Sábado, 19 de septiembre de 2009 | Hoy
En mayo, la presidenta de la Comisión de Patrimonio de la Legislatura porteña, Teresa de Anchorena, contaba en m2 sus impresiones sobre el casco histórico de Ciudad México. “Impresiones” es la palabra correcta, porque la diputada no podía ocultar su respeto a la tarea coherente, parejita y bien pensada que llevan adelante los mexicanos en su capital. El centro viejo del Distrito Federal es mucho más que la famosa gran plaza y los restos arqueológicos aztecas. De hecho, es la antigua ciudad mexica con la española sobrepuesta, la mexicana independiente arriba y hasta el hormigón del siglo veinte. Y es un barrio que se desplomó en el proceso de mudanzas a la periferia y los suburbios que sufrieron tantas ciudades. El casco histórico era un problema urbano de grueso calibre.
Lo que vieron Anchorena y su jefe de asesores Facundo de Almeida fue un trabajo de recuperación largo y coherente que abarca 700 manzanas con la prioridad de mejorar la calidad del espacio urbano y de volver a crear una zona residencial. Esto se hizo con legislación específica –como la muy estricta que regula carterlerías, originando los McDonald’s más elegantes del mundo–, con impulso y control de la iniciativa privada y con la creación de una figura poderosa que administre el tema.
El lunes 28 de septiembre los porteños podremos escuchar esta historia en detalle directamente del director del Fideicomiso del Casco Histórico mexicano, Inti Muñoz, que hablará a las 18 horas en el Salón Dorado de la Legislatura porteña. Muñoz llega con uno de los actores privados más importantes en su patriada, Adrián Pandal, que dirige la Fundación del Casco Histórico creada por el empresario Carlos Slim.
Lo que van a contar los mexicanos es una historia de veinte años en los que se determinó que el casco histórico de la capital es un caso especial de urbanismo. Ninguna repartición municipal o nacional, y ningún privado, puede hacer una obra sin consultar con Inti Muñoz: no se pone alumbrado, ni se repavimienta, ni se alteran veredas sin chequear el impacto histórico y patrimonial. En México ya se acostumbraron a esta idea que sería revolucionaria entre nosotros, viendo los evidentes beneficios. Las fachadas restauradas, las limpiezas y la estética del mobiliario urbano son vastamente superiores a las que conseguimos por aquí.
Pandal podrá agregar la participación privada, que es notable. Los vecinos ya se acostumbraron a trabajar con el municipio en procesos que los abarcan y trascienden. La Fundación compra edificios –ya tiene más de 70– para restaurarlos y devolverlos al mercado. Muchas veces son refuncionalizados, como un bello banco que ahora es un conjunto de primeras viviendas para jóvenes.
Esta inteligencia y claridad está en agudo contraste con la confusión y la anomia locales. Los mexicanos vienen con soluciones comprobadas, realizadas con presupuestos cuerdos y con resultados evidentes.
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