En tan escaso territorio, los pueblos europeos presentan una notable variedad de imágenes con respecto al Paraíso, las que oponen figuras no sólo entre un punto geográfico y otro, sino también a lo largo del tiempo y a través de diversas mutaciones. Para decirlo mal y pronto: no todos los “cielos” europeos tenían ese modelo ascético en donde lo único que se puede hacer es contemplar intelectualmente la divinidad, Paraíso propio del cristianismo romano que se extendería como modelo universal. Los griegos, por ejemplo, en sus épocas tempranas, plantearon una vida en la tierra que se termina en la muerte. Si hay una vida en otro mundo, ese mundo no es precisamente el mejor lugar para estar: ¿alguien se atrevería a declarar que el Hades, destinado tanto a los “buenos” como a los “malos”, es algún tipo de Paraíso? O los pueblos escandinavos, por caso, que plantearon un trasmundo bélico en donde los grandes guerreros continuarían haciendo por toda la eternidad lo que tan bien hacían en la tierra. Colombres aclara que “todos los pueblos conocieron y practicaron la guerra, valorando el heroísmo, pero casi siempre las guerras se mezclan con el amor, ya que después del combate viene el reposo del guerrero. El paraíso de Odín, o Valhala, nos muestra a guerreros que después de la batalla beben y comen muy frugalmente, y que ni piensan en mujeres, las que por otra parte allí no existen, como si ninguna hubiera participado en combates. Claro que están las Valkirias, pero a ellas ni Odín se atreve a ponerles las manos encimas. Y los bosques que rodean su alto palacio de mármol no son de materia orgánica, sino de piedras preciosas. Claro que tomo posición, aunque no de un modo caprichoso, sino ajustado al punto de vista que adopto: la valoración de la vida y la poesía que escenifican los distintos imaginarios. En lo que se refiere al papel del cristianismo, no olvidemos que esta religión se impuso más por los horrores del Infierno que por las bondades de un Paraíso Celestial al que todos quieren ir, pero nadie sabe a qué”.