Dom 15.02.2004
libros

Los frutos del árbol de la vida, por Angélica Gorodischer

La estación estaba llena de carteles aunque también había un reloj sin agujas y las patas de hierro de un banco de madera que ya no existía. Nada más. Uno de los carteles blanco sobre negro decía Campo Cañada; otro blanco sobre azul decía Caballeros; otro negro sobre blanco fijado a la pared que daba sobre el andén, despegado en las puntas ya amarillento decía: Hoy gran gira presidencial por el interior del país. Su excelencia el Presidente de la Nación en persona. Cinco ministros. Un edecán. Un jefe de protocolo. Diez subsecretarios. Dos jefes de Estado Mayor. Se invita a la población. A las 17 horas. Aquí.
Don Melitón y don Delio recorrieron la estación vacía. En la oficina del jefe abrieron el armario con una llave que sacaron de abajo de una tabla suelta en el suelo y estudiaron los floreros, desplegaron las guirnaldas para comprobar el estado de las cuerdas a las que hubo que hacer solamente diecisiete nudos más; y lustraron la flauta y el platillo con los faldones de la camisa de don Delio. Después se sentaron en el borde del andén y esperaron.
(...)
El tren avanza. Sobre la llanura amarilla tal vez pueda parecerle una lombriz a don Melitón que planea entre los celajes del sueño, pero en verdad constituye un espectáculo imponente para cualquiera que lo contemple despierto y desde el suelo. La locomotora es negra como el carbón que la alimenta. Estremecedoramente fuerte, más fuerte que un cíclope, echa fuego como el dragón feroz dispuesto a rendirse sólo a la mano blanca de una virgen. Se desliza metro a metro devorando trabajosa, victoriosamente las distancias. La siguen el tender más negro todavía con la carga del carbón y las palas clavadas de punta en la masa brillante y quizá más negra que todo lo negro anterior, tan negra que ya es plateada y chirría a los ojos bajo el sol, y seis vagones. Un vagón para el personal, un restaurante, dos vagones para la comitiva y un salón para Su Excelencia: el vagón presidencial.
Ahora amanece: el tren avanza por la llanura seca.

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