A mitad de camino entre el arte y el diseño, las piezas de Desirée de Ridder buscan crear conciencia sobre el rumbo que toma el planeta. Desde este lunes en el Museo Metropolitano, sus animales autóctonos en vías de extinción.
› Por Luján Cambariere
El lunes se inaugura en el Museo Metropolitano, Animales Argentinos, una iniciativa que reúne a un grupo de reconocidos artistas que trabajan el tema de la naturaleza. Conforme el estado de alerta que está tomando el planeta, imposible que ellos que la tienen como su fetiche, que la escudriñan y observan, no usaran su sensibilidad para crear conciencia. Entre ellos (Ernestina Anchorena, Adrián Paiva, Hernán Alvarez Forn, Astrid Sanguinetti, Aldo Chiappe, Douglas Tompkins, Florencia Bohtlingk), una de las mentoras de la iniciativa, Desirée de Ridder, presenta sus utilitarios de artista. Piezas que en algunos casos, además de obras de arte en barro, devienen en macetas, luminarias o candelabros. Objetos que conquistan no sólo por su estallido de color sino porque funcionan como advertencia en sí misma.
Desirée estudió pintura en la Prilidiano Pueyrredón. En 1998 viaja a París, donde toma conciencia de que quiere dedicarse al arte desde la cerámica. Regresa en 2004 y desde entonces está dedicada a profundizar el estudio de distintas técnicas que aplica en su obra. A días de la inauguración de esta muestra colectiva, nos recibe en su taller, rodeada de sus criaturas, animales autóctonos argentinos en vías de extinción.
–Si bien ahora muchas de mis piezas son utilitarias y además, desde hace un tiempo, tengo una línea de diseños para baños y cocinas, bachas y mayólicas, hechas a mano, al estilo de los marroquíes, lo mío va por el camino del arte. En la Argentina, la cerámica siempre fue muy bastardeada, considerada un arte menor. A mí me dicen: “¿Seguís haciendo artesanías?”. Yo no tengo nada contra los artesanos, al contrario, me fascinan, pero nunca fui artesana. Viviendo en París y viendo que había obra en cerámica en las mejores galerías, entendí que debía abordarla. Es una técnica muy compleja, porque más allá de la tierra, el barro, está el tema de las temperaturas, de la composición de esa tierra, que además tiene otras sustancias. Y además está la cuestión del color, que ya no es como pintar una tela. Los colores cambian con la temperatura del horno y además es mucho más trabajo, porque está la tridimensión por un lado y después el saber pintar. Por ahí podés saber de morfología, pero después tenés que saber bastante de pintura.
–Yo pintaba mi pueblo, mi aldea. Mis paisajes. Hasta los diez años viví en el campo, en Perkins, un pueblo en la provincia de Buenos Aires. Yendo a la escuela a caballo. Muy empapada de eso. Por eso, cuando empecé a pintar, pinté mi pueblo. Y después, de grande, aún más, ya que estando lejos, extrañaba. Entonces, conectar con la cerámica fue natural. Ahora, la tierra sería el material y me decidí por los animales para representar. Básicamente porque muchos están en grave peligro de extinción y nadie hace nada.
–El primer animal que hice fue el peludo. La familia del peludo, porque en realidad el peludo no está en peligro, pero sí familiares cercanos como la mulita y el tatú carreta. Empecé con él por un tema puntual: en mi pueblo yo he visto la transformación del campo, que es muy fuerte, porque cuando era chica era zona de hacienda. Con las vacas vienen las perdices, las liebres, los peludos, los insectos. Todo el ecosistema se mantenía. Pero cuando la zona se transforma a soja, muere todo. Entonces los peludos, escapando de los agroquímicos, se fueron a una loma, pero murieron miles. En esa loma está la casa, y yo los veía.
–No, pero es medio bizarro, extraño. Y la gente me decía: “Es feo. ¿Qué sentido tiene hacerlo?”. Yo me reía. Además está el tema del color que muchos asocian a lo kitsch. Prácticamente no hay salida para esta mirada en este país donde la gente no se juega por nada, es minimalista al pedo, tiene casas sin vida y así estamos.
–Sí, algunos tienen una planta, sirven de macetas. Le puse un cactus, porque me daba la forma y me divertía que tenga algo vivo. Otros son luminarias. No hay uno igual al otro porque están todos hechos a mano. Todos son muy coloridos, algunos medio pop.
–Siempre me guío con libros de naturaleza argentina y todos son animales que están en peligro. Empecé por el peludo, pero después me enganché con el oso hormiguero y este año pude ver osos verdaderos en los esteros del Iberá, en un proyecto maravilloso. Estuve con los biólogos, tengo fichas técnicas. El año pasado fui especialmente a Puerto Madryn a ver las maras, liebres patagónicas.
–Sí, porque lo que quise hacer es que algunos lleven su hábitat consigo. Como ahora el problema es el hábitat, su degradación, algunos lo traen incorporado. Muchos además llevan hojas, vegetales, flores. De hecho, por primera vez en esta muestra hago dos instalaciones. Una sonora, Belleza Natural, y otra donde los animales estarán casi a oscuras en una plataforma llamada Desmonte.
–Los guanacos y vicuñas del Norte, que algunos son candelabros. Después los pingüinos, muy relacionados al objeto de los bares donde se servía el vino. Y luego los osos hormigueros. También hice gallos –aunque no son autóctonos—, zorros, y ahora lechuzas, tucanes y búhos.
–Sí, hace tiempo que quería unir estos mundos. Me faltaba la postura ecologista, el marco. Surgió la idea e invité a colegas que sabía que sentían lo mismo que yo. Lo de los ecologistas que dan charlas fue más complicado porque fue llamarlos y que creyeran en nosotros, los diseñadores y artistas, que tenemos fama de locos.
–Exacto, no hay otra manera. Una mirada surrealista, tal vez excéntrica, que se une a la otra demasiado técnica; por eso la fusión es perfecta. Sobre todo porque el arte es político o debe ser político siempre. De hecho, Nicolás García Uriburu anunció este desastre que vivimos hoy en el ‘68 cuando tiñó las aguas del río. Crear conciencia, para mí, hoy es vital.
* Animales Argentinos, del 23 al 30 de marzo en el Museo Metropolitano, Castex 3217, www.desireederidder.com.ar
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