› Por Matías Gigli
Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia ganaron el concurso para el Monumento Nacional del Holocausto Judío. El monumento se implantará a diez metros del Libertador, en el terraplén del Paseo de la Infanta en el Rosedal. El concurso fue realizado por la organización Museo de la Shoáh, la Embajada de Israel, la de Alemania y la Secretaría de Cultura de la Nación.
Los ganadores elaboraron su propuesta en base a un desarrollo de ideas que rodean los conceptos básicos que motivan el concurso, comenzando por la de la memoria como una actividad vital que da identidad al pasado y define el presente. En el texto adjunto a la propuesta, realizada principalmente con dibujos y maqueta, remarcan el concepto de memoria como un acto selectivo: un complejo sistema dialéctico entre el olvido y el recuerdo. Las memorias personales y las memorias sociales que están siempre sujetas a construcción, a negaciones, a represión. Son borrosas e imperfectas, no permanentes. En las sociedades modernas, la memoria colectiva se negocia en los valores, las creencias, los rituales e instituciones del cuerpo social.
Por otro lado, recalcan que los museos y monumentos de la Shoáh mantienen siempre una especie de contradicción de tamaños entre el espacio representativo, metafórico, generalmente enorme, y los objetos a exhibir, casi siempre de pequeño formato. Peter Eisemann denuncia la falta de diálogo entre ambas proporciones en el discurso escrito para su memorial urbano en Berlín. La ampliación del Museo Judío de Libedskin es genial, pero no resuelve el conflicto: tiene gigantescos vacíos irregulares que relatan plásticamente y con suma efectividad la angustia de la existencia y el tema de la muerte, pero cuando esos espacios son ocupados por objetos domésticos rescatados de los campos de concentración, el arquitecto se ve obligado a recurrir a vitrinas de lo más ortodoxas.
El proyecto opera mediante un sistema de piedras que llevan impresa la huella de objetos cotidianos: paraguas, libretas, vajilla, ropa, etc. Estas impresiones se realizan por vaciados de hormigón directamente sobre esos objetos. La operación estropea, destruye al objeto. La huella rescata el perfil icónico como metáfora del elemento que desapareció en la impresión.
Una huella es una señal que deja el hombre en su paso por el mundo, un rastro, el vestigio de una civilización. El negativo de esos objetos cotidianos sobre la piedra conforma una especie de fósil urbano de alta sugerencia. Son una colección que delata la vida humana a través de los objetos, pero dejándolos a un lado.
Las piedras estarán apiladas conformando un muro. Son 115 paralelepípedos de hormigón armado de un metro de frente por alturas y anchos variables. Las alturas fluctúan entre los sesenta centímetros y el metro cuarenta. Los anchos son tres: treinta, sesenta y noventa centímetros. Los colores también varían sutilmente: el hormigón estará, en algunos casos, pigmentado.
Nielsen y Marsiglia resaltan por último que “aprendiendo de Jochen Gerz hemos intentado hacer un monumento que recuerde el olvido”.
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