Sábado, 31 de mayo de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
Un proyecto legislativo busca catalogar –salvar, proteger, revivir– esa especie en peligro de extinción, el petit hotel porteño. Son 123 piezas de primer orden que necesitan un marco.
Por Sergio Kiernan
Cuando Buenos Aires se hizo rica, hace algo más de un siglo, se encontró con que no tenía pasado. O que tenía un pasado medio de adobe, de último arrabal del imperio español. Ni hablar de la acumulación de grandes edificios de Europa o Asia: México, Perú y Cuba nos ganaban por goleada hasta en el rubro residencias de nobles. Uno de los encantos de La Habana o de la vieja Lima son las casas de marqueses y condes, de piedra tallada y blasón en el dintel. Nuestra gran aldea tenía plata pero sin lustre.
Lo cual explica el frenesí fundante de crear en lo físico un pasado. La lógica del tema puede ser cuestionable –sobre todo desde estos posmodernismos de hoy en día–, pero cierra: un país necesita un paisaje cultural físico, ese paisaje físico se construye ladrillo por ladrillo y si no se construyó antes, se lo construye ahora. Nuestras ciudades se alzaron y agrandaron con esta divisa en mente, por eso son un catálogo de arquitecturas europeas. A esto hay que sumarle la voluntad inmigrante de hacer la América y mostrarlo con una gran casa al estilo del viejo país, y la obligación del rico y del enriquecido de construir algo valioso y no simplemente caro.
Un resultado feliz de estas pulsiones fueron los muchos palacios y petit hoteles que todavía ornamentan nuestras calles. Estas muestras de elegancia, buena arquitectura y cultura fueron cayendo bajo la piqueta en un proceso tan acelerado que los palacios ya se cuentan con los dedos de una mano –y quedan algunos gracias a las embajadas– y el petit hotel corre el riesgo de extinguirse en Buenos Aires, como la casa chorizo. Curiosamente, por las mismas razones: casas que ocupan terrenos grandes y tienen un solo dueño, con lo que resulta fácil comprarlas y demolerlas. El PH, como el edificio multivivienda, implica hablar con más de uno y por eso sobrevive mejor.
La demolición artera de tanto petit hotel es, además, un típico caso de vampirismo inmobiliario. A Palermo Viejo le están construyendo un murallón de torres, todas vendidas como “una nueva forma de vida” asomada al verde y con buena vista. Pero resulta que el verde es de los jardines ajenos, la buena vista es porque hay casas y la forma de vida fue construida por esas mismas casas. La torre viene a vampirizar lo que construyeron los otros. Con los petit hoteles, concentrados en la zona norte, pasa lo mismo, con desarrolladores que los demuelen para construir edificios olvidables, berretas pero caros, vendidos para tener “una nueva forma de vida” en un barrio elegante y europeo. Se demuele la elegancia para venderla.
Esta semana, la presidenta de la Comisión de Patrimonio de la Legislatura porteña, Teresa de Anchorena –Coalición Cívica–, presentó un proyecto específico para catalogar uno por uno 123 petit hoteles, algunos de los cuales son verdaderos palacetes. El primer tema a recordar es que por el solo hecho de estar incluidos en un proyecto con estado parlamentario, estos edificios no pueden ser demolidos. La lista completa se publica en esta misma página y puede servir para que los vecinos detengan el intento de demolición.
El stock a custodiar incluye edificios en peligro, como el de Quintana que alojó al Club Parliament y que, según los render promocionados en su momento, está siendo transformado en departamentos con serios cambios en la fachada. Legalmente hablando, el proyecto ya debe ser cambiado para evitar cambios en el frente. También, en la calle Paraguay, una gran residencia que esconde un lindo patio-jardín interno con un segundo edificio de servicios, que está en muy mal estado y en venta. Y también dos edificios en Montevideo al 1600, uno en obra –se construye un hotel boutique– y otro que resulta peculiar por dos razones. Es que Montevideo 1635 es un raro caso de hotel avec cour, una gran residencia con un gran portón que se abre a un patio-caballeriza, con lo que el edificio tiene dos fachadas, una que da a la calle y otra, la de la casa en sí, que da al patio. La segunda razón es que esta mansión es un centro de espionaje oficial.
La amplia mayoría de los edificios en la larga lista recibirían una protección cautelar, que garantiza sus fachadas y volúmenes, y algunos una protección estructural, que impide hasta remozarlos sin autorización del Ministerio de Cultura. Que se apruebe esta lista es una garantía de que se salvaría un elemento de raíz de la identidad de esto que, después de todo, era la París de las Américas. Y también una muestra de la seriedad con que se toman el patrimonio los legisladores.
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