Sábado, 14 de marzo de 2009 | Hoy
Salvem el Cabanyal es una organización barrial que desde hace once años pelea para salvar 1600 edificios patrimoniales en su ciudad. El enemigo es la ampliación de una avenida hasta el mar y la falta de mecanismos legales para defenderse.
Por Facundo de Almeida *
La sorpresiva irrupción de los ciudadanos de Buenos Aires y de otras ciudades argentinas en la causa patrimonial y el sostenido crecimiento de la participación popular, que ha llevado en los últimos dos años a colocar el tema en la agenda política porteña, tiene sus paralelismos en otros lugares del mundo. La organización de vecinos Salvem el Cabanyal lucha desde hace once años contra la destrucción de un barrio histórico de Valencia, España.
El Cabanyal-Canyamelar es un barrio marítimo de la costa valenciana, con orígenes en el siglo XIII, cuando un grupo de pescadores se asienta en esta zona. La pesca fue la actividad económica impulsora del crecimiento del área, popularizada más tarde en los cuadros de Joaquín Sorolla, y un elemento fundamental en su evolución urbana. El trazado está constituido por una singular trama de calles determinada por la ubicación de las antiguas barracas de pescadores, en las que se desarrolló a principios del siglo XX una original arquitectura de estilo modernista “popular”, más tarde complementada por edificios racionalistas.
La simplicidad de las calles originales y la profusa decoración de fachadas con azulejería artesanal conviven con las edificaciones de mayor lujo que construyó la burguesía local como residencias de verano. En las casas del Cabanyal habitan hoy descendientes de varias generaciones de pobladores locales, intelectuales y artistas llegados en las últimas décadas, y una reciente inmigración, fundamentalmente de origen gitano, proveniente de Europa del este.
En 1996 triunfó en las elecciones locales el Partido Popular (PP), desplazando del Ayuntamiento al Partido Socialista Español (PSOE), y allí comenzaron los problemas. El gobierno saliente, al igual que algún gobierno progresista de nuestra ciudad, tuvo una actitud indiferente o mejor dicho “ponciopilatesca” –neologismo popularizado por m2– hacia el patrimonio. El PSOE no se ocupó de revitalizar este barrio, castigado por el deterioro y el crecimiento de la marginalidad, y en la modificación del Código de Planeamiento Urbano promovió la zonificación del Cabanyal como “área de planeamiento diferido”. Dicho en criollo, patearon la pelota para adelante.
Y la pelota quedó para el PP, con la alcaldesa Rita Barberá, que resucitó un plan de hace cien años para prolongar una gran avenida, la Blasco Ibáñez, hasta el mar. La iniciativa fue elaborada cuando la visión de la preservación de patrimonio arquitectónico se limitaba a los grandes monumentos u obras singulares, no a los conjuntos y menos a la arquitectura “menor”. Por ello, los detractores dicen que la iniciativa atrasa 80 años. El proyecto urbanístico que propone ampliar la avenida y realizar construcciones contemporáneas a sus lados, para concretarse, requiere demoler 1600 inmuebles, muchos de ellos históricos y declarados Bien de Interés Cultural, la máxima protección prevista en la legislación valenciana.
Parece que sus promotores no han leído la Carta Europea del Patrimonio Arquitectónico (1975) que, con gran actualidad, expresaba que “cualquier disminución de este capital es tanto más un empobrecimiento por cuanto la pérdida de los valores acumulados no puede ser compensada ni siquiera por creaciones de alta calidad. Además, la necesidad de ahorrar recursos se impone en nuestra sociedad. Lejos de ser un lujo para la colectividad, la utilización de este patrimonio es una fuente de economía”.
La Plataforma Salvem el Cabanyal (www.cabanyal.com) es una organización que agrupa a asociaciones vecinales, artistas, profesionales e intelectuales que hace once años lucha en defensa del patrimonio de su barrio. Los cacerolazos, manifestaciones, abucheos a la alcaldesa en cuanto acto público se presente se complementan con una forma de protesta inédita que se transformó en un hecho cultural para la ciudad: el Proyecto Portes Obertes (Puertas Abiertas).
Cada año y desde hace una década los vecinos del Cabanyal abren las puertas de sus casas y las transforman en museos y galerías de arte efímeros. Durante tres fines de semana pueden visitarse y no sólo disfrutar de la arquitectura exterior e interior de los inmuebles y la forma de vida actual de sus habitantes, sino también ver exposiciones de fotografía y pintura, participar en mesas redondas, lecturas de poesía y recitales de música, realizados por artistas locales y extranjeros que se solidarizan con esta causa. En definitiva todo el barrio es un gran museo, porque se incluyen instalaciones en el espacio público.
