Sábado, 29 de agosto de 2009 | Hoy
Uno de los patrimonios de mejor agua que tenemos en este país son sus estaciones ferroviarias, una masiva colección de arquitecturas diversas que funciona como un catálogo de estilos y una demostración clara de qué simple era lograr arquitectura parlante. Es que en paradores, cruces, aldeas, pueblos, ciudades y metrópolis una estación de trenes es un lugar inconfundible. Para mejor, los ferrocarriles fueron por varias décadas un verdadero símbolo de tecnología y desarrollo, con lo que sus edificios se alzaron con la mayor calidad.
Luego se vino la noche y Argentina se encontró con un tendal de estaciones abandonadas. Las que seguían en actividad no tuvieron un mantenimiento apto y lo único que puede decirse es que menos mal que los privados no se hicieron tiempo y fondos para “modernizarlas” masivamente. Es que los casos en que lo hicieron, como el de la estación Villa del Parque del viejo San Martín, mostraron una estética de gomería suburbana, de las que piensan que dejar ladrillo a la vista y cargarse muros internos te da moderno.
Con el nuevo siglo hubo, sin embargo, un cambio positivo y comenzaron procesos de restauración de algunas de las grandes terminales. Así se recuperó bastante la del Mitre, en Retiro, y la fachada de la gran terminal de Once, una obra hecha con fiaca conceptual y el obvio mandamiento de gastar lo menos posible. Ahora se está avanzando con los arreglos de esa bella torta francesa que es la terminal del Roca en La Plata. El trabajo arrancó como se debe, desde arriba, con arreglos de infinitos techos, pintura de interiores y diversas limpiezas y mantenimientos. La terminal fue construida con el monumentalismo Bellas Artes que define a la capital bonaerense, por lo alto y con todo el simbolismo posible: la terminal mostraba que se llegaba a una gran ciudad. Los trabajos están prometidos para fin de año y habrá que ver cómo quedan los detalles, sobre todo por la irresistible tentación moderna a cambiar cerramientos.
Mientras, en Santa Fe, la Municipalidad se cansó de esperar y se puso a consolidar su terminal de trenes, un gran edificio de fines de los años veinte con menos simbolismo pero con mucho porte. La terminal fue el centro de toda una zona de la ciudad, pero desde que se desactivó el ferrocarril quedó abandonada, en un estado catastrófico de mugre y roturas. Protegida como monumento histórico provincial –Santa Fe tiene una ley que declara patrimonio a todas sus estaciones ferroviarias– y por una ordenanza municipal, la terminal casi que fue privatizada y transformada en shopping. Fue en 2006 y el proyecto del Onabe terminó quedando en la nada. Los santafesinos lo habían aceptado a regañadientes a cambio de que se restaurara el edificio.
Ahora, la Municipalidad está usando fondos propios para frenar un poco el deterioro del edificio, conteniendo humedades y consolidando herrerías. La terminal sigue sin futuro, la ciudad sin trenes, pero al menos se podrán usar algunos espacios para actividades sociales y públicas que le den algo de vida.
Curiosamente, hay un caso de estación ferroviaria en buen estado y con un uso vital en Salta, nada menos. Es la terminal del Belgrano Cargas en las calles Ameghino y Balcarce, un edificio tardío pero de buenas proporciones que también aloja un museo ferroviario. La idea arrancó en 1996, con una muestra de fotos en la calle que organizó el maquinista José Stauffer. Gradualmente, las muestras callejeras terminaron en museo de objetos y equipos en la estación de cargas, que sigue en funcionamiento. Este nuevo uso de la estación reavivó las visitas y recordó un poco el movimiento que solía haber cuando todavía existían servicios de pasajeros.
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