Dom 09.10.2011
libros

>THE NEW YORK TIMES

Una familia llena de infelicidad

› Por Michiko Kakutani

La galvánica nueva novela de Jonathan Franzen demuestra su impresionante caja de herramientas literaria –cada habilidad narrativa esencial, además de muchas campanas y silbatos– y su habilidad para abrir una gran, updikeana ventana a la vida de la clase media americana. Con su libro no sólo ha creado una familia inolvidable, sino que ha completado su transformación de un agudo y apocalíptico satirista focalizado en transmitir los problemas socioeconómicos y políticos de este país en una especie de realista del siglo XIX preocupado por las vidas públicas y privadas de sus personajes. Mientras que la primera novela de Franzen, The Twenty-Seventh City tomaba prestado con libertad de escritores como Thomas Pynchon o Don DeLillo para crear una postal oscura y salpicada de St. Louis, su bestseller de 2001, Las correcciones señalizó su determinación de escribir a unos Buddenbrook americanos, de conjurar los Estados Unidos contemporáneos –no con una épica de historieta y zeitgeist sino deconstruyendo la historia de una familia para darnos un retrato en gran angular del país cuando se metía en los materialistas años ‘90.

Mientras Las correcciones testimoniaba el descubrimiento de Franzen de su ágil voz propia y el dominio de su tendencia a la pontificación sociológica, la novela era una especie de híbrido en el que los instintos satíricos del autor y su visión misántropa del mundo a veces se peleaban con su nuevo impulso de crear personas tridimensionales. A veces se podía sentir que estaba inflando de importancia el significado simbólico de las experiencias de sus personajes, incluso cuando, con condescendencia, les atribuía todas las cualidades venales, desde la hipocresía y la vanidad hasta la paranoia y la manipulación maquiavélica.

En las primeras páginas de Freedom esta dinámica parece aún más exagerada cuando se nos presentan los miembros de la familia Berglund como un rejunte de caricaturas desagradables, que dejan perplejos y perturbados a sus vecinos de St. Paul por su “amabilidad”. Walter Berglund es un débil, pasivo-agresivo esposo y padre, que extrañamente vende sus ideales de amor a la naturaleza para trabajar con una malvada compañía carbonífera. Su esposa, Patty, también parece súper agradable en la superficie, pero termina siendo una bruja que se enfurece con Walter e inexplicablemente tajea las nuevas llantas para nieve de su vecino. Su arrogante hijo adolescente, Joey, es tan infeliz en su casa que se muda con la familia de su novia a la casa de al lado.

Resulta, sin embargo, que estos sketches farsescos simplemente intentan mostrar cómo los Berglund pueden ser percibidos por los demás, así como el relato de Patty de este período de su vida, que se encuentra a continuación, refleja su propia necesidad de filtrar todo a través del prisma de su ira y depresión. Como Las correcciones demostraba dramáticamente, Franzen es extremadamente apto para describir estas dos emociones –que no solo Patty sino casi todos los personajes de esta novela sufren y que todos atribuyen a injusticias o daños sufridos en manos de sus padres.

Cuando la novela avanza, Franzen se sumerge con mayor profundidad en el estado mental de sus creaciones y las desarrolla hasta convertirlas en seres humanos completamente imaginados –no estereotipos nietzscheanos que se dividen en categorías de duros (desvergonzados, ambiciosos brutos) o suaves (patéticos, felpudos lloriqueantes); no amargados alimentados por antiguos rencores sino personas confundidas, que buscan, capaces de cambiar y quizá incluso de trascender.

Con una prosa que es al mismo tiempo visceral y lapidaria, Franzen demuestra cómo sus personajes luchan por navegar un mundo de gadgets tecnológicos y hábitos cambiantes, cómo luchan por balancear la ecuación entre sus expectativas en la vida y la gris realidad, sus ideas políticas y sus mercenarios deseos personales. Prueba que es un experto en la comedia adolescente (lo que le pasa a Joey cuando accidentalmente se traga el anillo de bodas justo antes de las vacaciones con la chica de sus sueños) y también en la tragedia adulta (lo que le pasa a la asistente y nuevo amor de Walter cuando se va sola a un viaje por la región carbonífera de West Virginia); y experto en poner un espejo frente al mundo que sus personajes habitan día tras días así como lo en delinear sus complicadas vidas internas.

En el pasado Franzen tendía a imponer una mirada cínica y mecanicista del mundo en sus personajes, amenazando con convertirlos en peones autorales sujetos a simples imperativos freudianos-darwinianos. Esta vez, al crear individuos conflictivos y contrariados capaces de elegir sus propios destinos, Franzen ha escrito su novela más profunda y sentida –una novela que es al mismo tiempo la convincente biografía de una familia disfuncional y un indeleble retrato de nuestros tiempos.

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