Sábado, 19 de septiembre de 2009 | Hoy
La Legislatura ya está tratando un proyecto para declarar patrimonio el conjunto de fuentes, copones y farolas de hierro francesas que todavía le dan dignidad a nuestra ciudad.
Por Sergio Kiernan
Hace muchos años, esta ciudad fue reconstruida y expandida con el mejor de los gustos. Esto no fue apenas porque se vivía la última época de arquitectura y urbanismo con raíces y memoria, antes del suicidio cultural de esas disciplinas. Fue también por un programa explícito que buscaba crear materialmente un ámbito que destacara esas raíces y memoria combinados con el mayor grado de modernidad y transferencia tecnológica. Esta ciudad porteña fue equipada con bellezas de última generación, con materiales trabajados como milagros.
Vivimos entre lo que resta de esa gran ciudad, cuyos signos asoman entre hormigones descartables. En el Parque Lezama todavía está una fuente llamada “Acis y Anfitrite”, nombre indescifrable hoy en día, mientras que el trazado urbano está marcado con mástiles cribados de alegorías romanas y nuestras plazas exhiben urnas y copones inspirados en los grabados de un Piranesi.
Lo que tienen en común estos artefactos es que son de hierro y en buena medida son de origen francés. Y ahora son el objeto de un proyecto de ley de la diputada Teresa de Anchorena, que preside la Comisión de Patrimonio de la Legislatura porteña, que busca elevar el status de estos objetos. Ya no serán “mobiliario urbano” sino formalmente objetos patrimoniales.
Buenos Aires no fue, obviamente, la única ciudad americana que conjugó urbanismo con bellas artes a través del cuidado estético de sus farolas, monumentos, fuentes, rejas, copones, ánforas y vasos. Pero para asombro de los franceses, es la que resultó tener el más vasto catálogo de estos objetos de arte. Cuando llegaron por aquí, los técnicos franceses vieron el todavía incompleto catálogo creado por la Ciudad a partir de 2001, que hoy es una de sus guías de patrimonio, y no podían creer.
En el catálogo figuran los productos de las fundiciones artísticas Durenne, Ducel, Thiebaut Freres, Susse Freres y Val D’Osne, que ganaba más mercado que las otras con diseños de artistas como Moreau, Pradier, Jacquemert y Rouillard. Tomando este catálogo –Guía del Patrimonio Cultural de Buenos Aires: Arte Metalúrgico Francés–, Anchorena y su equipo se centraron en tres tipos de objetos, las farolas de alumbrado público, las fuentes y los copones ornamentales de las plazas.
El proyecto señala que este patrimonio está en peligro por tres razones principales. Primero porque está al aire libre y no recibe el mantenimiento necesario, cosa habitual entre argentinos. Segundo por el vandalismo y el robo liso y llano, que hizo desaparecer por ejemplo los delfines de la fuente de Córdoba y 9 de Julio. Y tercero porque muchas veces es tratado como un pedazo de fierro viejo por el mismo gobierno porteño, que los corre de lugar, los tapa o los modifica sin tener en cuenta ningún contexto histórico o estético. El caso más fantástico fue el de la plaza Lavalle, donde a algún genio del urbanismo se le ocurrió poner los copones en medio del pasto, lejos de los caminos internos donde siempre van. Por supuesto, se los afanaron a la brevedad.
Las fuentes incluidas en el proyecto son las de Córdoba y 9 de Julio, de Mathurin Moreau; la de Las Totoras en la Plaza de Mayo, de la fundición du Val d’Osne; la de Avenida de Mayo y 9 de Julio, de Moreau y Paul Lienard; las de Acis y Anfitrite en Parque Lezama, de Náyades y Neptuno de la Dirección de Museos en Costanera Sur, y Neptuno en Palermo, todas de Moreau; la fuente anónima en la casa particular de Basavilbaso 1233; dos centros de fuentes en el hotel Caesar’s Park; la fuente de Alvear y Arroyo; la del Buenos Aires Design, comprada cuando el palacete de Recoleta era un asilo de ancianos; las del Zoológico y el Botánico, más la curiosa fuente-linterna que se conserva en la Costanera Sur, todas de Val d’Osne.
Las farolas se dividen en seis tipologías y están distribuidas en la ciudad vieja y en los grandes parques y plazas de la gran época. Cuatro son modelos de Val d’Osne, con tres luminarias de brazos curvos, una basculante, tres con brazos rectos y tres con brazos curvos y lámparas basculantes. Las otras van de las más pequeñas con cabeza hexagonal, tan imitadas hoy en día a los dos modelos de cinco y nueve luminarias, fijas y basculantes.
Los vasos y copones están por toda la ciudad y el proyecto elige un par de docenas de comprobada cepa francesa e impecable manufactura. Como para que quede claro que estas muy caras importaciones no se limitaban a Barrio Norte, uno de los copones más originales y bonitos está en la escuela Bernardo de Irigoyen de la avenida Montes de Oca, otro en Caseros y Monteagudo y otro en la avenida Rabanal, Villa Soldati. Y el lugar de mayor concentración de estos elementos es la castigada Plaza del Congreso.
El proyecto puede servir para que estos hierros clásicos dejen de ser tratados como si fueran reemplazables. Un poco de cariño.
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