Sáb 23.11.2002
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Capricho catalán

En la esquina de Rivadavia y Ayacucho se alza un edificio modernista que fue muy maltratado por el tiempo.
Reparado, se destaca por su notable cúpula, de las más bellas de la ciudad.

Por Sergio Kiernan

En la esquina de Rivadavia y Ayacucho se alza desde hace 95 años uno de los mejores ejemplos de modernismo catalán de Buenos Aires. Es el edificio de rentas construido por Eduardo Rodríguez Ortega, que fuera tan maltratado por el tiempo, las reformas y el descaso con que tratamos el patrimonio urbano. El edificio acaba de recuperar buena parte de su elegancia con la restauración de sus frentes y de su extraordinaria cúpula, una de las más bellas que adornan la ciudad.
Volcado más por Ayacucho que por Rivadavia, el edificio mantiene un elegante equilibrio de fuertes líneas rectas verticales con corrimientos de volúmenes. La planta baja, un gran local comercial, se prolonga en un entrepiso, todo con grandes áreas vidriadas y arcadas de metal. Hacia arriba, se alzan tres pisos de dos departamentos cada uno, con el cuarto retirándose y delimitado con un largo balcón perimétrico. En el quinto nivel hay una enorme terraza y, sobre la ochava, la cúpula de tres niveles.
En 1999, la empresa CR & Co, especialista en restauraciones, compró el cuarto piso, que incluye en propiedad la terraza y la cúpula, y comenzó a recuperar lo que era una ruina. El departamento fue muy alterado para alojar las oficinas comerciales. La terraza se transformó en un peculiar parque temático privado, bajo al guía del catalán Antonio Gaudí. Así, se montó un taller de herrería que creó dos piezas notables como cierres de las medianeras de la terraza: réplicas a escala de los portones con forma de dragón del Parque Güell en Barcelona. También se construyeron bancadas ondulantes a lo largo de los muritos del frente, homenaje a los de la célebre terraza del Güell, pero monocromos. Y una fuente, con estanque, puente de baranda de metal y pérgolas gaudianas.
Esta abundancia no distrae de la notable cúpula, todavía hoy un asombro. De planta octogonal, se define en dos niveles. Por una alta puerta se entra al primero, mezcla de despacho y living, con tres enormes ventanales a la ochava y raudales de luz (abajo). El siguiente nivel es bulboso, con ocho ventanales proyectantes con 952 piezas de vidrio espejado. Arriba se alza un cupulín también octogonal casi totalmente formado por ventanas y coronado por un pequeño domo, casi de iglesia rusa, rematado por una veleta. A este tercer nivel se accede por una escalerita retráctil: el que lo haga se encontrará con un observatorio astronómico en miniatura.
El arquitecto Fernando Lorenzi, responsable de la obra, tuvo que trabajar mucho con esta cúpula, tan afectada por la intemperie que ya presentaba riesgos estructurales. De los cerramientos originales casi no quedaba nada y hubo que crear una verdadera selva de hierros T muy finos, copiando los restos y la escasa documentación fotográfica existente. Antes hubo que reconstruir buena parte de la estructura interna de la cúpula, reemplazar hierros y revestimientos. Lorenzi hizo un agregado original, una mínima ascensor que conecta la oficina del cuarto piso con los dos niveles de la cúpula, integrando lo que antes era parte del “afuera” de la terraza.
CR & Co recibió el encargo de restaurar las fachadas de todo el edificio. Se repararon las medianeras, se limpiaron los frentes con hidrolavado a vapor, redescubriendo el revoque original de piedra París, se cerraron tres ventanas abiertas irregularmente, se restauró un gran ornato con el escudo catalán y muchos otros ornatos florales, con reposición de piezas desprendidas, herrerías y barandas faltantes. Una alegría es que se removió la selva de cartelería del local de la planta baja, que afeaba y distorsionaba al edificio.
Tal vez por la belleza de la obra original y la limpieza que muestra ahora, molesta bastante el colorido elegido para ciertos motivos de la fachada. Es dudoso que el dorado sea color para pintar máscaras y ornatos en una fachada, o las curiosas doble esferas florales que ornan el rematede las terrazas. Y pintar en oro parte de la reja del portón de entrada es ciertamente un error. Aun así, hay que pararse en esa esquina porteña y mirar para arriba: es una alegría.

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