Porteños mínimos
Elaborados o nacidos casi al azar, dos bares de Palermo Soho muestran una tendencia a la expresión míinima que ya está haciendo a su identidad. La gestación de una manera de ser y de mostrarse.
Por Sergio Kiernan
Debe haber algún nombre para esta tendencia, pero podemos llamarla Soho criollo. Después de todo, se impone en un barrio que se llamó La Antártida en tiempos de Borges –era el fin del mundo–, fue por décadas Palermo, después se agregó lo de Viejo y ahora se promueve como Soho. Si esta versión sureña tiene algo de parecido al barrio bohemión de Nueva York, es un cierto tipo de bar y restaurante, informal, de mozas con arito en la nariz y menúes concentrados, elegidos, promovidos como experiencias culinarias y no simples comidas. El ambiente que rodea estas propuestas es, por elección y para limitar los tiempos e inversiones, bastante propenso al minimalismo.
Mark’s es uno de los ejemplares más estudiosamente planeados. Se alza en la esquina de El Salvador y Armenia, en el alto local de lo que fue alguna vez una lavandería industrial y terminó en tapera. En enero, Marcos Mantecón –licenciado en marketing, joven y aficionado al negocio gastronómico y a la arquitectura– abrió lo que resultó una simplificación radical del lugar, una presentación mínima de su volumen interno, monocromático, peleado con las pretensiones, sorprendentemente cálido.
El edificio conserva su exterior de altas pilastras de ladrillo con una planta baja de mayor altura que el primer piso, entrada sobre la ochava y dos amplias vidrieras comerciales, una sobre cada calle. El esquema de fenestración se repite arriba en ventanas de madera aún con sus celosías, y el todo es rematado por una ancha moldura que le da carácter y cierre. Sobre El Salvador, se abre un patio que le da luz al interior.
La luz es justamente una de las dos claves que se fijó Mantecón en el proyecto que le encargó al estudio EGJ, al que alaba como preocupados por cosas como ubicar la puesta del sol y ver qué texturas crea en el local. Así, a la luz que pasa por la puerta y las dos vidrieras se le suma la de dos amplios ventanales que funcionan como paredes hacia el patio. Uno, el que da al local, es fijo y acomoda una simple barra metálica con banquetas fijas. El otro es una puerta corrediza que permite pasar del área de mostrador al patio y sentarse afuera.
El interior del local fue simplificado con premeditación. El cielo raso bajó para ocultar servicios, bovedillas y vigas. Las paredes crecieron para absorber columnas y detalles estructurales. Paredes y cielo raso son de un blanco apenas apagado con algo de crema, haciendo un pendant agradable con el crema claro del piso de cemento blanco alisado y pigmentado. Es un pavimento que debe haber dado su buen trabajo: muestra un brillo, una textura y una falta de roturas destacables. Las paredes tienen una desnudez vocacional y sólo exhiben algún cuarzo y algún sistema de audio, por supuesto blancos. Mostrador y patio muestran el mismo sistema, y el patio comparte el agradable tono marroc clarito del exterior, que funciona como un tercer tono de una paleta única.
Tanta sencillez permite y destaca algunos juegos, como la araña de vidrio que ilumina el mostrador o la diversidad de asientos: alrededor de mesas iguales se reúne alguna silla Thonet añeja, una Windsor, algunas poltronas de diversos Luises y varias butaquitas y silloncitos de vaya uno a saber. Un sofá marrón frente a una mesa ratona es lo primero que se encuentra al entrar.
En otra esquina, la de Costa Rica, se alza frente a la plaza otro bar de ochava que está en los antípodas de Mark’s y sin embargo comparte una cierta intención. Bartok ocupa una ochava de rojo rabioso y más parece una caja de vidrios que una construcción: sus dos grandes ventanales llegando al piso casi se comen sus muros. El efecto se refuerza al entrar, porque la mitad del techo es en realidad transparente. Una manera sencilla de aprovechar la intensa luminosidad del entorno despejado, sin departamentos y con una plaza grande enfrente.
El lugar era una boutique y los dueños, Luis María Herr y Augusto Vázquez, movilizaron a amigos artistas para lograr un input creativo. El pintor Andrés Lavaqué sugirió el rojo más rojo posible para el frente, yentre todos fueron logrando el interior actual. Que es otro ejemplo de despojamiento deliberado sin pérdida de calidez. El bar invita a remolonear entre sus muebles desparejos, varios creados por Grillo Ortiz, que exhibe pinturas en sus paredes y sienta huéspedes en butacas coloridas y cómodas. La barra, sencillísima, ocupa los antiguos probadores de la boutique y un murito autoportante de cemento alisado esconde los baños. El depósito hay que adivinar dónde está, con la pista de que hay que subir.
Al contrario que Mark’s, Bartok no demuestra mayor planeamiento y sus presupuestos deben haber resultado, digamos, dispares. Lo que no resta a que sean dos muestras de una tendencia que surgió sin libritos en un barrio tan lejano al Soho de allá.