuerpo sostenido en los aires y su mano alta como una mano de cera tocando el cielo. ¿Qué es el círculo de Howland? ¿Por qué no la han encontrado en el círculo de Howland si está en el círculo de Howland?”.
El círculo de Howland no existe. El círculo no existe. Sólo hay agua y delfines cabalgando entre dos aguas. Tiburones que se deslizan como torpedos alevosos.
Un negro lustrador de botas encerando el calzado de un parroquiano:
“Tiene un bote de goma salvavidas, tiene pistola luminosa, tiene salvavidas de corcho, tiene cohetes...”.
Parroquiano impaciente:
“Al diablo. Lo que no tiene es vida. ¿Por qué no la encuentran en el círculo de Howland?”.
Howland no existe. Howland son dos peñascos que sólo habitan las aves. Guano. Dos coolies piojosos, hediondos, descalzos, semidesnudos, paleando guano.
Una cronista de sociales:
“Yo asistí al té que la esposa de El (El es el presidente Roosevelt) le ofreció después que miss Earhart cruzó el Atlántico. Yo estaba muy cerca de miss Amelia. Su cara es parecida a la de la actriz Catalina Hepburn. Lo que más me llamó la atención de ella fueron sus manos largas, de dedos finísimos. Unas manos como las del pianista Brailowsky”.
Una mujer sola cruzando sola una calle sola de Florida.
La mujer piensa:
“Hay que encontrarla. Cada una de nosotras, en distinta dirección, quisiéramos ser como ella. Ella demuestra que nosotras podemos ocupar en los cuadros de la civilización los mismos puestos que el hombre”. Al fondo de la calle una pizarra. La mujer sola se acerca a la pizarra. “Nada. Se la busca en el círculo de Howland”.
Un timonel de la costa del mar Caribe a un grumete de la costa del mar Caribe:
“¿Sabes lo que es círculo de Howland? La joroba de mi pipa en medio de este mar. Tiburones, delfines, ballenatos. Y agua como para poder apagar la sed del infierno”.
Aviones solitarios tejen meridianos y paralelos en un cielo deslumbrante de sol. Abajo, la movediza llanura de sabanas verdes y rozadas. Peces de plata. Peces de cuero. Tiburones que se deslizan como torpedos alevosos. Los radiotelegrafistas de los destructores y guardacostas reciben la vibración magnética en sus auriculares: “Nada, nada”.
El transatlántico cruza el Pacífico, de Hawai hacia San Francisco. El camarero, de traje blanco, se acerca a la pizarra y cuelga la hoja escrita a máquina. Los pasajeros abandonan precipitadamente sus hamacas, sus sillones de esterilla: “No se sabe nada de Amelia Earhart”.
Un grupo de hombres cubiertos con trajes de pieles en una cabaña de hielo. Son los exploradores rusos en el Polo Norte. Escuchan el informativo de su aparato de radio: “No se sabe nada de Amelia Earhart”.
En el archivo del diario El Mundo, dos muchachos se inclinan sobre el aparato de radio que lanza el informativo: “No se sabe nada de la aviadora Amelia Earhart”.
París, Londres, Madrid, Milán, Sevilla, Java, Moscú, Shanghai... Las ondas hertzianas cruzan el éter redondo de un planeta redondo. Son las mismas palabras en diferentes idiomas: “Se busca a Amelia Earhart en el círculo de Howland”.
El círculo de Howland no existe. Sobre el océano no existe ningún círculo. Dos coolies piojosos que acarrean excrementos de aves en dos islotes microscópicos se ponen las manos a modo de visera sobre los ojos y miran la soledad oceánica. Nada. Nada.
Se puede decir de ella:
Fue temeraria. Tenía 38 años y su rostro era como el de un muchachito travieso. Pero el océano es una excelente tumba. Los que están sepultos en el océano siempre están bien guarecidos.
12 de julio de 1937
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