Viernes, 23 de agosto de 2002 | Hoy
El grupo Vagón crea una arquitectura con quiebres en la función
y aires escultóricos. Ciertamente, no es lo que suele verse en las revistas, aunque hay más preguntas que respuestas.
Por Matías Gigli
Un grupo de jóvenes arquitectos reunidos desde los años de facultad,
trabajan en conjunto en torno de conceptos e ideas en donde el espacio es el
protagonista. Con el nombre de Vagón, y desde Rosario, con antecedentes
que datan de 1993, han desarrollado trabajos interviniendo en temas de la ciudad
y la arquitectura. El grupo tiene una dinámica especial a la hora de
generar actividades alrededor de la arquitectura, sean charlas o eventos, como
exposiciones y obras.
¿Cuánto de escultura tiene la arquitectura? ¿La función
es la espina vertebral de todo proyecto? ¿Los materiales, con sus calidades
y características propias, otorgan a la obra algo más que su materialización?
Esas y otras cuestiones parecieran ser planteadas por Elina Bianchi, Quique
Franco, Germán Germinale, Florencia Grillo y Walter Taylor, que desde
distintos lugares como seminarios, concursos y la práctica profesional
misma han sabido utilizar de argumento para experimentar y volcar sus inquietudes.
Su proceso creativo tiene mucho de autogestión, de autoconstrucción,
de una mirada que se posa sobre un problema desde una óptica poco común.
Esto da como resultado una arquitectura por lo menos distinta a la que vemos
a diario en revistas y en nuestros barrios.
Arquiescultura
Germán Germinale plantea y materializa respuestas inéditas. En
su caso, “la arquitectura debía acompañar una decisión
de alejarse de la ciudad y vivir de los frutos de la tierra. Una multiplicidad
de materiales se acomodaron a los distintos espacios que ellos mismos construían”.
¿Cómo sortear el problema de ascender a otro nivel? La escalera
sin más pareciera ser la respuesta obvia. Pero es allí donde una
búsqueda alejada de toda lógica funcional acerca a Germinale a
una expresión vinculada más bien con la escultura y la talla.
Toma una determinación extraña: deposita un gran tronco de eucalipto
con escalones tallados. ¿Cómo sostenerlo? Aquí el arquitecto,
en un trabajo de autoconstrucción de la vivienda, opta por suspenderlo
sobre un entramado de sogas.
Es el juego de plantear un problema de difícil solución, a ver
cómo lo resuelvo.
En la misma casa, una masa escultórica de barro y ladrillos agrupa al
fuego. Y un vano conformado por botellas multicolores llenas de agua, deja en
claro que existe una voluntad por investigar el paso de la luz y los colores
dentro del espacio construido.
Moebius en Santa Fe
En otro ejemplo de búsqueda casi frenética hacia lo desconocido,
Walter Taylor se atreve a reconocer que en la Casa Bernardi, de su autoría,
“no se fundamentan jerarquías de usos, sólo vivir en distintos
sitios, donde lo único que varía es la mayor cantidad de luz en
los cuerpos mientras se acercan al cielo”. Es que en esa casa de Franck,
provincia de Santa Fe, una construcción de hormigón es testigo
singular de que la forma le ganó al cálculo. Una cinta continua
envuelve y define al edificio organizando espacios a su paso.
Largos tramos de hormigón organizan un recorrido en los techos, dotado
de vivencias tanto en su exterior como en el espacio interior que generan. Es
decir, es tan importante el techo como el interior de la casa. Este interior,
justamente, no tiene usos determinados: no hay living, dormitorios, estares
predeterminados.
¿Es que la función ya no entusiasma? La búsqueda de una
arquitectura sin la necesidad de grandes gestos, formas y contraformas ¿ha
perdido suencanto? ¿Dónde termina la búsqueda y empiezan
los hallazgos? Una pregunta que todavía no tiene respuesta.
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