Dom 26.06.2011
libros

GELMAN Y EL ESTILO

El porfiado

› Por Jorge Boccanera

El poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, uno de los grandes intelectuales latinoamericanos del siglo XX, afirmó sin ambages que Gelman “inventó un lenguaje”. Añadió que esta obra con personalidad –según él, el rasgo que distingue toda creación notable– posee “agilidad en su imaginación”. Esa personalidad, en Gelman, deviene estilo en el modo de orquestar la reverberación de la imagen, el apunte deductivo, la nutrida constelación de símbolos; vale decir, en la forma de coligar las obsesiones: el amor, la infancia, las luchas sociales, el destierro, la espesura del vacío, la memoria, la prospección del sí mismo y la poesía como diálogo repujado por la “belleza incesante”.

Sus dos últimos libros –de atrásalante en su porfía y El emperrado corazón amora– a la vez que ratifican esa poética, comparten desde el título mismo una actitud que toma rango de condición: el empecinamiento del porfiado. Perseverancia que remite en los libros a una búsqueda formal constante, y en lo cotidiano, a lo que resiste, firme, íntegro. Al último libro citado pertenecen estos versos: “ángeles furiosos enseñan/ el deseo que no se va a apagar”.

En este mismo tránsito se ubica entonces El emperrado corazón amora: la escritura como el sosiego atravesado por una franja exasperada que resulta en jirones, hebras de un furor, marcas de una intensidad. Y un talante que le es propio en la refundición constante donde todo vuelve sobre sí. Esta escritura, que amplía el registro verbal en el espacio de las mutaciones y apoyada en colisiones semánticas y en el disloque sintáctico interpela los sueños y cuestiona aspectos diversos de la realidad, se consolida como usina generadora de sentido al ritmo de las interrogaciones.

Con todo, Gelman deja en claro que la poesía es enigma que nunca cristaliza en oficio: “No hay que sentarse en el cuerpo domado”, y vuelve a su idea de que la poesía es lenguaje calcinado y que las palabras dejan más cosas en silencio que expresadas. Dice: “Todo lo diferente se parece/ a la lengua, su silencio respira”. Luego invita a: “Escribir las visiones/ en un pedazo de madera/ y hacer fuego”.

Otra marca de esta poética radica en lo indeterminado –alguien dijo que el arte comienza en la digresión–, una zona de perplejidad en la que el poeta arma su certidumbre a fuerza de tantear, musitar, farfullar, asombrarse. El remate de esta especie de vacilación organizada, será siempre una imagen contundente: “El consuelo de un fuego apagado/ no tiene naves” o, entre muchas, estas líneas: “La libertad es un lugar/ donde nadie revisaba las uñas”.

El neologismo del título (“amora”, sustantivo convertido en verbo), se continúa en las páginas interiores: “paisajeen”, “ruiseñorea”, “duelequé”, “querébense”, “cualicuantos”, etc; en una recurrencia a las torsiones de lenguaje. Otra constante de Gelman que atraviesa estas páginas es el pensamiento paradojal expresado en la lucha de contrarios: “Lo comprensible es incomprensible/ y ningún verbo o luna azul/ cambiará su destino”.

Como en sus obras anteriores están presentes en este libro la infancia, el barrio, el amor, la injusticia, las ausencias, el hijo asesinado por la dictadura que vive en la fotografía cuando niño, montando un caballito (“y el estampido del día/ borra rostros”), los desaparecidos (“Lo que son/ en un pedazo de silencio y/ tienen madres perdidas/ ésos palabran de verdad/ Arde la tribu de caminos/ que no recorrerán”), los que se bajaron del barco de la lucha (“capitanes de la mutilación/ Da un olor a podrido/ el mulo lento de su aquí”), la memoria (“La selva oscura/ se abre andando hacia atrás” y “La memoria se pule en más ahoras/ que se pusieron a llorar”), pero además aquello que persiste (“Camine, vida, camine/ con su bastón de ciego”) en un tránsito vital que es siempre aprendizaje, porque: “No terminamos de barrer”, dice el poeta en uno de los mejores momentos de este libro notable. Y agrega: “Una esperanza hambrienta vuela/ a su animal espléndido”. En este sentido, El emperrado corazón amora revela desde el título un decir esperanzado que se mueve entre la confianza, la persistencia y el anhelo: “En la lluvia callan/ nombres que ya vendrán”.

Comencé esta nota parafraseando a Cardoza y Aragón y concluyo con una frase suya que le dedicara a César Vallejo y que le cabe hoy a la poesía de Gelman en tanto lenguaje de riesgo y espesor humano: “Uno siente que su poesía nunca termina de pudrirse”.

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