> THE ATLANTIC
› Por B. R. Myers
Cuando uno abre una novela, rápidamente se le presentan algunos personajes secundarios poco interesantes. Cansado de ellos, uno adelanta las páginas para encontrarse con los principales, sólo para darse cuenta de que esos personajes secundarios son los principales. Es una experiencia común incluso para el lector ocasional de ficción contemporánea y siempre apena el corazón. El problema no es solamente la ejecución o el talento. Hoy los personajes son concebidos como si el objetivo de la literatura fuera crear vecinos plausiblemente agradables. Tienen sus pequeñas preocupaciones pero, ¿qué importa? ¿Los escritores realmente creen que cada familia infeliz es especial? Si es así, Tolstoi tiene mucho por lo que responder –incluyendo Freedom, la última novela de Franzen–. Una comedia dramática suburbana sobre la relación entre Patty, que cocina galletitas y se describe como “relativamente más tonta” que sus hermanas, su rubicundo marido Walter, “cuya característica más saliente era su amabilidad” y el mujeriego amigo de la facultad de Walter, Richards, que toca en una banda indie llamada Walnut Surprise: un monumento de 576 páginas a la insignificancia.
Claro, las personas poco interesantes también son personas y un buen contador de historias puede hacer que nos interese cualquiera, como demuestra Madame Bovary. Pero aunque el narrador de Freedom nos dice desde la primera página “siempre hubo algo que no estaba demasiado bien en los Berglund”, uno solo tiene que leer que la escuela local “apestaba”, que Patty estaba “muy enganchada” con su hijo adolescente que, al mismo tiempo, se estaba “garchando” a la chica de al lado para saber que lo que sea que esté mal en esta familia no importa. El lenguaje que un escritor usa para crear un mundo es ese mundo, y el lenguaje incansablemente contemporáneo y por lo tanto juvenil de Franzen es un mundo en el que nada importante puede pasar. El matrimonio de Madame Bovary apestaba, Heathcliff estaba muy enganchado con Catherine: estas palabras fallan en el contexto no sólo porque son de nuestro tiempo. No hay importancia en cosas que apestan ni drama en estar enganchado. Y en cuando a coger, Anthony Burguess una vez criticó la noción de que usarla en prosa realista es volver a “una edad de oro de candor anglosajón”; la palabra era tabú desde el principio, porque representa un sexo brutal o, en el mejor de los casos, impersonal. “Un hombre puede cogerse a una puta pero, al menos que su esposa sea una puta, ¿no se puede coger a su esposa? Allí no habría amor”. Un escritor como Franzen, que describe a dos amantes como gente que coge, trivializa esta relación. El resultado es el aburrimiento.
Pero si Freedom es mediocre, lo es en la sacrosanta tradición de Don DeLillo, que nuestro establishment literario considera central para la literatura contemporánea. La lógica aparente es que la novela puede tentar a los americanos a salir de su armario de medios y entretenimiento y convertirse en más sociales, más amplios de criterio, más actualizados y focalizados. Esta puede ser la razón por la que se nos ofrecen personajes tan aburridos. En vez de retratar a un individuo interesante, o dos, y confiar en el realismo para incorporar la historia con naturalidad en la vida contemporánea, el Escritor Social piensa en todos los asuntos relevantes que tiene que incluir, después piensa en una familia lo suficientemente típica como para que pueda sostener todo. Y cuanto más aspectos de nuestra sociedad puede meter entre dos tapas de libro, más ambicioso se lo considera como escritor.
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