“Querido y estimado señor Cacho Calveyra: gracias por tu tan hermosa cartita. Lamento que la conciergerie te haya impedido venirme a ver. La próxima vez te plantearé el dilema: yo o la concerja, y con eso todo se aclarará de una vez por todas. Pero como no existe una vez por todas heme aquí sentadita a medianoche, apurándome por miedo de que vuelvas antes que mi carta vaya. Y eso no.
Hay poemas en el extraño, luctuoso y fosforescente depósito alejandrino. Cinco poemas. Que te mostraré y leeré apenas te vea sentado en mi sillón de terciopelo, tomando mate frente a tu pálida y melancólica interlocutora –yo, en nuestro caso.
Novedades no hay: salvo que tu correspondenteóloga amiguita está negra de iras y verde de rabia por su carte de séjour que no es fácil renuvelar. Así es el horrendo engranaje. Seguí mi consejo, Cacho amigo: nunca seas una persona grande; sólo sirve para que te roben el tiempo, que será poca cosa para los demás, pero para uno es algo tibio y alentador –como una paloma en la mano.
Me iré a extraños veraneos en el dulce mes de septiembre. Espero que antes nos veamos las respectivas gueules (tradúzcase Galias). Contame cosas de trovadores y sobre todo de juglares, y más aún de juglaresas, pues siempre lo quise ser. Y, si podés, comprame un traje de juglar en algún Monoprix de Avignon.
Bueno, basta de trobas y a dormir, pues esta idiota que quisiera aún una muñeca tiene que levantarse temprano para IR A CUMPLIR CON SUS OBLIGACIONES.
Un abrazo
Alejandra
Carta a Arnaldo Calveyra del 23 de julio de 1962.
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