Dom 15.06.2003
libros

ENTREVISTA

Cruzar la frontera

La escritora húngaro-alemana Terézia Mora es una de las más jóvenes representantes del nuevo boom de la literatura en lengua alemana, del cual da cuenta Nuevos narradores alemanes. A continuación, una entrevista sobre su obra y su colocación en el panorama de las letras germanas de hoy.

POR GABRIELA ADAMO

Un año atrás, en pleno verano berlinés, Terézia Mora esperaba a un grupo de traductores sentada en una mesa de un concurrido café junto al Käthe-Kollwitz-Platz. Es el corazón del Prenzlauer Berg, un barrio de la ex Berlín Oriental que se puso de moda y tiene muchos puntos de contacto con el Palermo Viejo porteño. Florecen los bares y restaurantes, los negocios de ropa y las pequeñas librerías. Terézia (32 años, escritora, guionista y traductora del húngaro) pidió un café macciatto y se dispuso a conversar con entusiasmo sobre la ciudad explosiva que la rodeaba: “Berlín tiene algo espectacular que no se puede describir. Hay algo que simplemente está bien en esta ciudad. Tal vez sea su mezcla encantadora, el hecho de que muestre las huellas de una metrópoli de Europa Oriental y, al mismo tiempo, Occidental”. Esta mujer pequeña y muy delgada, con ojos casi transparentes, ganó el premio Ingeborg Bachmann en 1999 por su libro de cuentos Seltsame Materie (Materia extraña). Se enoja ante el pedido de los editores de que escriba “una novela” y sigue publicando cuentos, todos muy bien recibidos por la crítica (obtuvo también los premios Adelbert von Chamisso, Open-Mike y Würth). Su narración “La pregunta del guepardo” acaba de ser traducida al castellano y forma parte de la antología Nuevos narradores alemanes, que presenta lo más novedoso que se está escribiendo en idioma alemán. Un año después de aquel encuentro, respondió algunas preguntas de Radarlibros.
El año pasado se hablaba del surgimiento de una nueva camada de jóvenes escritores alemanes con éxito en la prensa y en el público. ¿Sigue siendo así? ¿Se siente emparentada con ese grupo? ¿Qué autores de allí le resultan más notables?
–En 1999, cuando se publicó Seltsame Materie, yo no era tan consciente como hoy de que mi edad –y tal vez también mi género– jugaron un papel muy importante para que todo resultara tan fácil. Puedo decir que casi me pescaron por la calle y me ofrecieron un contrato editorial basándose sólo en mis primerísimos cuentos. Este camino, por supuesto, es muy diferente del que transita un autor que lucha durante décadas para que lo publiquen. Pero en el ínterin la situación cambió. En las editoriales reina la apatía, los planes de publicación volvieron a reducirse, ya no hay tantos lugares para los autores. Nos encontramos en una “situación intermedia”. Todavía no está decidido –las editoriales no lo decidieron– si en el futuro seguirán con eso del “escritor de la temporada” o si se dedicarán a construir algo sólido en torno a sus autores. Es decir, si van a pensar en obras sueltas o en obras de vida. Realmente “emparentada” no me siento con nadie. Ya desde mi biografía soy “la persona sin parientes”. Pero más allá de esto pienso que, de todas formas, el artista siempre está solo. Y notable en este caso es que aquellos autores que considero buenos no se puedan comparar con ningún otro. Ingo Schulze, por ejemplo, Jenny Erpenbeck o Thomas Lehr.
¿A quiénes consideraría sus
modelos literarios?
