NOTA DE TAPA
Un nuevo proyecto de Artesanato Solidario Artesol realizado en Pitombeira, Salgueiro, estado brasileño de Pernambuco, transfiere diseño en el marco del movimiento de Comercio Justo con un material inédito: la fibra del tallo del banano.
› Por Luján Cambariere
Café, cacao, té, yerba mate, quinoa, son moneda corriente en el movimiento del Comercio Justo. Pero la fibra extraída del tallo de la banana para el diseño de utilitarios y objetos decorativos resulta bastante inédito. Como tantas otras experiencias de este tipo, se da en Brasil y depende de Artesanato Solidario Artesol, organización pionera en esto de unir diseñadores con artesanos de comunidades vulnerables para rescatar saberes y asegurar una salida laboral e ingresos sostenibles en el tiempo.
Desde 1998, Artesol trabaja en localidades con bajo Indice de Desarrollo Humano, una especie de termómetro social establecido por la ONU que mide la calidad de vida de las personas en distintas poblaciones. El indicador entrecruza tres variables: ingreso, expectativa de vida y nivel de escolaridad. Artesol focaliza su actividad en el rescate y la revitalización de la artesanía tradicional, porque entienden que es a través de este “saber hacer compartido” por grupos sociales específicos que transmiten determinadas técnicas y materiales de generación en generación, donde se puede generar un ingreso desde el rescate de la identidad cultural y la promoción del capital social. Con un sistema cada vez más aceitado, que no se limita a la capacitación en diseño, ya que atiende diversos frentes como el fortalecimiento de la propia actividad artesanal, la asociatividad y sobre todo la comercialización más justa, hoy contienen más de 80 proyectos en 17 estados brasileños que involucran a 4 mil artesanos y sus familias. Y como siempre van por más, hoy le tocó el turno a la fibra del banano. El porqué y el cómo de este proyecto encierra todos los condimentos que hacen a la particular labor de Artesol; por eso, además de original, resulta emblemático.
Es una localidad del municipio de Salgueiro, a 500 kilómetros de Recife, la capital del estado de Pernambuco, nordeste de Brasil. Es una zona árida, muy seca y de extremo calor, con serio déficit social, un IDH de 0,7, una tasa de analfabetismo del 21,4 por ciento y una mortalidad infantil del 22,8. El verde de los bananeros tiñe todo el paisaje de Salgueiro y, de hecho, casi la totalidad de los habitantes vive de las plantaciones de banana. “Pero son las mujeres –hijas y compañeras de los agricultores rurales– de la franja etaria de 16 a 55 años que trabajaban en sus casas, las que estaban en mayor desventaja y aisladas. Sólo algunas de las más jóvenes estudiaban y casi ninguna tenía una actividad por fuera de las tareas domésticas cotidianas, a pesar de tener la necesidad y ansias de superarse”, cuenta Macao Góes, del área de monitoreo de proyectos de la institución. Con poca tradición artesanal (sólo algunos casos de producción de bordados de punto cruz, croché y cerámica de torno), después de hacer un diagnóstico de la comunidad, la opción de Artesol pasó por darle nueva vida a este recurso natural de la zona. Sobre todo, pensando también en la cuestión medio-ambiental, ya que una vez que se cosecha el fruto, que ocurre sólo una vez, la planta era totalmente descartada, acumulándose generalmente como desperdicio.
Como dice la vieja broma, la banana no tendrá carozo pero el banano tiene tallo, del que pueden ser extraídas tiras y pulpa de gran potencial para la artesanía. Es una materialidad novedosa, ecológica y abundante, ya que diez troncos ricos en fibra rinden aproximadamente 18,5 kilos de material. “El proyecto se orientó a valorizar el saber hacer de un grupo de la comunidad que dominaba la técnica del trenzado”, explica Góes. Así, lo primero que hicieron, en octubre de 2005, fue organizar un concurso entre los habitantes de Salgueiro que premiaba dos categorías, creatividad y técnica. De esa primera iniciativa, surgieron varias artesanas que ya sabían como usar y preparar la fibra. Básicamente, con una especie de cuchillo sacan del tallo tiras o hilos (filo y contrafilo) de distintos espesores, que son lavados y secados, al sol para obtener una fibra más clara, a la sombra para una más oscura.
Las tiras están listas cuando están casi secas, aunque no absolutamente secas porque se quebrarían. Cada fibra presenta distintas características de texturas y color, lo que representa enormes posibilidades. Ahora bien, una vez obtenida la fibra, las artesanas trabajan distintos puntos y tramas manualmente o en el telar. Así, desde un inicio se vislumbraron las enormes posibilidades de buena factura de un sinfín de accesorios: bolsos, cinturones, prendedores, carteras, collares y cestas. Y piezas más grandes que van desde individuales, pasando por caminos, manteles, carpetas, almohadones y almohadas. Por otra parte, sacando la pulpa del tallo, hacen una masa que mixturada con cola y yeso permite moldearla para hacer diversos utilitarios como cuencos, platos y fuentes varias. Para lograr tonos más estridentes también la tiñen de forma natural con otras plantas de la zona, como la imburana o la aroeira.
