NOTA DE TAPA
Tapado por el gris burocracia, José Estévez no es recordado como el director de obras municipal que capitaneó trabajos como la Nueve de Julio o creó la Costanera Norte. Una muestra del Cedodal invita a descubrir un personaje y a entender una época.
› Por Sergio Kiernan
El Cedodal acaba de presentar una nueva exposición, esta vez dedicada a un “tapado”, el ingeniero-arquitecto José Estévez, que nació en 1879 y murió al pie del cañón en 1942, trabajando en casa y enfermo en el proyecto de secado de los bañados de Flores. Que el Centro de Documentación de Arte y Arquitectura Latinoamericana que dirigen Ramón Gutiérrez y Susana Viñuales haga este aporte a la flaca bibliografía nacional ya no debe sorprender: la muestra y su catálogo van directo a un estante creciente de libros sobre autores, movimientos y grupos publicados en estos diez años por el Centro.
La figura de Estévez sale de un curioso anonimato, el del profesional comido por la función pública, cuyas obras son famosísimas pero parecen haber nacido por generación espontánea. En diversos cargos pero sobre todo como director de Obras Públicas de la municipalidad porteña, Estévez tuvo mucho que ver con cosas como abrir la avenida Nueve de Julio, crear la Costanera Norte como defensa de las inundaciones, completar la Costanera Sur y determinar dónde se construiría el Aeroparque.
Por alguna razón mental, uno tiende a pensar que este tipo de obra no tiene autor. Será que son parte del paisaje urbano y los paisajes se registran inconscientemente como “naturales”, aunque sean de cemento. O será que se piensa que provienen de esa criatura burocrática, el comité, y no importa quién pasó el plano a tinta. Pero sucede que son todos edificios, obras materializadas y pensadas, artificios humanos que alguien planeó. Es por eso que darle crédito a José Estévez es, en un punto, como recordar que Palermo no era un bosque hasta que lo plantó Thays.
Estévez, como su nombre permite adivinar, era el hijo mayor de un matrimonio de gallegos. Su padre, Modesto, llegó a los doce años a hacer la América desde Vigo, en Galicia, y terminó próspero y almacenero en el pueblo de General Lavalle, pegadito a la ría bonaerense de Ajó. Lavalle tuvo su cuarto de hora como centro de servicios de los muchos saladeros del lugar, que desaparecieron con la inauguración de esa maravilla tecnológica, el frigorífico, hacia 1901. Para ese entonces, don Modesto ya había hecho y muy bien la inversión básica del inmigrante inteligente: la educación de los hijos. M’hijo el dotor, que hoy resulta un chistecito frívolo, fue una manera de construir un país.
Para cuando los frigoríficos acabaron con los saladeros, el joven Estévez ya estaba en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, que en esos tiempos tenía en su seno a la escuela de ingeniería. También estaba abriendo, justo en 1901, su escuela de arquitectura, y José terminó -impulsado por su mentor, Alejandro Christophersen, que ya era arquitecto graduado en Bélgica– estando en la primera camada de profesionales del país. Toda su vida, Estévez mantuvo su título de ingeniero-arquitecto, y logró una alegre integración entre fierros y pinceles, inspiración y cálculo. Su formación fue estrictamente Karman: esteticismo francés, órdenes clásicos, exigencia de ser ducho en acuarela, pastel y tinta. En fin, ese tránsito humanista por las artes que resulta tan marciano hoy, cuando todos las arquitecturas son apenas comerciales.
Otra cosa que le dejó la escuela de arquitectura fue un amigo del alma, Adolfo Gallino, también miembro de esa primera hornada. Estévez y Gallino formaron una dupla bromista, aficionada a las caricaturas y con un gusto por las fotos cómicas y los disfraces. También formaron un estudio y terminaron construyendo bastante en Corrientes, para la próspera familiade Gallino y para el gobierno provincial (por ejemplo, el pabellón correntino en la exposición del centenario). No extraña que Estévez terminara casado a los 38 años con una bonita sobrina de su amigo, de 28 años.
Como para sentar cabeza, en 1917 Estévez estaba de vuelta en Buenos Aires, se declaraba porteño y comenzaba la carrera pública en la vieja municipalidad. Resultó un estupendo director de obra, de una ejecutividad notable y una atención particular al detalle. Una de las fotos en la muestra curada por Florencia Barcina lo muestra bajando de una pila de piedras en una cantera, de traje y sombrero, mientras chequea la calidad de las que se van a usar para adoquinar su ciudad.
La época crucial de la carrera de Estévez y de la muestra del Cedodal es la década entre 1932, cuando es nombrado director de Obras Públicas, y su muerte en 1942, todavía en el cargo. Sucede que esos años fueron de los últimos en que hubo voluntad y dineros para los grandes proyectos urbanos en la ciudad porteña. Esos fueron, además, los años en que Buenos Aires entendió que la moda de los autos iba en serio y que había que planear para su uso masivo.
El primer gran encargo fue completar el ensanche de las avenidas esteoeste, que llegaban anchas a Callao y se cerraban al entrar al centro. Corrientes, Córdoba, Santa Fe y Belgrano tomaron la fisonomía que tienen hoy bajo la dirección de Estévez, que también se encargó de ajustes urbanos, como ensanchar aforos de lo que hoy llamamos Libertador, sobre todo a la altura de Núñez, y crear la Juncal ancha en la zona de Retiro. Buenos Aires ya adolecía de problemas de tránsito, y basta imaginar lo que sería de nosotros hoy en día si no se hubieran ensanchado estos lugares.
Estévez tuvo también a su cargo terminar con las inundaciones en el lado norte de la ciudad, construyendo la costanera de ese lado, lo que hizo en tiempo record. Como si no tuviera bastante, se construyeron nuevas líneas de subte, y en plazos que hoy, con toda la tecnología moderna, son un sueño de fiebres palúdicas.
Pero tal vez la obra más importante fue la “avenida de norte a sur”, que conocemos como Nueve de Julio y que incluyó el descuelgue de construir un obelisco en cosa de meses, hazaña lograda por Estévez gracias a su manía de instalarse en un obrador y supervisar en persona los trabajos. El ingeniero-arquitecto creó también los primeros estacionamientos subterráneos en la nueva avenida, que fueron los primeros del país. El catálogo de la muestra contiene una concisa historia de este proyecto, con dibujos que muestran encarnaciones anteriores donde las plazoletas laterales están tomadas por edificios monumentales y el centro del conjunto es un rond point en el cruce con Avenida de Mayo.
Estévez murió en 1942, trabajando en cama en un proyecto de saneamiento para Flores/Floresta (esta era una ciudad que, increíble, hasta contenía pantanos). Un toque especial de la muestra que le dedica el Cedodal es la cantidad de objetos personales exhibidos. Ahí están sus instrumentos de dibujo, sus trabajos de estudiante (como el que ilustra esta página), su proyecto para un teatro correntino (en tapa) y sus últimas cajas de pasteles, un conjunto que más parece de un artista que de un arquitecto.
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