Sábado, 2 de febrero de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
Minka, Museo de Arte Moderno La Casa de Japón, además de un acervo cultural contundente es un referente para aprender y desmitificar cuestiones del país del Sol Naciente que aquí tiene tantos adeptos.
Por Luján Cambariere
En tiempos en que Japón está de moda tener a un paso, en nuestro idioma, un tremendo acervo y fuente de referencia del arte y diseño japonés, ayuda a aclarar ciertos equívocos que, devenidos en mito, ocultan la rica realidad de ese país.
Hablamos de Minka, Museo de Arte Moderno La Casa de Japón, pero especialmente de sus mentores –Patricia y Guillermo Bierregaard, un matrimonio argentino con una historia tan particular como la casa que hoy habitan y alberga la colección de más de 1000 bellísimas piezas de arte japonés que ostentan. Obras representativas de las distintas épocas de los períodos moderno y contemporáneo, muchas de ellas piezas únicas en técnicas milenarias a las que ahora tenemos acceso gracias a esta colección, que es una de las más importantes fuera de Japón. Preciosas esculturas, grabados y artesanías (y acá va la primera aclaración: “En Japón no existe distinción entre arte y artesanía”) en laca, vidrio, piedras y bambú, entre otras, muchas de ellas creadas por Tesoros Nacionales Vivientes, maestros así reconocidos por su máximo nivel de técnica artística, por el Ministerio de Cultura de Japón.
Cuando se abre el inmenso portón de madera en Boulogne es difícil creer lo que se ve. Una típica casa de campo japonesa emplazada en el partido de San Isidro. Tarea que llevó sus años (más de 20), encuentros y desencuentros, pero que la pareja eligió como base de operaciones de esta epopeya de traer Japón a la Argentina y poder así divulgar y transmitir todo ese conocimiento adquirido allá. El mejor anclaje a la nueva realidad que significaba retornar al país de origen después de 32 años de vida oriental. Los Bierregaard viajaron a Tokio siendo muy jóvenes en el ‘72 por una oferta laboral, pero la aventura limitada a tres años para conocer Asia, se extendió una vida. “Estando allá surgió la posibilidad de comprar esta casa, una construcción tradicional típica japonesa de 250 años, que era una casa de campo. Una estructura de madera tipo gassho-zukuri hecha por encastres que adquirimos con la condición de que los que la desarmaban (cuatro expertos carpinteros) la volvieran a armar acá. La compramos a 600 km de Tokio en el ‘79 y quedó en un tinglado hasta que en el ‘84 viajó en barco al puerto de Buenos Aires desde Nagoya”, relata. Seguir los planos que elaboró el prestigioso arquitecto Junzo Yoshimura, llevó a los japoneses tres semanas. Transformarla en un museo y vivienda para ellos en el tercer piso (capítulo aparte con diseños originales de Isamu Noguchi y George Nakashima, entre otros, además de preciosos objetos como una colección de teteras que bien podrían formar parte de la colección de los primeros pisos) hasta su regreso. “Construyeron todo lo que es el esqueleto, porque no hay nada portante”, continúa Guillermo. “Una vez que la estructura está armada, columnas y vigas, sólo era una cuestión de completar los espacios, las paredes. Una tarea que en nuestro país duró 22 años, una cosa medio quijotesca”, aclara, ya que la casa tiene más de 1000 m2. Hoy desandar su historia, módulos, espacios y materiales, permite ir descubriendo algo de la esencia del país del Sol Naciente y sobre todo desentrañar algunos malos entendidos en lo que se refiere al diseño japonés.
“La arquitectura y diseño tradicional japonés tenían como objetivo elevar la vida de la gente. Por eso en él todo respondía a una lógica y funcionalidad concreta. Como método de construcción hace más de 400 años lograron crear un módulo de medida llamado KEN de 1,80 m de largo que era la distancia entre los ejes de las columnas. Las edificaciones se hacían basadas en ese módulo que incluso se usa hasta el día de hoy”, comienza a esclarecer. “En Occidente se trató de encontrar un módulo que le diera orden a la construcción, pero no se logró”, detalla. “Otro elemento muy empleado y que todos conocemos por acá es el tatami. Especie de alfombra, tipo estera hecha en paja de arroz prensada y cosida de 180 cm por 90. Antiguamente, la gente que tenía que trasladarse de un sitio al otro llevaba sus tatamis. Los japoneses hicieron un estudio del espacio que necesita cada habitante y así determinaron el tamaño de los cuartos por el número de tatamis que podría contener”, suma. Para decidir la forma de habitar entraban en juego varios elementos –la ética familiar, la religión, la filosofía, la posición de la mujer y del primogénito, si iban a tener un cuarto de té que es un espacio un poco excluido donde el ser humano se encuentra, por la necesidad de estar solos, el lugar para rendir honor y respeto a los antepasados–. Por otro lado, todos los elementos del interior de la casa, lo que nosotros llamamos diseño interior o decoración, no existen como tal, ya que la estructura en sí es decorativa. Basada en elementos clave –piedra, madera, bambú o caña y papel– se evita la confrontación, la tensión que genera la convivencia de diversos materiales. Opuesto a Occidente donde muchas veces se busca crear una atmósfera particular para cada ambiente. De hecho, cuenta Guillermo, en la antigüedad casi no se usaban muebles. Se sentaban en almohadones y tenían quizás alguna cajonera para guardar los kimonos o cómodas más de estilo comercial para talonarios o medicinas. Tenían pocos objetos que siempre eran utilitarios y se cambiaban en función de la estación –en verano bambú y en invierno laca y cerámica–. ¿La iluminación? Allí hay otra gran diferencia ya que ellos valoran por igual la oscuridad, jugando mucho con las sombras.