Esta acción ha puesto al barrio en la agenda cultural de la ciudad y generado una visibilidad y simpatía que difícilmente pueda conseguir otro tipo de protestas, con un impacto directo imposible de obtener por otros medios: 8000 visitantes en la última edición de 2008.
La lucha en las calles fue acompañada por una acción judicial que luego de diversas etapas llegó a un punto casi final con la decisión del Tribunal Supremo de Valencia, autorizando la obra. No hay duda de que se trata de un Poder Judicial con escasos recursos normativos o bien menos sensible a las cuestiones del patrimonio que su homólogo porteño, que da muestras de compromiso, eficiencia y celeridad para defenderlo en Buenos Aires, cada vez que se requiere su actuación.
Por otra parte, muchos valencianos, incluidos vecinos del barrio que no se verán afectados en forma directa por el proyecto, discrepan con las posturas de la Plataforma. Josep Boira, profesor de Geografía Urbana de la Universidad de Valencia y vecino del barrio, piensa que “sinceramente, le debo decir que, preocupándome mucho la suerte de los vecinos afectados, no comparto la estrategia mantenida por estas asociaciones y creo que se debe negociar, con generosidad y cuidado social, una operación urbanística sensible, moderada y de contenido social pero al tiempo enérgica para salvar el barrio de su degradación”.
Es que tal vez ha venido triunfando la estrategia de las autoridades locales destinada a degradar el barrio y hacerlo inhabitable hasta para sus moradores más entusiastas. La empresa Cabanyal 2010 –ejecutora del proyecto– alquila a precios irrisorios los inmuebles ya expropiados a población de bajos recursos –mayormente gitanos provenientes de Rumania– para que vivan en condiciones infrahumanas. También se abandonan las parcelas expropiadas luego de la demolición y el Ayuntamiento reduce la inversión pública en la zona, con la consiguiente degradación urbana.
Tal vez ésa sea la razón por la cual la política también parece haber sido esquiva a los defensores del Cabanyal. La alcaldesa tiene que hacer frecuentes apariciones públicas defendiendo el proyecto –sobre todo porque el plan se ha demorado más de lo debido en su ejecución– y los concejales de PSOE no desperdician ocasión para atacar al oficialismo. Sin embargo, el PP triunfó sucesivamente en las elecciones locales, incluido en el propio distrito electoral que corresponde al barrio.
La experiencia valenciana, con su enorme creatividad y una sostenida lucha a lo largo de más de una década, de la mano de Tato Herrero, Vicent Gallart y Maribel Doménech, confirma algunas lecciones que habíamos aprendido del contexto porteño de los últimos años. Por una parte está claro que la preservación del patrimonio arquitectónico supera el ámbito de la academia y de los congresos internacionales de especialistas.
Por la otra, la movilización vecinal es sin duda un camino insoslayable, pero sólo efectiva si logra conformar un cuadrilátero virtuoso con la prensa, la Justicia y la política, contando esta última con voceros calificados que la puedan representar en la mesa de las decisiones ejecutiva y legislativa. Raro privilegio ostenta Buenos Aires por estos tiempos, con diputadas y diputados en la Legislatura –no muchos aún, aunque de variados bloques parlamentarios– que tienen un interés genuino en la defensa del patrimonio arquitectónico.
Pero aún falta mucho camino por recorrer, acá y allá. Tal vez deberíamos posar nuestra mirada en los defensores del medio ambiente, que han logrado articular su defensa en el terreno económico, social, mediático y político (cuentan con ex vicepresidentes de superpotencias, partidos políticos afines, interbloques y eurodiputados). También han instrumentado, con Greenpace a la cabeza, una solidaridad a nivel internacional por la cual para todo activista del medio ambiente cualquier ataque al paisaje natural o a los recursos naturales es un ataque a la humanidad en su conjunto.
Tal vez, ha llegado la hora de potenciar las estrategias políticas locales, pero también de preguntarnos si para defender nuestro medio ambiente construido no es necesario articular también una instancia global: ¡Patrimonialistas del mundo, uníos!
* Licenciado en Relaciones Internacionales, especializado en Gestión Cultural.
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