“Es importante aclarar que el rescate de la técnica y el desarrollo de objetos, si bien es crucial y la parte más encantadora del proceso, no es la única. Todos sabemos que es generalmente en el establecimiento de un precio justo para los productores, el acceso de los artesanos a los mercados consumidores de los grandes centros urbanos, además de los mercados locales, regionales, ferias y espacios comerciales, donde triunfan o fracasan estos emprendimientos”, señalan en Artesol. Por lo que, simultáneamente al desarrollo de la colección de productos, comenzaron a apuntalar a las más de 15 artesanas involucradas en el proyecto en estas cuestiones. Quince mujeres que con su accionar y nuevos conocimientos empezaron a beneficiar indirectamente a otras 75 personas de la comunidad.
Organizados en los módulos de Identidad, cultura y ciudadanía; Gestión y organización de la producción; Desarrollo de producto; Relación con el Mercado; Mercado autosustentable y formación del precio, a partir de 2006 comenzó la última etapa de la capacitación con consultores contratados por la ONG que articulan diálogos en tres dimensiones. Primero y fundamental, entre los propios artesanos que se movilizan para el trabajo artesanal colectivo. Como la idea de la institución es la autogestión y sustentabilidad, el cierre del proyecto es cuando el grupo se constituye en asociación o cooperativa. Segundo, entre los artesanos y sus productos, respetando su identidad cultural, pero vislumbrando su potencial de renovación. Y por último, entre los artesanos y el mercado consumidor. De un lado, ellas con sus técnicas, ritmos y estéticas propias; y del otro, el mercado de las grandes urbes, con las exigencias y demandas contemporáneas.
“En el grupo de mujeres hay hasta tres generaciones de una misma familia. Mujeres a las que la vida les cambió radicalmente principalmente en la conquista de su ciudadanía, fuerte autoestima, su valoración como artesanas y el aumento o creación de ingresos a partir de un pago justo por su trabajo”, cuenta Góes.
Con tal fin, además de la capacitación, se organizaron varias visitas a otros mercados para una mayor sensibilización con otros productos más refinados y el modo de mostrarlos. Organizaron talleres de memoria del trenzado para adecuar las técnicas al uso de nuevos telares y a la creación de nuevos objetos. Siempre en un diálogo continuo entre diseñadores y artesanos, en el que los primeros no van a mostrar prototipos para que sean copiados sino que apelan a la creatividad del artesano para la producción de nuevas piezas y la ampliación de las familias de objetos, siempre cuidando la calidad y terminaciones.
Doña María, una de las artesanas, recuerda que cuando llegó una capacitadora de diseño, ella se preguntaba qué hacer. “Me quedé pensando dónde es que ella quería que aplicáramos todos esos nuevos saberes. Ahora veo lo lindo que quedó y lo bueno que fue aprender cosas nuevas para renovar lo que veníamos haciendo y poder vivir de ello”, señala. María Antonio, más conocida como Clo, agrega que “nosotros los pobres tenemos miedo de los ricos porque siempre han venido con su prepotencia. Pero con la ayuda de Artesanato Solidario nos comenzamos a enganchar, a involucrarnos, a dialogar y a descubrir que más allá del trabajo de nuestros maridos teníamos algo que vale”. Márcia agrega que “ahora no tenemos las dudas que teníamos sobre las terminaciones de cada producto o ciertas técnicas posibles que hacían que flaqueáramos. Con los cursos aprendimos muchísimas cosas, como por ejemplo, que podemos comenzar a hacer dos tipos de productos: uno para nuestra zona y otro para las personas de las grandes ciudades que a veces tienen otro tipo de espacios y gustos, y así vamos a vender más”. Y Clo remata: “Yo aprendí que no tengo que tener miedo. Que puedo producir, hacer productos de calidad y también ir detrás de los clientes para vender más y mejor”.
Como parte de incentivo al trabajo colectivo, en agosto de 2006, fue creada la Asociación de Artesanos de Pitombeira, con el fin de lograr la autonomía del grupo. Y de ahí, un nuevo despegue. Pudieron presentarse en varios desfiles, eventos y centros comerciales de todo Brasil, así como en el gran show-room que ostenta la ONG en San Pablo. En agosto, dos artesanas llevaron los productos del grupo a otro evento comercial en Recife. Además de las ventas y de numerosos encargos, cuentan que pudieron sentir el placer de ver sus productos valorizados, verificar el capital que tenían en sus manos y ver el mar por primera vez en sus vidas. “Es mucho para mí”, recordó María. “Estoy como atontada, viendo a las personas aplaudir nuestros productos, preguntando cómo los hacemos y dónde pueden comprarlos. Siento que es un sueño del que no me quiero despertar.”
El proyecto que dio origen a este trabajo fue ganador de las Becas Avina de Investigación Periodística. La Fundación Avina no asume responsabilidad por los conceptos, opiniones y otros aspectos de su contenido.
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