¿El minimalismo? “Ese es sin dudas el gran mal entendido. El mal llamado por muchos minimalismo en realidad nace en el Japón por la pobreza. Pero una pobreza paupérrima. No era por un valor estético. El que le dio ese valor a los elementos simples de la pobreza fue el Zen, pero eso no cambió en el individuo su condición de pobre. Hay algunos libros de arquitectura que describen con amplitud los secretos del espacio japonés y sobre su esencia. Los conceptos que se tratan van desde lo abstracto hasta lo filosófico, pasando por la religión, el dinamismo, la fuerza creadora y todo lo que puede explicarse para que el lector trate de interpretar ese mundo lleno de incógnitas. Recientemente hasta el feng-shui agregó su cuota. La razón de la confusión está relacionada con la poca profundidad. No se hace un estudio del espacio para el caso residencial versus el de los templos, del espacio urbano versus el rural, el público del privado. El espacio puede ser tridimensional, bidimensional, infinito y hasta filosófico y embrollan la situación afirmando que detrás del concepto japonés hay un propósito arquitectónico preconcebido. La tendencia es comentar sobre el profundo significado filosófico que enseñó que la simplicidad era un medio eficiente de comprender las cosas más esenciales de la vida para dar una forma gratificante, sea física como psicológica. Pero esta filosofía no fue la causa de la simplicidad. La simplicidad de los japoneses en su origen no consistió en restringirse sino en una expresión de pobreza indeseada. Fue una filosofía que enseñó resignación de las condiciones existentes y contentarse con lo poco que había. Fue el Zen el que mostró la belleza inherente a la simplicidad consciente y le dio un significado profundo. Se descubrió así, no la simplicidad sino la estética de la simplicidad. Tal simplicidad no permite una diferenciación entre forma y esencia. Es un sistema de causa y efecto, de acción y reacción, de problema y solución, tanto práctica como espiritualmente. La forma resultante no puede describirse con los conceptos occidentales donde la forma es una cualidad separada del edificio vinculada con lo visual. La forma en una casa japonesa no es la preocupación principal y menos la idea de una creación arquitectónica, sino la expresión de la construcción, la utilización, la religión, tradición y filosofía”, detalla.
Otra de las generalizaciones es que los japoneses “aman la naturaleza”, suma. “Esto por lo general complica el tema en sí porque agrega mucha confusión en la relación entre arquitectura y naturaleza en el diseño. La confusión nace de la idea superficial de que la naturaleza es belleza. Si nos provoca una reacción placentera de nuestros sentidos, entonces su incomprensible y muchas veces destructiva fuerza, indiferente al ser humano, contradice ese concepto. Justamente las adversidades de la naturaleza contra el ser humano es lo que lo llevó a construir un refugio de protección. O sea que el hombre no pudo sobrevivir en la naturaleza sin las conveniencias artificiales o desnaturalizadas. De esta manera, diseñar o construir como la naturaleza, hacer una casa o un jardín como si hubiera crecido naturalmente, desfiguraría el elemento humano al no permitir pensar que el diseño y la construcción no sean un proceso intelectual. El jardín japonés es un espacio arquitectónico porque se trata de un espacio controlado tridimensionalmente con una proporción relacionada a los cuartos interiores. Mejora el espacio interior y no es más independiente que un cuarto individual de la residencia. El jardín puede verse en su totalidad desde el interior pero también puede restringirse a un sector determinado. Tal control permite regular con precisión los deseos psicológicos del que habita la vivienda y no permite que el jardín se convierta en un cuadro que se impone. Así, contrariamente a lo que se piensa, el jardín japonés no es natural. Los elementos y motivos, los más atractivos, se toman de la naturaleza como símbolo abstracto o natural del aspecto en la naturaleza y estos elementos se reducen a escala humana, se les da un orden y se los limita con precisión. Al ser el jardín una extensión del diseño principal, el resultado es arquitectónico y no natural.
Y así podríamos continuar, al decir de Bierregaard. Es que parece que hay cuestiones que se le atribuyen a los japoneses sin saber la influencia, sus causas, su importancia e inclusive su significado, valor y base espiritual. “La arquitectura residencial fue fuente y manifestación del espíritu y forma del culto del té. Mucho de la simplicidad de la función y forma, la sobriedad del diseño y color, la preferencia por lo natural e inconspicuo, el vínculo estrecho con la asimetría y la imperfección ya existía mucho antes de que la ceremonia de té tomara la forma de esteticismo. Si no se llega a profundizar en los orígenes, difícilmente se pueda interpretar fehacientemente la arquitectura japonesa”, remata.
Museo de Arte Moderno La Casa de Japón: Tel.: 4737-9293. E-mail: [email protected]
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