El miércoles se realizó una colorida concentración frente a la casa de Liniers, en Venezuela al 400, para pedir que sea comprada por la ciudad.
› Por Sergio Kiernan
Como si fuera una de piratas, llevaban una bandera negra. Uniformes de cambio de siglo, con tricornios del siglo XVIII mezclados con sennets ya del XIX y hasta un bicornio. Para completar, una gaita y un tambor, como para no perder el paso. Este miércoles por la noche, en el frío de la calle Venezuela y frente a la fachada ya única de la casa del virrey Liniers, el grupo Basta de Demoler hizo un acto para que esta pieza colonial sea comprada por la ciudad.
La historia de la casa es larga y movida. Fue construida en el siglo XIX por los Sarratea, familia prominente de la colonia y famosa de la independencia. La casona fue brevemente hogar de Santiago de Liniers, un Sarratea por casamiento, y ahí capitularon los ingleses y firmaron su rendición formal. La casa pasó durante el siglo XIX a los Estrada, que se fueron emparentando con los Sarratea y tomaron una decisión literalmente histórica: preservar la estructura colonial, dejarla intacta.
Como Buenos Aires fue totalmente demolida y reconstruida, proceso que los tilingos llaman “ciudad viva”, esta casona de los Estrada en Venezuela al 400 es hoy la única que queda en la ciudad. Hubo, en un entonces, cientos de edificios coloniales, pero cayeron bajo la piqueta o fueron completamente remodelados. Con suerte, en San Telmo queda alguno que otro con frente italianizado en el período federal, que se muestran coloniales sólo en sus interiores.
Pero esta casa sigue mostrando su estilo original, con su desmesurada altura, su muro seco sin el menor ornamento, su techazo pesado de agua roma, sus rejas de sección cuadrada, hechas a martillazos, y su formidable puerta de tableros pequeños y curvados, único lujito del conjunto. El frente hasta mantiene esa curiosidad hispánica de las dos pilastras enmarcando la entrada, cortadas a unos dos metros de altura. Los interiores están igualmente preservados y los Estrada cuentan que tienen varias piezas de mobiliario de época, planos, dibujos y fotos de varios momentos del caserón familiar.
La casa del virrey forma un conjunto con otras dos propiedades de la familia, que se comunican por los fondos y asoman sobre Bolívar. Una es la editorial Estrada, cuya notable sede es un ejemplo de arquitectura comercial de principios del siglo XX notablemente conservada. Y la otra es un lote vacío, que hoy funciona como un pequeño estacionamiento.
El tema que movilizó a los preservacionistas es que las tres propiedades están en venta y que los Estrada quieren que tengan un destino museológico, cultural, que continúe el trabajo que hizo la familia por más de un siglo. De inmediato surgió una idea: que el Instituto Histórico de la ciudad se instale allí y que la casa colonial se abra al público, como museo colonial, de las Invasiones Inglesas o “de sitio”, el rótulo técnico para ese tipo maravilloso de museo, tan escaso entre nosotros, que simplemente reconstruye una casa para mostrar cómo se vivía en alguna época determinada.
Curiosamente, Liniers ya le dio nombre a una instalación de ese tipo en Altagracia, Córdoba. Resulta que el ex virrey y conde de Buenos Aires terminó sus días malamente en esa provincia, con la reducción jesuítica como refugio. El espectacular conjunto jesuítico, todavía el centro del pueblo, tiene hacia la derecha de la fachada, sobre el tajamar, una casa muy simple, cuadrada y de dos pisos, que hoy es el museo pero es unánimemente conocida como la Casa de Liniers. Adentro se preserva una sala maravillosa, que fue “living” jesuítico, colonial, federal y victoriano. El ambiente muestra una maravillosa mezcla aluvional de proporciones, cuadros y alguno que otro mueble hispánico y altoperuano, con sillonazos a la inglesa del 1800, arañas y cortinados victorianos y un verdadero bric a brac de objetos de uso domésticos cotidianos a lo largo de dos siglos.
La idea de comprar sede empresaria, lote y casa de Liniers porteña no despierta mayores resistencias en sí, pero el problema es el dinero. En el Ejecutivo decidieron declararse en crisis y ésta no es la única idea que se encontró con una pared presupuestaria. Por suerte, el Instituto no es tan pobre como se pensaría por su escasa estructura: tiene tres terrenos bien ubicados, uno enfrente de la Plaza del Congreso. En el Ministerio de Cultura, en la Secretaría de Patrimonio Cultural y en el Instituto aceptaron con entusiasmo la idea de venderlos para comprar el conjunto en San Telmo, y la Legislatura está a punto de votar una declaración impulsando la idea.
Por eso es que el miércoles a la noche estaban junto a los gaiteros dos diputadas, la presidenta de la Comisión de Patrimonio, Teresa de Anchorena, y la presidente de la de Cultura, Inés Urdapilleta, que hablaron defendiendo la preservación de la casa y su compra. También estuvieron dos Estradas, Tomás y Angel, que contaron que su familia vivió allí hasta hace no tantos años, que preservan muebles, objetos y hasta piezas que hubo que cambiar, como tejas. Los Estrada anunciaron que, si se demora la compra, abrirán la casa en la medida de sus posibilidades para exhibiciones especiales por el Bicentenario.
Más información sobre este y otros casos patrimoniales en www.bastadedemoler.org
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