Sábado, 14 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Matías Gigli
Todo Buenos Aires sabe que desde la 117 Sandusky Street de Pittsburgh salió una muestra del artista norteamericano Andy Warhol que se puede ver en el Malba. En una charla con Thomas Sokolowski, que vino para colgar y supervisar la muestra, surgió la historia de edificio que fue reciclado y adaptado en la ciudad natal de Warhol para su museo. Se trata de un edificio industrial, y lo que Sokolowski resalta como valioso de la elección es la directa relación entre el predio, con su carácter industrial, y el imaginario del artista vinculado con esos grandes espacios reutilizados.
La historia se fue tejiendo a medida que el comité del museo llegó a la conclusión de que era imposible montarlo en Nueva York, como habían soñado desde un principio. Los precios inmobiliarios lo impedían y el proyecto alternativo surgió de un modo rápido y definitivo: llevar la obra de Warhol a su Pittsburgh y, con valores sustancialmente menores, concretar una sede que refleje su espíritu. Esto llevó a que se comprara el edificio actual, de siete pisos, y a que el arquitecto Richard Gluckman lo adaptara para su nuevo uso. Gluckman ya había trabajado en el Instituto de Arte Giorgia O’Keefe de Filadelfia y armó un museo que rescata el valor intrínseco del edificio valorando sus fachadas y su portal, transformando su interior en plantas libres abiertas a todo uso. De espacios altos y muy bien iluminados, las plantas se llevan perfectamente bien con la historia de Warhol, tan vinculada con los lugares de trabajo ya en desuso.
El museo es una atracción importante para la ciudad y le da a la obra un aporte interesante. Sucede que la difusión masiva de los trabajos de Warhol es tal, que el público ya conoce de memoria casi todo lo expuesto. Por eso, la visita al museo tenía que aportar algo más que la simple observación de la obra. El Warhol transmite el entusiasmo y el compromiso del autor con su tiempo. Su director hasta cree que en un futuro el museo puede cambiar de nombre, bajando a Warhol de la cartelera y posicionando al museo como de arte popular norteamericano del siglo XX.
En la muestra actual en el Malba no sucede nada así. Si bien las obras están bien colgadas, transmiten algo ya difundido sin demasiado riesgo. Sólo el carácter de serie y de repetición acentúa la potencia de las obras que junto con las filmaciones de época potencian la muestra. Hay un espacio para las Marilyn, otro para las sillas eléctricas, otro más para las latitas Campbells y un solitario Mao.
En la sede de Pittsburgh, el edificio aporta una cuota de interés que conduce de un modo acertado hacia el artista y su vida. Se trata de un museo cambiante y constantemente redefinido en concordancia con el mundo contemporáneo y sus conexiones con el artista. Es entrar en un lugar que ni el propio Andy Warhol conoció.
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