–En mi socialización literaria los autores alemanes casi no juegan un papel relevante. Crecí con la poesía húngara (Attila Jószef, Janos Pilinszky) y, por el otro lado, con el “grotesco” centroeuropeo (Kafka, Hrabal). En mi adolescencia descubrí a Beckett, Joyce y Borges. Me influenciaron fuertemente; no tanto en la ejecución concreta de mis textos sino, más bien, en la forma de pensar y de encarar la escritura. Además, durante el trabajo, siempre se vuelven a encontrar nuevas cosas “viejas”. Donald Barthelme, por ejemplo, o también Virginia Woolf. Los alemanes no me resultan muy importantes, no sé bien por qué. Aunque claro que soy una admiradora del Handke temprano (digo “temprano” porque lamentablemente no estoy informada sobre lo “actual”). No sé si puedo hablar de modelos. Digámoslo así: son personas y libros que me parecen buenos. Y claro que también Esterházy, pero ese nombre está fuera de toda cuestión.
¿Cómo influye en su escritura su
trabajo como traductora? ¿Lo siente
como un freno o como un estímulo?
–Me frena, en la medida en que me quita tiempo (traducir la novela Harmonia caelestis de Péter Esterházy colocó mi propia novela en segundo plano durante un año y medio). Me estimula porque me divierte y porque, al traducir, uno aprende constantemente. Para volver a mencionar Harmonia caelestis: sólo el trabajo con este libro me dejó en claro qué tan alta se encuentra la marca a alcanzar. Sólo tiene sentido intentar absolutamente lo mejor y para ello debo ser más radical, menos temerosa, más irreverente.
Nació en Hungría, pero vive en Alemania y escribe en alemán. ¿Qué papel juega en su literatura esa “ubicación limítrofe” entre dos países?
–Vivo “en el cruce” y eso tiene sus efectos, claro. Pero esto es algo que no me sucede desde que vivo en Alemania sino que es mi estado desde que estoy en el mundo. Mi familia en Hungría pertenece a la minoría germano-parlante, así que siempre estuvimos en dos lugares al mismo tiempo. Supongo que la frontera me va a acompañar durante toda la vida, no tanto como tema concreto sino como manera de pensar. De los autores alemanes –sobre todo occidentales– que se sienten ciento por ciento en casa y cuyo entorno nunca cambia, me separan mundos. Mi entorno (el de mi cabeza) varía constantemente: la historia está actuando y “arrea al hombre”. Otro escritor alemán con una postura similar es Ingo Schulze. Sus obras reflejan esta forma de pensar. Me gustan mucho, porque son totalmente diferentes de la celebración de una nostalgia alemana con tinte a veces occidental, a veces oriental, que está de moda. Para él, como para mí, la literatura trata de otras cosas, de “a quién amamos y qué debemos comer”, es decir, de lo existencial.
¿Cree que tras la caída del muro volverá a haber fuertes escritores mitteleuropeos o que el abismo entre Oriente y Occidente es insuperable?
–No lo sé. Tengo la esperanza de que gracias a la desaparición de las barreras políticas pueda nacer un diálogo nuevo entre la Mitteleuropa oriental y la occidental. Por el otro lado me pregunto si es que alguna vez Europa tuvo un centro único, o si eso sería deseable. Yo diría: esperemos.
El cuento “La pregunta del guepardo” no está incluido en Seltsame Materie. ¿Podría contarnos algo sobre su concepción?
–El cuento transcurre en un lugar anónimo, pero que se puede reconocer fácilmente como una ciudad de Alemania Oriental luego de la reunificación. Su concepción es bastante profana: se basa en una historia real, la de un amigo que era ex cuidador de animales y que hizo un curso para convertirse en empleado administrativo; de verdad le hicieron esta pregunta sobre el guepardo y de verdad sufrió, después, un derrame. Eso sólo ya es una buena historia, pero hace falta construir un “mundo” correspondiente en torno a ella para que se convierta en una “obra”, y ese mundo tiene que ser existencial y auténtico (en el sentido estético, no necesariamente en el sociológico) para que funcione. La historia fue muy bien recibida. Un crítico dijo que con este cuento yo “había llegado a Alemania”. Pero yo lo dudo: llegué a Alemania en 1990 con una mochila y un almohadón.

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