La voluminosa extensión de En busca del tiempo perdido podía llegar a generar prejuicios y despertar, también, legítimas sospechas. A pesar de la indudable originalidad de su obra, Marcel Proust fue recobrando varias páginas gracias a préstamos sutiles como el siguiente, muy bien disimulado por distintas estrategias, como la inversión del orden de los párrafos y la condensación y amplificación de la cita no explícita al historiador francés Émile Mâle, quien inauguró, en cierta forma, el estudio del arte religioso medieval.
El arte religioso en la Francia del siglo XVIII, de Émile Mâle
De un lado, la Iglesia coronada, nimbada, con un estandarte triunfal en la mano, recoge en el cáliz el agua y la sangre que salen de la llaga del Salvador. Del otro lado, la Sinagoga, con los ojos vendados, sostiene en una mano el asta rota de su bandera y con la otra deja caer las tablas de la Ley, mientras que la corona cae de su cabeza. Santo Tomás, que estaba ausente, llega después de la resurrección, ve el sepulcro vacío, pero, fiel a su carácter, se niega a creer en el milagro. Para convencerlo, María le envía su cinturón desde el cielo.
En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust
[Elstir evoca] el cinturón que echó la Virgen a Santo Tomás para darle la prueba de la resurrección; ese velo que se arranca la Virgen de su propio seno para velar la desnudez de su Hijo, que tiene a un lado la Iglesia recogiendo su sangre, el licor de la Eucaristía, y al otro la Sinagoga, cuyo reino terminó ya, vendados los ojos, con un cetro medio roto y con la corona cayéndosele de la cabeza, perdida, como las tablas de la Ley.
Con el claro objetivo de colgarse como fuera al éxito sin precedentes de Lo que el viento se llevó, la escritora francesa Régine Deforges publicó en 1981 La bicicleta azul, primer volumen de una trilogía claramente inspirada en el best seller norteamericano. Ocho años después de la publicación, el Tribunal de Primera Instancia de París dio su veredicto: se trataba, efectivamente, de una clara falsificación del libro de Margaret Mitchell. Para probarlo, adjuntó un informe de casi cien páginas en el que, además de confirmarse la burda copia de la idea general del libro, también se detectó este plagio propiamente dicho.
Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell
–Ahora entremos a cenar y que todo esto quede entre nosotros. No quiero molestar a tu madre con tus historias, y tampoco tú. Suénate, hija mía.
Scarlett se sonó con su pañuelo arrugado.
La bicicleta azul, de Regine Deforges
–Si tu madre te ve en este estado, se enfermará. Prométeme que serás razonable (...).
Tomó el pañuelo que le tendía su padre y se sonó ruidosamente.
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